Seis segundos que te pueden cambiar la vida

Nuestra sociedad actual exige tomar decisiones constantemente, elegir entre distintas posibilidades, optar por una y desechar el resto…

Y, a veces, no es fácil hacerlo.

Pese a ser ésta una experiencia común a todos los seres humanos, no recuerdo haber tenido en mis muchos años de formación una asignatura sobre esta materia…

Y estoy convencido de que nos resultaría extremadamente útil.

Solemos ser autodidactas en una de las cuestiones capitales de nuestra existencia… Y no siempre acertamos con la forma adecuada de proceder.

Seguro que alguna vez has hecho algo en caliente y después te has arrepentido.

Puede ser responder rápidamente un correo electrónico que te ha molestado o decir lo primero que se te pasa por la cabeza ante un comentario que interpretas como desafortunado. Cualquier cosa que no haya sido suficientemente meditada.

Entre la primera respuesta incendiaria y la puesta en marcha de nuestra capacidad de razonar pasan, al menos, seis segundos.

Esto es así porque tenemos dos partes diferenciadas en nuestro cerebro, explicado de un modo sencillo: la corteza cerebral, con la que razonamos; y el sistema límbico, el encargado de las emociones.

En este último, se encuentra nuestra amígdala cerebral y la responsable, fundamentalmente, de registrar respuestas automáticas de huida, ataque o innacción ante las amenazas.

Cuando algo despierta nuestra emoción con intensidad, consigue que nuestra amígdala tome el control y que respondamos de manera automática, sin que intervenga la corteza.

Hoy dedicaremos un ratito en nuestro camino en reflexionar sobre este importante proceso al que nadie puede sustraerse.

Para ello vamos a seguir las pautas recogidas en el libro “Sí o no, guía práctica para tomar mejores decisiones” de Spencer Johnson (el autor de “¿quién se ha llevado mi queso?”).

Un libro más que recomendable, sintetizado en un esquema que me resulta tremendamente práctico a la hora de aplicar sus recomendaciones:
  • Las malas decisiones se basan en ilusiones que, en su momento, consideramos como realidades; mientras que las decisiones acertadas se basan en realidades reconocidas a tiempo.
  • Debemos tener cuidado porque tendemos a sentirnos más seguros con lo conocido, aunque no sea lo más eficaz. Para tomar la mejor decisión, lo primero es dejar de ejecutar una decisión no acertada porque, sólo cuando aquello que no te funciona queda definitivamente fuera de tu camino, te ves realmente libre para encontrar algo mejor.
  • Es tan importante en el momento de tomar una decisión tanto el cuándo, como lo que decidimos hacer.
  • No hay cosas complicadas, sólo complejas: hay que analizarlas por separado para encontrar soluciones simples y evidentes. A partir de ahí, unirlas para solucionarlo todo como una unidad.
  • Las decisiones deben tomarse con la cabeza fría y con el corazón caliente (la mayoría solo usamos una de las dos alternativas). Aplicar la siguiente regla de oro: Primero hay que utilizar la cabeza. Si la respuesta es “quizás”, entonces debe usarse el corazón.
Las siguientes recomendaciones te ayudarán a estructurar tu pensamiento ante una toma de decisiones compleja. Si te respondes con sinceridad a estas seis preguntas antes de tomar una decisión importante seguro que las posibilidades de que aciertes en tu elección se multiplicarán exponencialmente.

1. ¿Me encuentro ante un deseo o una realidad?
  • No es lo mismo, y no debemos confundir, el deseo con la necesidad. Queremos muchas cosas, pero necesitamos muy pocas.
  • Deseo: apetencia, ¿qué me gustaría poder hacer?
  • Necesidad: lo que la situación requiere, ¿qué me gustaría haber hecho?
  • Hay que establecer la necesidad real como objetivo para poder decir sí a todo lo que nos aproxime a su consecución y no a todo lo que nos aleje. Esto, además facilita la toma de decisiones intermedias.
2. ¿Tengo contempladas las opciones disponibles?
  • Se tarda menos en tomar una buena decisión que en corregir otra mala.
  • El miedo puede llevarte a pensar que no tienes opciones. Tranquilízate, sólo pasa que todavía no eres consciente de ellas.
  • Hablar con gente con más experiencia, leer y observar son distintos caminos para obtener información sobre las opciones disponibles.
  • ¿Cuándo tengo la información necesaria? Cuando puedo tomar una decisión mejor, aunque no sea la mejor.
  • Una mayor información supone una mayor conciencia de opciones disponibles.
3. ¿Lo estoy pensando a fondo?
  • Examinar las decisiones pasadas y sus correspondientes resultados.
  • Anticiparse a todo lo que puede suceder: ¿qué puede pasar? ¿Y luego? ¿Qué opciones tengo en cada caso?
  • Cuando no pensamos a fondo nuestras decisiones suele ser porque creemos que no tendrán efectos más que a corto plazo. Pero a menudo no es así.
  • Aplicar la regla del 10-10-10. Si tomo esta decisión ahora, que impacto tendrá dentro de 10 días, diez semanas, diez meses.
4. ¿En mi razonamiento estoy siendo honesto conmigo mismo?
  • Ni sobrevalorarte ni infravalorarte.
  • Los demás suelen ver nuestros errores con más facilidad que nosotros mismos.
5. ¿Estoy teniendo en cuenta mi intuición? ¿Cómo me siento con esta decisión?
  • La intuición es mi experiencia anterior almacenada por el inconsciente y manifestada en forma de sentimiento.
6. ¿Decidiría igual si no tuviera miedo?

Vale la pena dedicar unos minutos a estas reflexiones, porque tanto el acierto como el error tienen consecuencias que pueden impactar el resto de la vida.