Todo está en nuestra mente

Desde hace décadas, el neurocientífico español Ignacio Morgado ha iniciado, como muchos de sus colegas, un viaje de conocimiento hacia el cerebro humano. Piensa, sin embargo, que es un viaje sin fin porque nunca se llegará a conocerlo del todo. Morgado, autor de numerosos libros de neurociencia –el último, Materia gris (Planeta)–, participó en el reciente Hay Festival de Arequipa. Nosotros pudimos dialogar vía Zoom.

¿Qué es el cerebro? ¿Un intrauniverso al que nunca vamos a llegar a conocer en su totalidad?

Eso es lo que pienso, exactamente. Llegaremos a conocer muchísimas cosas del cerebro, pero en su totalidad, pienso que no.

Por ejemplo, creo que nunca vamos a llegar a saber, al menos con el cerebro que tenemos los humanos de hoy, cómo el cerebro crea la imaginación, la subjetividad, esa parte de nuestra mente consciente que nos hace sentir que somos más que pura materia.

Pero lo que sí sabemos es que esa capacidad consciente que tiene el cerebro humano es el resultado de las, aproximadamente, 86 mil millones de neuronas que tenemos dentro de nuestra cabeza.

Es decir, el cerebro crea la imaginación, pero no sabemos cómo la crea. Ni para plantear una hipótesis. Eso me hace pensar que nuestro cerebro no tiene capacidad para entender ese aspecto, así como el cerebro de un chimpancé no entiende una raíz cuadrada.

Ha dicho que el cerebro es una fábrica de ilusiones. ¿Cómo así?

El cerebro no nos permite percibir el mundo tal como es sino de una forma especial. Por ejemplo, fuera de nosotros no hay luz, solo hay energía electromagnética, fotones, partículas.

Sin embargo, nuestro cerebro no percibe esas partículas, esa energía electromagnética como tales, la percibe como luz.

Es decir, nuestros ojos y los nervios visuales llevan esa información al cerebro, con esa información, crea la luz, la imaginación luminosa.

Igual el olfato. El olor del café caliente diríamos que está allí, saliendo de la taza, pero no es verdad. De la taza solo salen moléculas que nuestro cerebro transforma en olor.

Fuera de nosotros no hay nada, todo está en nuestra mente.

¿Somos pensamiento? Descartes decía “pienso luego existo”.

Tenía razón, porque gracias a la capacidad de pensar que tenemos podemos saber que existimos. Nos pasaría lo que le ocurre exactamente a una planta, vive, pero como no piensa, no sabe que existe.

Descartes dice “pienso luego existo”, yo lo diría así: “pensando me doy cuenta de que existo”.

Nuestras vidas son acciones, muchas no obedecen a nuestra racionalidad sino a la memoria.

Sí, ciertamente, una importante parte de nuestro comportamiento es automático.

Ya está creado la forma de reaccionar ante determinadas circunstancias. Cuando manejas un coche y ves un semáforo rojo, no hace falta que lo pienses. Es una memoria implícita, de hábitos, que se va creando a lo largo de nuestra vida y nos facilita la existencia.

Imagínese si para cada cosa tendríamos que reflexionar...El instinto de conservación es automático y por ello hemos sobrevivido. 

Imagínese que ante la velocidad de un peligro nos pongamos a pensar si hacemos esto o lo otro. Cuando lo hayamos decidido podría ser demasiado tarde.

La neurociencia tiene preguntas que en literatura las respuestas serían de ciencia ficción.

Así como pienso que nunca vamos a llegar a conocer cómo es la subjetividad, si creo que la neurociencia nos va a llevar a conocer las enfermedades mentales, sus causas y a librarnos de ellas.

Es algo que sí está en nuestras manos. Siempre nos preguntan cuándo. No les puedo decir cuándo, pero sí puedo decir que muchos logros de la medicina aparecieron cuando menos lo esperaban los científicos.

La penicilina se descubrió de una manera fortuita, pero eso sí se descubrió en un laboratorio de bioquímica y no en un taller de carpintería. Las cosas tienen que ocurrir en el sitio donde tienen que ocurrir.

Decía ciencia ficción porque acaso el pensamiento es como una nave que viaja a los misterios del cerebro que nunca va a descubrir...

Es cierto, pero le voy a decir una característica que tiene nuestro pensamiento consciente, que es engañosa.

O sea, creemos que somos capaces en pensar en cualquier cosa, sentimos una gran libertad de pensamiento.

Una amiga me decía: “no pienso lo que quiero, pienso lo que puedo”. Tiene razón. Yo pienso que la mente humana es como una jaula que no tiene puertas y que estamos encerrados dentro de ella.

Todo lo que podemos hacer es lo que cabe dentro de esa jaula, pero nada de lo que está más allá de esa jaula está a nuestro alcance, porque no podemos salir de esa jaula.

¿Qué es la locura? ¿Es una secuencia o consecuencia de una lesión física o psíquica en el cerebro?

No hay nada psíquico que no sea en el fondo físico también. Durante mucho tiempo se creyó que la enfermedad mental no era una enfermedad del cerebro. Tuvo que saberse mucho de cómo son las neuronas y cómo funcionan para que nos diéramos cuenta de que las enfermedades son los que usted me acaba de decir, lesiones en el cerebro.

Por ejemplo, el Parkinson es debido a que determinadas neuronas del cerebro dejan de fabricar una sustancia llamada dopamina, por eso esta enfermedad se alivia, en parte, inyectando a los enfermos una sustancia que aumenta dopamina.

El Alzheimer resulta de unas placas de proteínas que se meten como ramas o bolas, como basuras, entre las neuronas e impiden que funcionen, lo que no sabemos es cómo se forman esa basura. Estas dos enfermedades resultan de las lesiones del cerebro.

El escritor Charles Dickens tenía una fijación por los muertos. En los diarios buscaba noticias de muertes. Iba a la morgue como quien va al cine. Acompañaba a la policía a donde había muertos. ¿Padecía un mal cerebral?

Era un necrófilo. No le podría decir qué había en su cerebro. Yo creo que esa afición debería ser más cultural que biológica, de cómo vivió y creció en Londres.

Le voy a contar algo especial que nunca he contado a nadie. Cuando yo era un niño, en mi pueblo, recuerdo que al hospital llevaban a los muertos para hacerle la autopsia. Yo, como niño que era, no sabía qué era eso, pero yo moría de curiosidad por ir al hospital, pero nunca me dejaron.

Me sorprendí mucho cuando supe que la autopsia consistía en abrirle el cuerpo al muerto. O sea, yo también tuve mi interés necrofílico en mi infancia, aunque no exagerado como Dickens (risas).

¿La cultura educa al cerebro?

Absolutamente. Le diré más, la educación es uno de los instrumentos más poderosos que existe, probablemente el que más, para cambiar el comportamiento de las personas. Para convertir a una persona mala en buena y buena en mala.

Si la educación no cambiara las neuronas y el cerebro, no serviría para nada. La labor de los millones de maestros que en todo el mundo enseñan y educan no serviría de mucho.

La educación cambia el cerebro. Cada vez que aprendemos algo, algo ha cambiado en nuestro cerebro. Nunca salimos de una situación cultural con el mismo cerebro con el que entramos.

Tuneado del artículo publicado en www.republica.pe

Autor: Pedro Escribano