Yo versus mi cerebro

Ni las neuronas por sí mismas, ni su agregación en redes neuronales son suficientes para explicar nuestra singularidad y nuestra unidad existencial como personas.

Primera escena

El piquete informativo del sector comercio se formó poco antes de las 08:00 horas en la Plaza Madrid, donde los sindicalistas cortan el tráfico y obligan a parar a algunos autobuses.

Los sindicalistas se dirigen a la calle Santiago y van parando comercio por comercio hasta que consiguen que los dueños apaguen las luces y cierren las puertas al público.

El piquete informativo reparte octavillas alusivas a los motivos de la convocatoria de la huelga general y pega múltiples pegatinas en los escaparates en las que se puede leer 'Cerrado por huelga'.

En medio de todo este barullo, Jorge quiere llegar lo antes posible a su trabajo porque tiene una reunión con su jefe.

Los cortes de vías realizados por los grupos de protesta y las continuas obras que promueve el ayuntamiento tienen atascadas las calles todos los días. Pero ese día es especial. Tiene que llegar en hora. No puede fallar.

Su coche queda atravesado en mitad de un cruce impidiendo el paso a un motociclista que pretende avanzar.

El motorista comienza a gritarle y Jorge se enfurece. De repente, deja la moto en medio de la calle y golpea la ventanilla del coche de Jorge.

Otros conductores bajan de sus coches. Llega una mujer policía y comienza a discutir con el motorista para que siga su camino y deje de interceptar el tráfico. El tiempo pasa y el atasco persiste.

Jorge se siente furioso, siente deseos de pegar a alguien. Siente ganas de "matar a alguien". Busca dentro de su coche algún elemento contundente para pegar al de la moto, pero en ese momento se da cuenta lo que estaba a punto de hacer. Él no es agresivo. Nunca ha sido una persona violenta. Poco a poco se va calmando mientras la imagen de su familia gana espacio en su pensamiento.

Segunda escena

Roberto y Elisa estaban radiantes. Era su primera salida al extranjero junto con su pequeña hija Sandra. Habían preparado cuidadosamente cada detalle del viaje.

París era el resumen de sus anheladas vacaciones. Iban felices en el taxi rumbo al aeropuerto y disfrutaban de la brisa primaveral que ondeaba sus cabellos a través de la ventanilla bajada del coche.

Todo se frustró cuando en el control de pasaportes, un policía de barba cuidada requirió autoritario el libro de familia que garantizara que Sandra era hija de ambos.

No lo podían creer. Este percance no estaba previsto. De nada valieron racionamientos y ruegos. La autoridad del policía permaneció inalterable.

Tanto Roberto como Elisa fueron elevando el tono de voz y el gesticular de manos en una escalada que pasaba de la argumentación a la amenaza.

Nada alteraba la determinación de aquel funcionario público que les impedía el paso.

Mientras Roberto comenzó a requerir a voces la presencia de un superior, Elisa, dándose cuenta de que por esa vía no iban a conseguir quebrar la determinación de aquella barrera humana y burocrática, recapacitó y se dio cuenta de que habían cometido un error. Miró ávida su reloj y comprobó que aún tenían tiempo de volver a casa y recuperar el preciado documento que suponía la frontera entre la frustración y sus anheladas vacaciones.

Pidiendo disculpas al policía, tomó a su marido por el brazo y en un intento de apaciguamiento y le susurró su plan concebido sobre la marcha.

Ambos casos son ficticios, aunque cotidianos, y lo que tienen en común es que, en ambos casos, los protagonistas cambiaron de actitud al reflexionar sobre su propia conducta. Gracias a que "intentaron leer dentro de sí mismos".

La capacidad de reflexionar sobre uno mismo y sobre los demás es un indicio de la unidad existencial que nos da ser personas.

Pero, ¿qué es ser persona?

Los avances de la neurociencia, por ejemplo, nos muestran con gran detalle la "geografía" de las zonas cerebrales. Pero identificar la base neural de los estados de conciencia ¿es todo o lo más importante que podemos saber sobre la persona humana?

Las explicaciones científicas son explicaciones que pueden ser comprobadas empíricamente por distintos observadores. Los filósofos llaman a esta característica del método científico "perspectiva de tercera persona".

La ciencia analiza la realidad con objetividad, separando el objeto bajo estudio del sujeto que lo estudia. Pero los estados mentales son también fenómenos de primera persona, es decir, fenómenos que sólo son accesibles al sujeto en el que se dan.

Por esta razón, no se puede prescindir del "yo" al analizar los procesos mentales.

La persona humana es mucho más que su cuerpo. Tiene una existencia real para sí misma y para los otros seres humanos con los que coexiste.

La existencia humana está marcada por la experiencia de ser persona.

Confirmada en la autorreflexión, en la autoconciencia, en la autoorganización de una biografía individual, y también por el intento que hacen los demás por conocernos, por saber cuáles son nuestras intenciones, obteniendo una imagen de unidad y de continuidad sobre "alguien".

Podríamos decir que mientras el cerebro es algo, yo soy alguien. La persona humana es ese "alguien" que tiene cerebro, mente, cuerpo, emociones, ideas...

Mi cerebro no soy yo: yo soy alguien, como Jorge y como Elisa.

Y, si el cerebro me engaña, ¿Quién soy yo?

No es extraño oír a veces expresiones como "El cerebro nos engaña" o "Mi cerebro sabe lo que voy a decidir antes de que yo tome las decisiones" ¿Es eso cierto? La verdad es que no.

Para empezar, igual forma que lo que vemos en la pantalla de un televisor no es el proceso de información codificada que está teniendo lugar en sus circuitos electrónicos, la percepción consciente que tenemos en cada momento no es el proceso fisiológico que está teniendo lugar en los circuitos neuronales del cerebro, sino sólo la forma que éste tiene de hacer inteligible el resultado de ese proceso.

En corto, lo que sentimos conscientemente en cada momento no es lo que está pasando en el cerebro, sino sólo sus conclusiones.

Por tanto, al ser la consciencia el resultado del proceso cerebral es natural que éste último anteceda a aquella, aunque sólo sea en unos milisegundos.

Eso es algo tan natural como que la electricidad circule por el cable antes de que se llegue a encender la bombilla. Lo difícil de entender sería lo contrario.

Pero, además, si nos expresamos diciendo que el cerebro nos engaña, quizá sin darnos cuenta estamos presuponiendo algo que en realidad no existe.

Porque, ¿quién es ese nos del que hablamos?, es decir, ¿quién soy yo?

¿La carcasa que queda cuando se extrae el cerebro de mi cuerpo?

Seamos realistas, si analizamos detenidamente nuestra propia naturaleza no tardamos en damos cuenta de que antes que nada somos nuestro cerebro y la mente que él crea.

Porque si hubiese algo en el cerebro que decide por nosotros, tendríamos que cuestionarnos si dentro de “ese algo” hay también “otro algo” que toma decisiones por él, y así sucesivamente en una fantástica cascada imaginativa comparable a las matriuscas, las bonitas muñecas rusas que nos traemos de recuerdo cuando volvemos de San Petersburgo.

Por extraño que parezca, la mente, más incluso que el cuerpo, es lo más propio y familiar que tenemos, aquello con lo que cada uno de nosotros más se identifica.

Sólo lo que nuestro cerebro y nuestra mente son capaces de percibir o conocer no nos es ajeno.

Lo que no existe en nuestra mente no existe para nosotros y si el cerebro se altera la mente también lo hace.

A pesar de ello, analizándola introspectivamente, mirando cada uno de nosotros hacia su propio interior, podemos tener la errónea sensación de que la mente es algo añadido al cuerpo y diferente a él, en lugar de una manifestación tan inseparable del mismo, particularmente del cerebro, como el movimiento de la rueda.

Aunque resulte paradójico, el único modo que tenemos de conocer nuestro cuerpo es mediante la propia mente, esa mente que él mismo crea y de la que se sirva para producir nuestros pensamientos y emociones.

Es decir, a través la mente llegamos al cuerpo del que ella depende, y no al revés.

Por esa razón, si fuera posible trasplantar el cerebro de un cuerpo a otro lo que en realidad estaríamos haciendo no sería un trasplante de cerebro, sino un trasplante de cuerpo.