Un cerebro estresado resuena en tu cuerpo

Consideramos el estrés como un mecanismo que se activa básicamente como una necesidad biológica cuando hay algo que sentimos como una amenaza y necesita una respuesta.

La forma en que nos sentimos ante el estrés continuado no es agradable, pero experimentarlo no debe considerarse estrictamente malo.

Al contrario, existen situaciones en que el mecanismo del estrés es beneficioso (por ejemplo, cuando nos levantamos por la mañana) o cuando nos ayuda a dar la respuesta adecuada a una amenaza, es un mecanismo de adaptación que es bueno cuando efectivamente estamos bajo peligro.

Se trata de una respuesta intensa y efectiva, que hace que nuestra maquinaria biológica funcione a mayor revolución.

En el cerebro, el proceso se inicia en la amígdala que activa el sistema central de respuesta al estrés, el eje hipotalámico-pituitario-adrenalcortical (HPA), compuesto por el hipotálamo, la glándula pituitaria y la corteza suprarrenal, que regula la hormona del estrés cortisol.

Si se eleva el cortisol, aumentan rápidamente los niveles de glucosa, se acelera la frecuencia cardíaca y aumentar el flujo sanguíneo a los músculos de brazos y piernas.

Son los mecanismos necesarios para poner en marcha una estrategia de “huida”. Pasado el peligro, el sistema funciona para que los niveles hormonales vuelvan a la normalidad.

¡Corre!

En una situación estresante la prioridad biológica es defenderse, y lo hace en base a los instintos primarios de huir o luchar.

Como consecuencia, todas las funciones cognitivas que normalmente se utilizan para resolver otras tareas, pasan a un segundo plano.

Eso explica porque a la mayoría de la gente le cuesta trabajar bajo presión, porque en un nivel de mucha ansiedad y estrés alto el cuerpo prioriza la necesidad de velar por su propio bienestar físico, y no el resto de las cosas que normalmente hacemos.

Esa es la razón por la que se incrementa la irrigación sanguínea hacía los músculos.

Se produce también una mayor alerta en todos los sentidos, por ejemplo, se está más atento a lo que se escucha y ve.

Pero paralelamente, disminuye la habilidad de memoria, de concentrarnos en lo que habitualmente hacemos, que es quizás el deterioro más importante, fruto de la reducción del tamaño del hipocampo.

No es raro entonces sentirse desorganizado y olvidadizo cuando está bajo mucho estrés. sus efectos debilitan de algún modo nuestra memoria, concentración, y atención.

Si nuestra prioridad es percibir el peligro y ver cómo evitarlo, todo lo que no sea relevante para esa tarea queda de lado.

Estrés es adaptación

Nuestra evolución provocó que ese instinto de supervivencia, que se activa, por ejemplo, al caminar por un bosque y ver la aparición de una serpiente, se volviera una respuesta adaptativa necesaria.

Pero esa respuesta es adecuada si sus efectos duran tan solo un cierto lapso de tiempo, porque el individuo no vive constantemente bajo amenaza, sino que se enfrenta a situaciones de riesgo puntuales.

El problema surge en nuestra sociedad de hoy cuando esa respuesta de estrés se manifiesta de forma regular o crónica.

Cuando se habla de una situación puntual es un estrés agudo, y cuando se habla de una situación de amenaza más permanente es un estrés crónico.

La situación que estamos viviendo ahora no es algo agudo, es algo muy intenso y que lamentablemente tiende a cronificarse, lo que genera niveles de ansiedad muy grandes y hace que las personas tengan un nivel de estrés más alto y lamentablemente prolongado.

Así, se concibe la respuesta de estrés como la preparación para una fuerte demanda energética, útil en situaciones de estrés agudo, pero agotadora cuando se establece de forma prolongada (el atasco de tráfico diario, el problema con el jefe que no se resuelve o la hipoteca interminable).

Los efectos del estrés sobre nuestra salud

Mucha gente se siente culpable porque no pueden concentrarse en una tarea.

El cerebro se vuelve más eficiente para las tareas que garantizan nuestra supervivencia física y lo podemos comprobar si observamos cómo nos escondemos o cómo peleamos

El estrés afecta no solo la memoria y muchas otras funciones cerebrales, provocando cambios en estado de ánimo y la ansiedad, sino que también promueve la aparición de procesos inflamación, que afectan negativamente la salud del corazón.

  • La orden parte del cerebro y se crea un eje hipotálamo-hipófisis-adrenal que maneja el sistema de respuesta del estrés.
  • Siempre es igual, sea el estímulo estresante físico, químico o emocional. Todo aquello que rompe el equilibrio pone en marcha la misma respuesta fisiológica.
  • El efecto de la adrenalina y los corticoides actúa sobre todo el organismo y en particular sobre los sistemas de equilibrio homeostático, esa palabreja que describe el fino lenguaje de comunicación entre los sistemas endocrino, nervioso e inmune.
  • El sistema nervioso autónomo tiene dos ramas, simpática y parasimpática, que se desequilibran hacia la primera con el estrés, y que la segunda se trabaja con la respuesta de relajación.

Los síntomas asociados a este desequilibrio se manifiestan en forma de insomnio, alteraciones digestivas, disminución de las defensas, infecciones, autoinmunidad e incluso cáncer.

El cuerpo resuena con los estímulos estresantes de la vida corriente en que estamos inmersos: las prisas, los problemas y las dificultades que mantenidos de forma crónica consiguen desestabilizar el sistema.

La

respuesta de estrés...

  • Aumenta el ritmo cardiaco y sube la tensión arterial.
  • Modifica el ritmo respiratorio y bloquea el diafragma.
  • Altera el metabolismo y paraliza la digestión.
  • Disminuye el impulso sexual e inhibe la inmunidad.
  • Reduce las capacidades cognitivas, la atención, la concentración y la memoria.
  • Desestabiliza el estado emocional.
  • Aumenta el colesterol malo y disminuye el bueno.
  • Incrementa el riesgo de enfermedad cardiovascular y diabetes.
  • Produce pérdida de apetito, úlcera gástrica, colitis y diarrea.

Además, el estrés agrava las enfermedades autoinmunes, como la artritis reumatoide, la esclerosis múltiple y la colitis ulcerosa.

Tanto el estrés como la depresión se han asociado a defectos en la reparación del ADN y a alteraciones en la apoptosis, que constituyen mecanismos básicos de patogénesis en cáncer y enfermedades autoinmunes.

La manera de afrontar el estrés, el estado anímico y la intervención psicológica inciden de forma directa en la evolución y la supervivencia de pacientes con enfermedades graves, como sida, cáncer de mama o enfermedad cardiovascular.

Cerebro estresado

El cómo se responde a eventos estresantes, es algo bastante variable en la población.

Hay personas que son muy resistente al daño del estrés, lo que se conoce como resiliencia.

Tampoco existe una caracterización de género en cómo se responde al estrés, porque las amenazas se producen para todas y todos.

Quizás culturalmente hemos enseñado a la población a responder de forma diferente de acuerdo a los diferentes roles de género, a que las mujeres verbalizan más sus estados emocionales que los hombres, pero no necesariamente por una diferencia biológica, sino porque es parte de nuestra cultura.

Verbalizar, en cualquier caso, es beneficioso porque la verbalización y la interacción reducen estrés al permitir a la persona sentirse acogido y parte de una comunidad.

Al compartir la situación, el hecho de sentir que uno es parte de un grupo disminuye notablemente la ansiedad, en cambio, cuando uno se siente mal y además se siente sólo, la disfunción se acentúa.

Como consecuencia, la primera recomendación para intentar superar el estrés es la interacción y compartirlo con la comunidad.