Jane Elliot profesora de una pequeña población de Iowa, decidió mostrar a su clase qué eran los prejuicios. Les preguntó a sus alumnos si sabían lo que se sentía al ser juzgado por el color de la piel.
Casi todos contestaron que sí. Pero ella no estaba tan segura, de manera que inició lo que iba a convertirse en un famoso experimento.
Anuncio que los alumnos de ojos azules “eran las mejores personas del aula”. Y añadió:
“Los alumnos de ojos castaños no podéis beber directamente de la Fuente. Tendréis que usar un vaso de plástico.
Los de ojos castaños no jugareis con los de ojos azules en el patio, porque no sois tan buenos como ellos.
A partir de hoy, los de ojos castaños vais a llevar un collar, para que ya desde lejos podamos saber de qué color son vuestros ojos.
A partir de hoy comenzaréis a daros cuenta de que perdemos mucho tiempo esperando a la gente de los castaños”.
Momentos más tarde Jane busca con la mirada su regla, y dos niños levantan la mano.
Rex le señala dónde está la regla, y Ray afirma solicito: “Señora Elliot, es mejor que la ponga sobre el escritorio por si a de los de piel castaña (sic), los de ojos castaños se desmandan”.
Hace poco tiempo estuve con esos muchachos que ahora son dos adultos: Rex Kozak y Ray Hansen.
Los dos tienen los ojos azules.
Les pregunté si recordaba su comportamiento de aquel día.
Ray afirmó “me porté tremendamente mal con mis amigos. No paré de meterme con mis amigos de ojos castaños, tan solo en beneficio propio”.
Recordó que en aquel momento tenía el pelo bastante rubio y los ojos bastante azules, “…y me convertí en el perfecto nazi. No hacía más que buscar la manera de ser malo con mis compañeros, incluso con los que horas o minutos antes había sido mis mejores amigos”.
Para compensar
Al día siguiente, Jane invirtió el experimento y anunció a la clase.“Los que tienen ojos castaños se pueden quitar los collares. Y podéis poner vuestro collar a una persona de ojos azules. Los de ojos castaños tienen cinco minutos extra de recreo. A los de ojos azules no se les permite utilizar los juegos infantiles del patio en ningún momento. Los de ojos azules no jugarán con los de los castaños, los de ojos castaños son mejores que los de ojos azules”.
Rex describió lo que supuso esa inversión: “todo tu mundo queda hecho trizas de una manera que nunca había experimentado”.
Cuando Ray pasó a formar parte del grupo menos favorecido, sintió una profunda sensación de pérdida de personalidad y del yo, y tuvo la impresión de que le resultaba casi imposible seguir con su vida.
Una de las cosas más importantes que aprendemos como humanos es a ver las cosas con perspectiva.
Y eso es algo que los niños no suelen practicar lo suficiente.
Cuando uno se ve obligado a comprender qué se siente al estar la piel de otro, se abren nuevos caminos cognitivos. Después del ejercicio en el aula de la señora Elliot, Rex evitó más que antes expresar opiniones racistas; recuerda haberle dicho a su padre: “esto no es correcto”.
Rex recuerda ese momento con cariño: se sintió reafirmado y supo que había comenzado a cambiar como persona.
La astucia del ejercicio de los ojos azules y castaños consistió en que Jane Elliot cambió el grupo favorecido, lo cual permitió a los niños extraer una lección más general: que las reglas pueden ser arbitrarias.
Consecuencias
Los niños aprendieron que las verdades del mundo no son algo fijo, y que tampoco tienen porque ser ciertas.Este ejercicio consiguió que los niños pudieran ver más allá de los pretextos y engaños de las agendas políticas y formarán sus propias opiniones, sin duda una habilidad que todos queremos para nuestros hijos.
El genocidio solo es posible cuando la deshumanización sucede a gran escala, y la herramienta perfecta es la propaganda, pues encaja totalmente con las redes neuronales que sirven para comprender a los demás y rebaja la empatía que sentimos hacia ellos.
Hemos visto que nuestros cerebros pueden ser manipulados por programas políticos para deshumanizar a los demás, cosa que luego puede despertar lado más oscuro de la gente.
La educación desempeña un papel fundamental a la hora de prevenir el genocidio.
Solo comprendiendo el instinto neuronal que nos lleva a formar grupos de pertenencia y de no pertenencia (y los trucos habituales que utiliza la propaganda para manipular ese instinto) podemos albergar la esperanza de interrumpir esa deshumanización que acaba en atrocidades en masa.
Extracto parcial del capítulo 5 del libro “El cerebro”
Autor: David Eagleman
Ed.: Anagrama