¿Quién soy yo cuando no trabajo?

¿Quién soy yo cuando no trabajo? ¿Llevo tanto tiempo centrado en lo que debo hacer que ya no sé qué deseo?

En estos meses de verano, las vacaciones se presentan como algo deseable para muchas personas, pero no todos los trabajadores ansían la llegada de esos días de descanso.

Hay personas, los llamados «Workaholics», o adictos al trabajo, para los que puede suponer un momento de vacío e incluso, de estrés.

A pesar de los beneficios que implica desconectar, para algunas personas puede ser más difícil cuando hablamos de «estrés de oficina».

El estrés se define como un conjunto de demandas ambientales que recibe la persona y a las que debe dar una respuesta adecuada, poniendo en marcha sus recursos de afrontamiento.

Se trata de un proceso natural que nos ayuda a manejar el día a día, pero que resulta un riesgo para la salud cuando se prolonga de forma mantenida en el tiempo.

La oportunidad de las vacaciones

Las vacaciones son en principio, un momento óptimo en el año para disfrutar de una menor exigencia, para dedicar el tiempo a otras cosas, pero: ¿Qué sucede si ya no recordamos lo que nos gustaba hacer? ¿Qué pasa si ya no sabemos quiénes somos al salir del rol profesional?

Como explica la profesora de Psicología de la Universidad CEU San Pablo, Inés Serrano Fernández, es probable que aflore un sentimiento de vacío, de inquietud y de malestar.

La situación novedosa de tiempo libre pasará a poner a prueba nuestra capacidad de dar una respuesta adecuada (gestionar tiempo y relaciones al margen del trabajo, nuevas metas, aprender a «no hacer nada») y de poner en marcha nuestros recursos de afrontamiento (introspección, comunicación, habilidades sociales, …).

Así es: para algunos, lo estresante puede ser dejar de trabajar, salir de la oficina, afrontar las vacaciones y, con ello, una vida personal con carencias.

Evitar vivir solo para el trabajo

Una de las preguntas que puedes hacerte para saber si eres de esas personas que viven exclusivamente para su trabajo es preguntarte si internamente te consideras “soy muy importante” cuando el móvil del trabajo suena constantemente; si con frecuencia afirmas “estoy hasta arriba”; si cuando te preguntan por un hueco para quedar respondes “uffff no sé ni decirte para cuándo”; o bien ya no sabes de qué hablar más allá del trabajo.

En este sentido, la profesora añade que si hace mucho que no hacemos ese deporte o cultivamos esa afición que tanto nos hacía disfrutar, nos debemos preguntar a nosotros mismos: ¿Quién soy yo cuando no trabajo?

¿De qué y/o quiénes está hecha mi vida? ¿Qué y/o quiénes me importan? ¿Llevo tanto tiempo en lo que «debo» hacer que ya no sé qué es lo que «deseo» hacer?

Para la doctora en Psicología, la consecuencia positiva de darnos cuenta es una nueva oportunidad de retomar nuestra vida en toda su amplitud.

El malestar que ha podido surgir está funcionando como una flecha que señala áreas de la vida que han sido descuidadas: la propia salud, las relaciones con seres queridos, las aficiones… en definitivas áreas que amplían nuestro sentido del yo, y de nuestras propias fronteras, y con ello nuestro bienestar psicológico.

Serrano reconoce que pueden aparecer desafíos a la hora de lograr la desconexión y estos suelen ir de la mano de los dispositivos electrónicos: móviles, portátiles, redes sociales, el correo electrónico del trabajo… reclamando nuestra atención y dedicación.

En este sentido señala que es importante tomar la decisión de poner límites adecuados.

Saber decir «no» a tiempo y respetar la vida personal nos hará más productivos a la vuelta.

Activar el “modo vacaciones”

Para otros la dificultad consiste en ir entrando en ese “modo vacaciones”, y a pesar de estar en sus primeros días de asueto siguen caminando a paso rápido por la calle, o mirando el reloj con frecuencia.

Puede resultar útil el plantearse el tiempo de vacaciones como una “aventura” o un “descubrimiento”.

Ir entrando en esa alegría que proporciona el mero disfrute de vivir puede ser un proceso.

Resultará de ayuda dedicarnos a meditar, o a rezar o al mero silencio, prestar atención a la respiración, retomar aquel deporte o afición que nos encanta, entregarnos al contacto con la naturaleza, ya que el verano es un tiempo privilegiado para estar al aire libre, en la playa o la montaña.

Y vivir esos días en clave de oportunidad: oportunidad para charlar con mi hermano, con mi madre, visitar a los tíos, jugar con sobrinos, una cenita con amigos… soltando el deseo de control y la exigencia por la eficacia.

A la desconexión se llega mediante relaciones, actividades o actitudes que no “aportan” a ojos de la sociedad de consumo, pero que son la piedra angular de nuestra existencia.

Emocionarnos en un concierto, disfrutar de la gastronomía, una reunión familiar sin parar de reír, deleitarnos con las vistas de un paisaje, perder la noción del tiempo haciendo bricolaje, pintando al óleo o interpretar música, son opciones que nos conmueven y nos renuevan, que rozan el arte y justo por ello el corazón de la humanidad misma.

¿Qué sucede en nuestro cuerpo cuando abandonamos el estrés?

Se regula nuestro ritmo cardíaco, nuestra respiración, nuestra tensión arterial, disminuye la activación de nuestra amígdala (centro cerebral para la supervivencia que detecta el miedo y prepara para la lucha o la huida), y se activa el córtex prefrontal (que se ocupa de la atención, concentración y toma de decisiones).

¿Y en el plano psicológico?

Disminuye nuestra experiencia subjetiva de miedo, nuestra preocupación, y aparcamos los pensamientos autorreferenciales.

Cuando alguien nos pregunta “qué tal” nada más volver de unas vacaciones, y decimos: “genial, he desconectado como nunca…”, estamos haciendo multitud de afirmaciones implícitas que resultan esenciales para el bienestar psicológico de toda persona.

Tuneado del artículo publicado en ABC