¿Podemos cambiar nuestra mente?

Cambiar interiormente significa modificar nuestra forma de sentir o de reaccionar frente a un evento concreto.

El cambio interior es un proceso de transformación interna que nos permite comenzar a dirigirnos en una nueva dirección, alejándonos de lo que nos desagrada y perjudica, y acercándonos hacia lo que nos beneficia y produce placer.

Desde hace algunos años, la neurociencia estudia la estructura, el funcionamiento y comportamiento del cerebro como sistema vivo.

Investigaciones recientes ponen de manifiesto que el cerebro es un órgano extremadamente dinámico en permanente relación con el ambiente y descubren la plasticidad neuronal o neuroplasticidad entendida como la capacidad que tiene el cerebro para formar nuevas conexiones nerviosas, a lo largo de toda la vida, en respuesta a la información nueva, a la estimulación sensorial, al desarrollo, a la disfunción o al daño.

Y más aún, proponen la utilización de herramientas y técnicas específicas capaces de fortalecer las conexiones neuronales que deseamos (proceso llamado Potenciación a Largo Plazo, PLP) e ir “desconectando¨ las que nos generan inconvenientes en nuestra vida (Depresión a Largo Plazo, DLP).

Este aparente hecho trivial abre paso a una nueva dimensión en el conocimiento y comprensión de nosotros mismos, permitiéndonos modelar nuestras conductas, ¨cambiar-nos¨ operando así en una real transformación interna.

Somos Memoria

Definimos la memoria como la capacidad de acumular, retener y recuperar información.

Quien se encarga de esta tarea es nuestra Unidad Cerebro-Mente (UCM).

Cada uno de nosotros somos memoria. La suma de una memoria genética (que posee respuestas de lucha y huida) y de una memoria memética (cultural).

La /strong>memoria amigdalina (alojada en la estructura cerebral llamada amígdala), madura guardando información sobre el dolor, desde que nacemos.

La información que en ella existe permite un aprendizaje rápido (aprendizaje emocional) y no se borra, aunque sí podemos aprender a frenar los impulsos que de ella derivan.

Las reacciones tanto de miedo (depresión, soledad, estrés, pánico) como de agresividad constituyen una respuesta característica de los impulsos de esta estructura.

Las personas con mayor control de las situaciones poseen bancos de memoria que albergan menos experiencias de dolor y, por tanto, una amígdala menos “sensibilizada”.

La memoria hipocámpica, en cambio, madura entre los 3 y 4 años y la podemos recuperar y variar su contenido a lo largo de la vida (postverdad).

Aprovechamos nuestra experiencia almacenada en forma de información y recuperándola, podemos formalizar un plan, una estrategia, ajustar sus interpretaciones (hasta llegar a la deseada), modelar las redes que forman y conseguir así mejorar la sensación de confort en nuestras vidas.

El cerebro humano contiene 100.000 millones de neuronas, que se hallan conectadas en forma de una intrincada red de 100 billones de sinapsis o conexiones nerviosas, formando redes neuronales.

Los bancos de memoria son redes especializadas, y son ellas quienes crean nuestros hábitos y conductas.

Resistencia al cambio

Realizar cambios representa abandonar lo conocido y nuestro cerebro en un principio se resiste a todo lo que le resulta ¨desconocido¨, pues cualquier información novedosa es, en primer lugar, pasada por el tamiz de ser considerada como un peligro potencial para la supervivencia.

Esa es la razón por la cual, cambiar no resulta nunca sencillo; neurobiológicamente hablando, el cerebro presenta una innata resistencia al cambio.

Sin embargo, una vida sin cambio interior es una mera supervivencia.

Las personas que logran realizar sus metas y objetivos son las que saben que cambiar es tener la oportunidad de aprender algo nuevo para crecer.

Para cambiar es necesario vencer la resistencia al cambio ya explicad, explorar lo que está más allá de nuestro conocimiento actual, es necesario expandir nuestros propios límites; significa tener la flexibilidad mental necesaria para modificar nuestro modo de sentir o de actuar con el fin de lograr nuevos y mejores resultados.

Hoy gracias a los avances en neurociencia y en otras disciplinas afines a las conductas humanas, se conoce científicamente cómo opera nuestra Unidad Cerebro-Mente (UCM) y cómo además podemos modificar y entrenar nuestras redes neuronales para obtener los cambios que deseamos en nuestras vidas.

Los problemas se disuelven al comprenderlos y es fundamental utilizar herramientas de cognición para conocer y aprender.

No se puede ver lo que no se conoce, por eso es fundamental la metacognición: “conocerse a uno mismo”.

Conocer es lo que nos capacita para darnos cuenta, nos permite dar instrucciones al cerebro y nos posibilita desarrollar mayor tolerancia, hacia uno mismo y hacia los demás.

¿Es posible ejercitar el cerebro en ese sentido?

Efectivamente, podemos activar nuestro cerebro para que aumente su capacidad de neuromodelación y conseguir de esa forma el anhelado cambio de conductas.

Podemos modelar nuestro cerebro y nuestra mente a partir de la comprensión de cómo operan en conjunto y mediante su entrenamiento.

La neuroplasticidad es la capacidad del cerebro de reorganizar y modificar funciones para poder adaptarse a los cambios (externos e internos) a través de la creación de nuevos circuitos neuronales (redes neuronales que se disparan de acuerdo a un patrón) que permitan resolver los nuevos desafíos y borrando los que quedaron en desuso, que ya no nos resultan útiles.

La neuroplasticidad como propiedad universal del Sistema Nervioso (SN), tiene en general carácter adaptativo.

Se expresa en cada etapa del desarrollo de un individuo, a partir de fenómenos genéticamente programados (como el crecimiento y la migración neuronal) y también asociados a las experiencias individuales, como el aprendizaje o posterior a la ocurrencia de lesiones en el SN

Aprendizaje

Esta capacidad tiene por tanto implicaciones capitales en el aprendizaje.

Las respuestas desencadenadas por el SN son más complejas cuanto más exigente sean los estímulos ambientales.

El cerebro necesita una intrincada red de circuitos neuronales conectando sus principales áreas sensoriales y motoras, es decir, grandes concentraciones de neuronas capaces de almacenar, interpretar y emitir respuestas eficientes a cualquier estímulo, teniendo también la permanente capacidad, de reajustar sus conexiones sinápticas ante nuevos aprendizajes.

Cada recuerdo es grabado en una red neuronal con una disposición espacial concreta.

Este modelo memorístico fue esbozado en 1949 por el psicólogo canadiense Donald Hebb.

Éste afirmó que la huella de un recuerdo fruto de una experiencia ocurre y se mantiene por medio de modificaciones celulares que primero trazan y luego consolidan la estructura espacial de las redes neuronales.

La memoria está, por tanto, constituida por un conjunto de sistemas cerebrales que tratan y almacenan componentes específicos de información.

En condiciones normales, estos subsistemas, que en última instancia quedan grabados en la corteza cerebral, trabajan de forma coordinada.

Los científicos saben que los animales aprenden de la experiencia porque en el cerebro ocurren cambios que hacen posible que la información pueda ser adquirida, grabada y evocada.

A nivel celular, estas modificaciones suceden a nivel sináptico, el punto en que se comunican las neuronas.

Para que la neuromodelación sea posible es necesario también que, cuando una red hebbiana no se use, vaya perdiendo poco a poco las conexiones entre sus neuronas, hasta llegar a perder su condición de red.

Hablamos entonces dos tipos de neuroplasticidad: la positiva, que se encarga de crear y ampliar las redes hebbianas, y la negativa que se preocupa de eliminar aquellas que no se utilizan.

Podemos ganarle a los genes

Este proceso permite que las nuevas experiencias de vida, y los nuevos conocimientos que vamos adquiriendo, remodelen una y otra vez nuestro cerebro.

Por tanto, si bien nuestros genes pueden predeterminar algunas de las características de nuestra personalidad no son los responsables determinantes de ella.

La genética nos da el tono general, pero es el estado mental (pensamiento junto a emoción), nuestra actitud quien condiciona nuestra forma de pensar (Mundo Interior), nuestra predisposición corporal y la forma en que actuamos.

Recíprocamente, al actuar de forma diferencial estaremos cambiando la forma de pensar, la posición corporal y lo que sentimos.

La llamada “realidad”, no es más que nuestra realidad y no la realidad absoluta.

Cambiar interiormente significa expandir esa limitada realidad subjetiva. Crecer.

Podemos lograr lo que nos propongamos, especialmente si entendemos que cambiar interiormente es la clave para seguir evolucionando.

Tuneando a Virginia Gudiño
Directora de Neurocapital Humano