Resultados de un viaje especial

El año pasado planificamos un viaje muy especial.

Con Paloma todos los viajes son especiales, pero en esta ocasión, además, se unían varias circunstancias que reforzaban esa condición.

Origen del viaje

La primera era la propia razón del viaje, una especie de deseo de aprovechar la “última oportunidad” a tenor de cómo iban avanzando los resultados de mis últimas analíticas. El por qué.

Paloma había decidido solicitar un permiso sin sueldo en el trabajo con el fin de poder gozar de un mayor número de días y eso nos había permitido acceder a opciones de viaje más ambiciosas que las habituales.

La segunda razón por la que el viaje era especial radicaba tanto en los 45 días que íbamos a tener por delante como por los lugares que teníamos previsto visitar. Espacio y tiempo.

Más de 10 países, desde Alaska hasta Brasil, cruzando el ecuador y el Cabo de Hornos. Toda la costa del Pacífico americano y una buena parte de la del Atlántico.

A todas luces un auto-regalo de primera magnitud.

Una valiosa oportunidad de aprendizaje y reflexión.

La tercera razón derivaba de nuestra imperiosa necesidad de descanso activo.

Con mes y medio por delante, convinimos que era una magnífica oportunidad para afrontar una de las tareas pendientes que más nos encandila, pero al mismo tiempo, la primera en sucumbir ante los avatares de una vida tan ajetreada como la que llevamos.

Me estoy refiriendo a la necesidad de escribir un libro. Un libro sobre viajes, sobre felicidad. No sobre la felicidad de viajar sino sobre el viaje de la felicidad.

Este iba a ser, por tanto, un triple viaje, espacial, temporal e interior.

Descanso activo

Y con todas estas premisas en la maleta y los bolsillos llenos de ilusiones embarcamos en el avión en Madrid camino de Vancouver, primera etapa de nuestro viaje.

No pretendo aburriros en esta entrada con los detalles de tan amplio periplo. Alguno ya habéis sufrido alguna secuela. ¡Perdón!

Tan solo quiero participaos los resultados de una de nuestras actividades más satisfactoria en este viaje, lo que nosotros habíamos denominado “Encuesta Universal sobre la Felicidad”.

En claro, antes de salir de España, habíamos decidido realizar una pequeña entrevista, algo parecido a una encuesta, a todo aquel que se nos pusiera al alcance.

Como podéis suponer una muestra absolutamente aleatoria. Nada científico. Pero, a nuestro juicio, tremendamente representativa.

Personas de toda clase y condición de un montón de nacionalidades, porque a los naturales de los más de 10 países que íbamos a visitar, se unirían aquellas propias de nuestros compañeros de viajes y que fueron cambiando de forma significativa conforme avanzábamos en las escalas: los pasajeros del crucero.

Y, además, aquel que haya tenido la fortuna de pasar unas vacaciones en un crucero, habrá constatado el crisol de nacionalidades que se encuentra entre la tripulación de un barco. Atendiendo a las propias manifestaciones del personal de la naviera, podemos juntar más de 50 nacionalidades diferentes entre todo el personal que atiende los servicios que se prestan en un navío.

¿Quién se puede resistir, ante tanta variedad?

Nosotros no pudimos.

Nos dispusimos a sondear lo que mueve y remueve la vivencia de felicidad escondida tras una multitud de gestos que encontramos en los rostros de muchas de las personas con las que cruzamos nuestro destino, desde un aborigen en Alaska en uno de los vagones del mítico Ferrocarril White Pass y Yukón, un japonés, un chino o un coreano de vacaciones, una peruana sonriendo ante una quepa, una pareja de chilenos, anfitriones eternos, un argentino de acento musical o la sonrisa eterna de mexicanos, guatemaltecos, uruguayos, brasileños, filipinos, australianos, indonesios, españoles, holandeses, … esforzándose todos porque tu viaje sea inolvidable.

Los escenarios de tan singular encuesta no podían ser, igualmente, más variados, desde una pausa en una cena a media luz, hasta un atasco monumental en la ciudad de Lima; desde un refresco frente a la playa próxima en la Bahía de Huatulco, hasta un ajetreado transfer desde el barco a tierra a Cabo San Lucas; desde un café apresurado porque se nos va el barco, hasta la pausa que a veces encuentras en Puerto Vallarta.

En cualquier caso, siempre personas amables. Sorprendidas, abiertas, próximas. A veces reflexivas, a veces espontáneas. Siempre atentas y colaboradoras.

Respuestas desde el corazón. Oro humano.

¿Qué es lo que preguntamos?

¡Ya voy, ya voy!

Después de explicar nuestro proyecto sobre escribir un libro acerca de la felicidad, siempre con el propósito de generar cierta empatía entre los encuestados, planteamos las siguientes tres preguntas:

  • Dime la palabra que, para ti, define la felicidad
  • ¿Qué necesitas (una sola cosa) para incrementar tu felicidad?
  • ¿De qué te desprenderías en tu día a día para ser más feliz?
Situamos inicialmente nuestro objetivo en conseguir realizar alrededor de 10 entrevistas diarias.

Alcanzar esa meta significaría contar, al final del viaje, con más de 1000 valiosas opiniones que supondría un enorme tesoro no solo de información, sino también de confianza, empatía y aprecio. Pero el entusiasmo fue tan activador que nos impulsó a superar con creces esa cifra. Más de 2.000 respuestas que íbamos recogiendo en los smarphones con intención de tabularlas al llegar de vuelta a casa.

Han pasado más de cinco meses desde nuestro regreso y estamos en disposición de compartir con vosotros algunas de las primeras conclusiones a las que hemos podido llegar.

Primeras conclusiones

  • Con muy pocas excepciones, probablemente debidas a dificultades con el idioma, las personas estamos dispuestas a hablar sobre nuestra felicidad sin falsos pudores ni fingidas vergüenzas.

  • Ante el estímulo “felicidad” la respuesta suele girar alrededor del concepto que, o bien no tenemos, o bien nos ha costado mucho conseguir.

    Libertad, alegría, tranquilidad y paz, han sido, con diferencia, el “top four” de las respuestas recibidas a la primera pregunta.

  • Ante la pregunta sobre qué te ofrece la posibilidad de incrementar tu felicidad, la respuesta está muy próxima a la unanimidad: “tiempo”.

    Alguna persona menciona “salud”, alguna persona menciona “el cariño de …”, alguno sugiere algo alrededor de “trabajo”, pero la inmensa mayoría reclama la posibilidad de disponer de más tiempo.

    Luego, ese tiempo extra que la gente demanda, se emplea en satisfacer diferentes tipos de carencias: desde dedicar más tiempo a determinadas tareas o personas, incluso a uno mismo, hasta poder tener menos estrés, o hacer frente a una elevada carga de trabajo.

    Muy poca gente menciona “dinero”, y siempre que esta respuesta aparece, lo hace tras una media sonrisa culpable.

  • Cuando la pregunta gira acerca de la causa que representa una barrera para su felicidad, las respuestas invariablemente se agrupan alrededor de causas exógenas a la persona encuestada.

    Es decir, si no somos felices, no es porque a nosotros nos sobre algún ingrediente incompatible con la salsa de la Felicidad (pereza, frustración, comodidad, miedo, …).

    Sorprendentemente, la mayoría de las respuestas en este punto ratificaron que, para ser más felices, son los demás los que tienen que hacer cambios en su vida.

    O lo que es lo mismo, la llave para aumentar nuestro nivel de satisfacción y felicidad nunca radica nosotros mismos, sino en el de al lado.

    La conclusión de este apartado es clara: ante la felicidad nos situamos siempre como sujetos pasivos. La felicidad, caso de que sea, nos ocurre.

  • Y una última reflexión, el concepto y la necesidad de felicidad, son universales.

    Sin distinción de geografía, nacionalidad, etnia, género, posición social, … ante las preguntas formuladas, no hacían falta más explicaciones. Todo el mundo, sin ninguna excepción, se sabía posicionar perfectamente ante el concepto y el significado.

    No hizo falta perderse en explicaciones sobre qué entendemos por felicidad.

Y esto es todo por ahora.

Somos conscientes del nulo valor científico de este sondeo cuyos resultados compartimos, pero si me atrevo a aseguraros que el valor íntimo de la prueba no tiene medida.

Como tampoco la tiene la satisfacción de podéroslo contar.