Si no cambias tu ritmo, la vida hará que frenes de golpe

El movimiento lento o movimiento slow nació en Italia en los años ochenta del siglo pasado como reacción a la proliferación de establecimientos de comida rápida.

Desde entonces, dicho movimiento ha ampliado su radio de acción a muchos otros ámbitos más allá del culinario, hasta llegar a convertirse en una reivindicación global: hoy en día se habla ya de ciudades lentas, de crianza lenta, de lectura lenta e incluso de sexo lento.

Estas cuatro sencillas estrategias pueden ayudarnos mucho a empezar a disfrutar de los beneficios de una vida baja en revoluciones:

Dormir más

Puede parecer obvio, pero seguro que muchos tenemos en mente el típico retrato del emprendedor, artista o celebridad de éxito que solo necesita dormir cuatro o cinco horas al día.

La narrativa del éxito está plagada de ejemplos de este tipo.

¿Alguien ha leído alguna vez un caso de estudio en el que el sujeto exitoso en cuestión durmiera diez o doce horas al día?

Somos uno de los países que menos horas dedica al sueño, y dormir lo necesario nos mantiene saludables, regenera la piel y las células, nos vuelve más optimistas y nos ayuda a conservar el buen humor.

Dejar el teléfono en casa

Puede que al principio te dé miedo hacerlo. En ese caso empieza por salir a hacer un recado, solo diez minutos, sin tu móvil.

Poco a poco verás que el mundo no se acaba solo porque se te acumulen unas cuantas notificaciones o mensajes sin leer.

La idea es ampliar con el tiempo los espacios sin móvil. También puedes ponerlo en modo avión cuando estés en casa.

Un ejercicio de lectura lenta

Decía Nietzsche que él era un filólogo tranquilo, esto es, un maestro de la lectura lenta.

Hoy en día leemos poco, deprisa y de forma fragmentada. Internet nos alienta a consumir micro-noticias y titulares cada poco rato con el fin de estar informados.

Hemos aprendido a quedarnos con las primeras líneas de los artículos para saltar inmediatamente al siguiente, a leer de reojo un titular mientras vemos la televisión o revolvemos el guiso.

Nos obsesiona la productividad y nos olvidamos del placer de leer.

La propuesta de este ejercicio es volver a hacerlo con calma. No importa si se trata de un texto online u offline, nos tomaremos el tiempo necesario para leerlo entero con un ritmo pausado, buscando las palabras que no entendamos, reflexionando sobre él, conversando con amigos acerca de lo leído.

Un estudio británico demostró que solo seis minutos de lectura lenta son más eficaces para reducir el estrés que tomarse una infusión o escuchar una canción que nos relaje.

Párate un segundo

Pregúntate: ¿realmente soy yo quien tiene tanta prisa?

Repite esta frase cuando te sientas estresado o abrumado.

Observa si la tarea que debes realizar es de verdad prioritaria, y si estás dejando de lado tus propias necesidades para completarla.

Pon en cuestión constantemente tu sensación de urgencia y ordena tus prioridades.

Imagínate que sales a dar un paseo por un parque cercano a casa.

Tu teléfono vibra y ves un mensaje del trabajo pidiéndote que hagas algo.

Luego recibes otro mensaje de un amigo, que te pregunta por vuestros planes para mañana.

¿Es urgente responder a esos mensajes en ese preciso momento?

¿Estás priorizando adecuadamente si lo haces?

No pasa nada por dejar las cosas para más tarde, o para mañana.

Cambiar creencias

Para adoptar un estilo de vida lento debemos empezar a pensar distinto.

Deja a un lado la idea de que siempre tienes que estar ocupado, conectado y productivo.

Es muy importante para la salud física y mental tener tiempo para ser improductivo y perezoso.

Vivir lento también implica decir «no» a muchas cosas que no nos apetece hacer.

La lista de obligaciones y tareas es larga, y siempre hay algunas inexcusables, aunque también hay muchas que hacemos solo porque creemos que debemos hacerlas.

Podemos empezar a eliminar estas últimas para abrir espacios vacíos en los que ejercitar nuestro derecho a la pereza.

Reflexionemos sobre nuestras prioridades

Pero nunca lo hacemos. Algo falla. Nos falta saber qué es importante y qué no, nos falta saber priorizar.

Somos perfeccionistas, exigentes y poco compasivos con nuestros errores.

No es solo el ritmo de vida que nos marca la sociedad. Es el nivel de exigencia que establecemos con nosotros mismos.

En el equívoco de querer hacer todo, querer hacerlo bien y querer hacerlo ahora, intentamos hacerlo con prisa, a la voz de «ya» … corre, rápido, venga que no llegamos, caminamos corriendo, comemos corriendo, vestimos a los niños corriendo, nos maquillamos en el espejo del coche durante el rojo de un semáforo… y jugamos con nuestra salud con cada acelerón que pegamos.

Porque no debemos olvidar, cada acelerón nos deja una arruga, una cana, un sistema inmune vulnerable, una emoción de tristeza, o un sinsentido de nuestra vida.

O decidimos en firme, con consciencia y determinación, elegir otro ritmo de vida o será la vida la que un día elija darnos un susto y ponernos patas arriba.

Pensamos que estar en varias cosas a la vez y que ir rápido y corriendo incrementa nuestra eficacia.

Pero es un error.

Lo que se incrementa con ese ritmo acelerado es nuestro estrés.

Si piensan que al bajar el ritmo dejarán de llegar a todo, puede que estén en lo cierto.

Pero igual es que llegar a todo no es lo correcto, si llegar a todo es dejar de llegar a tu salud física y mental.

Porque no hay nada peor que verte meses de baja por no haber escuchado las señales de tu cuerpo y de tu mente.

Es hora de tomar decisiones

¿Te sientes irritado, agresivo, con ganas de llorar y no sabes por qué, cansado todo el día, robando horas al sueño, con poco o nulo autocontrol, saltándote tus hábitos de vida saludables porque no tienes tiempo ni motivación para cuidarte?

Bajar el ritmo significa:

  1. Andar o conducir más despacio.
  2. Comer sentado, cuidar lo que comes y no saltar a por la primera croqueta como si no hubiera un mañana.
  3. Desconectar del trabajo al salir del trabajo. ¿Sabían que siete de cada diez españoles siguen conectados a su trabajo después de su horario laboral? ¿Eres uno de ellos?
  4. Conocer el nombre de nuestros vecinos, hablar con amigos y conocidos e interesarnos por ellos, por sus vidas, por los suyos.
  5. Practicar el consumo responsable y el comercio justo. Lo siento, no puedes aliviar tus frustraciones con pequeñas compras que aparentemente te dan felicidad. Porque esa felicidad es efímera.
  6. Meditar… por tu salud física y mental.
  7. Tener tiempo para observar, sentir que respiras, para tener pequeños momentos al día en los que estar contigo.
  8. Ser capaces de tener momentos de desconexión tecnológicos. ¿Sabes lo que es el FOMO? Significa “Fear Of Missing Out”. Es el miedo a perdernos algo que esté pasando ahora.

¿Por qué punto has pensado empezar?

Manos a la obra, pero despacito. Empieza hoy a vivir la vida “slow”.