Psicológicamente, las emociones alteran la atención, hacen subir de rango ciertas conductas guía de respuestas del individuo y activan redes asociativas relevantes en la memoria.
Por su parte, los sentimientos son el resultado de las emociones, son más duraderos en el tiempo y pueden ser verbalizados (palabras).
Fisiológicamente, las emociones organizan rápidamente las respuestas de distintos sistemas biológicos, incluidas las expresiones faciales, los músculos, la voz, la actividad del sistema nervioso autónomo (SNA) y la del sistema endocrino.
Los diversos estados emocionales son causados por la liberación de neurotransmisores u hormonas, que luego convierten estas emociones en sentimientos y finalmente en el lenguaje.
Conductualmente, las emociones sirven para establecer nuestra posición con respecto a nuestro entorno, y nos impulsan hacia ciertas personas, objetos, acciones, ideas y nos alejan de otros.
En resumen, las emociones tienen una función adaptativa de nuestro organismo a lo que nos rodea y, por tanto, las podemos considerar como una especie de gafas a través de las cuales interpretamos tanto la realidad que nos rodea, como nuestro posicionamiento en esa realidad.
En el ser humano la experiencia de una emoción generalmente involucra un conjunto de cogniciones, actitudes y creencias sobre el mundo, que utilizamos para valorar una situación concreta y, por tanto, influyen en el modo en el que se percibe dicha situación.
Lo que nos despierta una emoción no es el hecho en sí, sino la interpretación que hagamos del mismo.
Un recuerdo desagradable, una falta de acierto, una decisión que te quita el sueño… seguro que tienes alguna emoción que no te gusta demasiado y que te encantaría cambiar.
Hoy vamos a repasar de forma resumida un sencillo método que puede ayudarte, consiste en recorrer el proceso Aceptar-Reinterpretar-Ampliar el enfoque o ARA.
El ARA parte de una sencilla idea, pero idea clave: lo que nos despierta una emoción no es el hecho en sí, sino la interpretación que hagamos del mismo.
Eso explica por qué dos personas reaccionan de manera bien distinta ante un mismo acontecimiento como, por ejemplo, romper con tu pareja, no superar una oposición o recibir un correctivo de tu jefe.
Ante los mismos hechos, unos individuos pueden estar “comiéndose la cabeza durante un tiempo considerable, mientras que otros, por su parte, interpretan lo sucedido como una opción de aprendizaje, lo incorpora a su bagaje experiencial y continúa su vida. Más experto, más rico.
De esta forma, el reto de ser capaces de reinterpretar una determinada experiencia considerada a priori como “no positiva”, puede ayudarnos a encajarla mejor e incorporarla a nuestra memoria de acuerdo con un patrón más positivo y por extensión más saludable.
Veamos con algo de detalle las tres fases de las que consta: Aceptación-Reinterpretación-Ampliar el enfoque.
Aceptación
Darte permiso para experimentar la emoción que produce el hecho ocurrido será siempre el primer paso para comenzar a integrar tu reacción.
Si nos empeñamos en negarlo (“no me pasa nada”) o en culpar al mundo de lo que nos ocurre (el origen de la situación conflictiva siempre es el otro), no conseguiremos salir de dicha emoción.
¿Qué ayuda a aceptarlo?
Dejarnos de excusas, asumir que nos equivocamos o, como dice Tal Ben-Shahar, profesor de psicología positiva en Harvard, darnos permiso para ser humanos.
A veces el problema surge porque no somos capaces de reconocer una emoción.
Podemos tener miedo, tristeza o enfado y no saber qué palabras ponerle.
Para ello, es útil hablarlo, aunque no seamos precisos, escribirlo o, al menos, experimentarlo físicamente a través de preguntas, del estilo de ¿qué sensaciones experimento? ¿cómo me afectan?
Reinterpretación
Una vez que una emoción ya se ha aceptado, se puede reconstruir, reprocesar, es decir, darle una nueva interpretación, esta vez más positiva.
El objetivo es dejar de considerar la emoción en concreto como un problema, del que somos un mero sujeto pasivo… y contemplar su efecto como un desafío que te invita a dar lo mejor de ti mismo.
Lo que ayuda en este punto es comenzar a hacerse nuevas preguntas: ¿Qué puedo aprender de todo ello? ¿Qué beneficio me aporta? ¿Cómo me puede ayudar a mejorar?
También es interesante contar con alguien en el que apoyarte, no que se compadezca de ti y te refuerce en la espiral negativa, sino que te dé un enfoque diferente, más amplio. Que te ayude a pensar de otra manera.
Ampliar el enfoque
El último apartado consiste en relativizar la experiencia para no situarla en el centro de nuestra existencia.
Un divorcio se puede vivir como un drama, pero en perspectiva puede significar un alivio vital ante el descubrimiento de no haber elegido la persona adecuada.
Un despido puede ser la oportunidad de reenfocar una carrera profesional mal orientada en una decisión apresurada fruto de la inexperiencia.
En ambos casos, podemos disfrutar de la enorme experiencia de vivir una segunda oportunidad.
La regla 10-10-10 ayuda a conseguirlo, porque nos obliga a contemplar el impacto de lo sucedido en los próximos 10 minutos, 10 meses o 10 años.
Una vez que hayamos adquirido la costumbre de tomar perspectiva, nos damos cuenta sin esfuerzo de que las cosas que nos dañan son solo una parte y que tenemos muchas otras cosas positivas que agradecer.
En definitiva, el método ARA ayuda a reconsiderar los efectos que las emociones ocasionan a nuestro eje cuerpo-mente y eso se logra si somos capaces de aceptarlas, contemplarlas de un modo más amable y tomar perspectiva para relativizarlas en su justa medida.
De este modo conseguiremos que una mala experiencia potencial se convierta en un aprendizaje real útil para el futuro.