Somos lo que comemos: rompiendo esquemas

Como especie, hemos sido moldeados por la naturaleza a lo largo de miles de generaciones.

Durante casi los últimos 2,6 millones de años, la dieta de nuestros ancestros consistía en animales silvestres y frutas y verduras de temporada.

Hoy en día, la alimentación de la mayoría gira en torno a los cereales y a los carbohidratos, y muchos de estos alimentos contienen gluten, la proteína arruinaintestinos y alteramicrobiomas por excelencia, cuyos efectos negativos llegan hasta el cerebro.

Dejando a un lado el factor gluten, una de las principales razones por las que consumir tantos cereales y carbohidratos resulta tan nocivo para la salud es porque provocan picos de azúcar en sangre, a diferencia de alimentos como la carne, el pescado, las aves y las verduras.

Ya sabes lo pernicioso que resulta el exceso de azúcar en sangre para el cuerpo y el equilibrio de la flora intestinal.

Cuantos más azúcares consumas, aunque sean artificiales, más enfermará el microbioma.

Desde un punto de vista meramente tecnológico, hemos avanzado mucho desde el Paleolítico, aunque millones de nosotros seguimos sufriendo innecesariamente por problemas de salud.

Es inaceptable que las enfermedades no contagiosas y prevenibles sean responsables de más muertes en todo el mundo que el conjunto de las enfermedades restantes. ¿Cómo es posible?

Vivimos más tiempo que las generaciones anteriores, pero no necesariamente mejor. No hemos logrado evitar ni curar enfermedades que somos susceptibles de padecer en la vejez.

No conozco a nadie que quiera llegar a los 100 sabiendo que en sus últimos veinte años tendrá una mala calidad de vida.

Estoy convencido de que el cambio de dieta durante el último siglo es responsable de muchas de nuestras dolencias actuales.

Al pasar de una dieta alta en grasas, alta en fibra y baja en carbohidratos a una baja en grasas, baja en fibra y alta en carbohidratos, hemos comenzado a padecer trastornos crónicos relacionados con el cerebro.

Aunque te resulte difícil de creer, tu cerebro, a pesar de su inteligencia y capacidad, no es tan distinto al de nuestros ancestros nacidos hace decenas de miles de años.

Ambos evolucionaron y optaron por los alimentos altos en grasas y azúcar, pues es un mecanismo de supervivencia primitivo.

El hombre primitivo debía cazar sus alimentos, ya que solo comía carne (alta en grasas) y pescado, y ocasionalmente azúcares de origen vegetal y, si la temporada lo permitía, frutas.

Tú no necesitas recurrir a la caza porque tienes acceso a todo tipo de grasas y azúcares procesados.

Tu ancestro primitivo y tú tenéis cerebros que funcionan de la misma forma, pero las fuentes de nutrientes de cada uno son del todo distintas.

Ya sabes que las dietas altas en azúcares y bajas en fibras alimentan las bacterias dañinas y aumentan el riesgo de permeabilidad intestinal, daño mitocondrial, afectaciones inmunológicas e inflamación generalizada que puede llegar al cerebro.

Y sabes también que es un círculo vicioso, y que todos estos efectos atacan aún más el equilibrio microbiano.

Como bien sabemos, es que la grasa y no los carbohidratos el combustible predilecto del metabolismo humano y lo ha sido durante el transcurso de toda la evolución humana.

Claro que para ello hay que elegir grasas de buena calidad, y no alimentos «altos en colesterol».

Permíteme resumir aquí los principales argumentos para situarlos en el contexto del microbioma.

El famoso estudio del corazón de Framingham es una de las investigaciones más atesoradas y reverenciadas que se han hecho en Estados Unidos.

Ha aportado montones de datos a nuestra comprensión de ciertos factores de riesgo de algunas enfermedades.

Aunque fue diseñado originalmente para identificar factores o características comunes que contribuyen al desarrollo de cardiopatías, desde entonces ha revelado factores de riesgo de múltiples trastornos, incluidas enfermedades relacionadas con el cerebro.

También ha puesto en evidencia la relación entre cualidades físicas y patrones genéticos.

Entre los múltiples estudios reveladores que han surgido a partir del estudio de Framingham original, hubo uno realizado a mediados de la primera década del siglo XXI por investigadores de la Universidad de Boston, quienes analizaron la relación entre el nivel de colesterol total y la función cognitiva.

Examinaron a 789 hombres y a 1.105 mujeres, ninguno de los cuales padecía demencia ni había tenido una apoplejía al comienzo del estudio, y a quienes se les dio seguimiento entre 16 y 28 años.

Cada 4 o 6 años, se les realizaron análisis cognitivos para evaluar cualidades que se ven afectadas en personas con Alzheimer, como la memoria, el aprendizaje, la formación de conceptos, la concentración, la atención, el razonamiento abstracto y las capacidades organizativas.

Según el informe del estudio, publicado en 2005, «los niveles bajos de colesterol total que ocurren de manera natural se asocian con una función cognitiva deficiente, la cual exigía bastante en términos de razonamiento abstracto, atención/ concentración, fluidez verbal y funcionamiento ejecutivo».

Dicho de otro modo, la gente con los niveles más altos de colesterol tenía una mayor capacidad en análisis cognitivos que aquellos que presentaban niveles bajos.

Esto sugiere que, hablando de colesterol y del cerebro, existe un factor de protección.

Las investigaciones más recientes en todo el mundo siguen subvirtiendo la sabiduría convencional.

La cardiopatía isquémica, una de las causas principales de infarto al corazón, seguramente está más relacionada con la inflamación que con los niveles elevados de colesterol.

Y el razonamiento que sustenta esta afirmación tiene que ver con el papel del colesterol como nutriente cerebral esencial para el funcionamiento de las neuronas.

También desempeña un papel fundamental en la construcción de las membranas celulares.

Además, el colesterol actúa como antioxidante y precursor de importantes moléculas para el cerebro, entre ellas la vitamina D, así como de hormonas cercanas a los esteroides (por ejemplo, hormonas sexuales como testosterona y estrógeno).

El cerebro necesita grandes cantidades de colesterol como fuente de combustible, pero las neuronas por sí solas no pueden generarlo en cantidades significativas.

Por lo tanto, dependen del colesterol que llega al torrente sanguíneo a través de una partícula transportadora especial llamada lipoproteína de baja densidad (LDL).

Esta es la misma proteína que suele ser satanizada por considerarla «colesterol malo».

Pero la LDL no tiene nada de malo, ya que en realidad no es una molécula de colesterol, ni buena ni mala; es un vehículo que transporta el colesterol, que es vital, de la sangre a las neuronas cerebrales.

Recientes hallazgos científicos demuestran que, cuando los niveles de colesterol son bajos, el cerebro no funciona a niveles óptimos.

Las personas con colesterol bajo tienen un riesgo mucho mayor de desarrollar problemas neurológicos, desde depresión hasta demencia.

Uno de los primeros estudios que determinó la diferencia de contenido graso entre el cerebro de pacientes con Alzheimer y cerebros humanos sanos fue llevado a cabo por investigadores daneses y publicado en 1998.

En su investigación, realizada con pacientes fallecidos, los científicos descubrieron que aquellos que padecían Alzheimer tenían cantidades significativamente menores de grasa en el líquido cefalorraquídeo, sobre todo colesterol y ácidos grasos libres, que el grupo de control.

"Si todavía no ves la conexión entre la alimentación baja en carbohidratos, alta en grasas, alta en fibra y el microbioma, permíteme ayudarte.

Esta dieta en particular proporciona los ingredientes para nutrir no solo un cuerpo sano (y, por tanto, un microbioma saludable), sino también un cerebro sano.

Una dieta que mantiene el azúcar en sangre equilibrado mantiene también el equilibrio bacteriano en el intestino.

Una dieta alta en fuentes ricas en fibra, las cuales se obtienen de las frutas y verduras frescas, alimenta las bacterias beneficiosas y promueve el equilibrio adecuado de los AGV que mantienen en buen estado el revestimiento intestinal.

Una dieta sin gluten dañino inclina la balanza aún más hacia un ecosistema intestinal sano y una fisiología cerebral saludable.

Además, una alimentación que sea intrínsecamente antiinflamatoria también es buena para el intestino y el cerebro.

Ten en cuenta que la dieta para alimentar el cerebro necesita que el plato fuerte contenga principalmente frutas y verduras altas en fibra que crecen por encima de la tierra, y que la carne sea más bien la guarnición.

Con demasiada frecuencia, la gente cree que una dieta baja en carbohidratos consiste en comer cantidades copiosas de carne y otras fuentes de proteína.

Sin embargo, un plato ideal según el protocolo de "Alimenta tu cerebro" es una porción grande de verduras (2/ 3 partes del plato) y entre 85 y 110 gramos de proteína.

Los productos de origen animal deben ser la guarnición, no el plato fuerte.

Las grasas que comerás serán aquellas que se encuentran de forma natural en la proteína, las usadas como ingredientes para preparar los platos de proteína y las verduras —como mantequilla y aceite de oliva—, y las provenientes de frutos secos y semillas.

La belleza del protocolo de “Alimenta tu cerebro” es que no necesitas preocuparte por controlar las porciones.

Si te concentras en lo que comes y sigues estas directrices, los sistemas naturales de control de apetito del cuerpo entrarán en acción y comerás las cantidades adecuadas para cubrir las necesidades de energía del cuerpo.

Extracto del libro “Alimenta tu Cerebro”
Autor: David Perlmutter