Percepción subjetiva del tiempo

¿Qué es el tiempo, ese fenómeno que medimos de forma arbitraria con relojes y segundos?

¿Existe en realidad o es sencillamente el intervalo entre hechos sucesivos?

¿Por qué a veces parece avanzar despacio y otras más rápido?

¿Por qué cuando dormimos el tiempo parece desaparecer?

Estas preguntas, que rozan lo filosófico, quizás no tienen una respuesta inmediata.

Nuestros relojes biológicos

Nuestro cerebro tiene relojes biológicos, como el núcleo supraquiasmático del hipotálamo o la glándula pineal, que controlan los ciclos de sueño y vigilia y la producción de hormonas y neurotransmisores que influyen en nuestra fisiología y comportamiento.

Pero esas estructuras, aunque colaboran, no son las encargadas de percibir el tiempo subjetivo.

Hay también marcadores o circunstancias externas que nos ayudan a hacerlo, como los relojes artificiales, los cambios de la luz del día o incluso el ver crecer a los hijos, en diferentes escalas temporales.

Y también los hay internos, como el propio ciclo de sueño y vigilia, la atención que prestamos a la duración de los eventos o incluso la vejiga de la orina, que nos marca tiempos de evacuación que pueden servirnos de referencia.

Pero todo eso no es suficiente pues la mayor incógnita sigue siendo cómo el cerebro representa y percibe el paso del tiempo.

Una clave para descubrirlo la tenemos en los diferentes sentidos, pues el tiempo que percibimos tiene mucho que ver con ellos.

Por ejemplo, evaluamos con más precisión lo que dura un sonido que lo que dura una imagen visual o un estímulo olfatorio.

Lo cual no es extraño, pues, por su naturaleza, el sistema auditivo es el sistema sensorial humano con más especialización y capacidad para percibir el tiempo.

De ahí que un sencillo truco para percibir con precisión la duración de un evento corto consista en evocar mentalmente una canción conocida que nos sirva de referencia temporal.

Evolución de nuestras capacidades

En el curso de la evolución, los seres vivos han desarrollado relojes biológicos para estar vinculados con el tiempo, o quizás con fenómenos terrestres relacionados con él, como los ciclos que dependen de la sucesión del día y la noche o del paso de las estaciones.

Estos relojes biológicos se caracterizan porque sincronizan al ser vivo con fenómenos naturales asociados con el tiempo.

Además, se sabe que hay grupos de neuronas en el hipocampo que cada diez segundos, aproximadamente, disparan una descarga eléctrica, y que funcionan como un auténtico reloj interno.

¿Es ahí, entonces, dónde está nuestra percepción del tiempo, y el motivo por el que el tiempo a veces parece detenerse o avanzar demasiado rápido?

Un estudio que se acaba de publicar en Nature, y realizado por científicos de la Universidad de Ciencia y Tecnología de Noruega ha arrojado más luz sobre esta cuestión.

Gracias a experimentos elaborados con ratones de laboratorio, han localizado un reloj neural que hace un seguimiento del paso del tiempo en relación con las experiencias: de hecho, han constado que las propias experiencias alteran la percepción del tiempo.

«Nuestro estudio ha revelado cómo el cerebro construye el tiempo como un evento que se experimenta», ha dicho en un comunicado Albert Tsao, primer autor del estudio.

«Esta red de neuronas no codifica el tiempo explícitamente. Más bien crea un tiempo subjetivo que nace del flujo continuo de la experiencia».

Dicho de otra manera, este reloj neural, situado en la corteza lateral entorrinal, es el responsable de crear una percepción subjetiva del tiempo, en función de las experiencias, y de organizar dichas vivencias en una secuencia ordenada de eventos.

No sabemos a qué hora fuimos al gimnasio y cuándo nos duchamos, pero recordamos el orden en que estas cosas ocurrieron.

Del mapa del espacio al marcador de tiempo

El descubrimiento tiene sus raíces en investigaciones llevadas a cabo por May-Britt Moser y Edvard Moser, ambos firmantes en este estudio.

Los dos descubrieron una red de neuronas responsables de crear un mapa espacial del entorno.

Tal como observaron, con unos estudios que les hicieron merecedores del Nobel de Fisiología o Medicina en 2014, este mapa tiene varias escalas y está basado en unidades hexagonales.

Inspirado por esas investigaciones, Albert Tsao trató de estudiar la posible función de una región cerebral, la corteza lateral entorrinal.

Pero vio con sorpresa cómo la actividad de dicha zona cambiaba constantemente con el tiempo, sin un patrón definido.

No fue hasta mucho después, cuando los investigadores se dieron cuenta de cuál podía ser el motivo: «El tiempo es un proceso en desequilibrio. Siempre es único y está en constante cambio», ha dicho en un comunicado Edvard Moser.

«De hecho, si esta red estuviera midiendo el tiempo, la señal tendría que hacer precisamente eso, cambiar con el tiempo con la finalidad de registrar experiencias con la forma de recuerdos únicos».

Ratones en laberintos

La tarea de confirmar esto requirió analizar la estructura formada por la conexión de cientos de neuronas.

Así se observó que probablemente es la estructura y la conectividad de las neuronas la que constituye el propio mecanismo de experimentación del tiempo.

Esto es en sí mismo un hallazgo relevante, que podría llevar a descubrimientos en otros procesos cerebrales, según Moser.

Para llegar a estas conclusiones, los investigadores diseñaron experimentos con ratas en las que estas tenían libertad para moverse y donde se encontraron en ocasiones con pequeños pedazos de chocolate.

Observaron que las señales indicadoras del tiempo eran únicas y que formaban un registro muy refinado de las experiencias.

De hecho, podían usar estas señales para reconstruir cuándo ocurrieron los distintos momentos de los experimentos.

En una segunda tanda de pruebas, enseñaron a las ratas a buscar trozos de chocolate después de girar a la derecha o a la izquierda en un laberinto.

Así observaron que las secuencias de la actividad neuronal adquirían patrones repetitivos y solapantes.

Todo esto indica, según Moser, que en ratones una compleja red de neuronas crea «sellos temporales» para marcar eventos, lo que permite establecer secuencias de sucesos y experiencias.

También sugiere que las distintas actividades moldean cómo son las señales temporales y, por tanto, la forma como se percibe el tiempo.

Por eso, cada momento resulta único.

Y por eso la percepción del paso del tiempo no es objetiva, como un reloj, sino subjetiva y acoplada a vivencias.