Paternalismo blando

En su libro “Un pequeño empujón”, Richard Thaler y Cass Sunstein plantean una aproximación para mejorar las decisiones acerca de la salud, el dinero y la felicidad apelando a las redes inconscientes del cerebro.

Defienden que un pequeño cambio en nuestro entorno puede transformar nuestro comportamiento y nuestro proceso de toma de decisiones, para bien, sin que nos demos cuenta de ello.

En los supermercados colocar la fruta a nivel de los ojos de los clientes incita a éstos a escoger comida más saludable.

Colocar la foto de una mosca en los urinarios de los aeropuertos incita a los hombres apuntar mejor.

Inscribir de manera automática a los empleados en un plan de pensiones contemplando la libertad de poder borrarse si lo desean, incita a los individuos a ser más ahorrativos.

Esta forma de tutela se denomina paternalismo blando o paternalismo libertario.

Thaler y Sunstein consideran que guiar, con tacto, el cerebro inconsciente influye de manera más poderosa en nuestra toma de decisiones que la pura imposición directa.

Se considera que un gobierno no debe limitar la libertad del individuo excepto cuando su conducta dañe a terceros.

El daño a uno mismo no es razón para que se nos limite nuestra libertad.

El papel de la “autoridad”

Conforme a lo anterior, se puede prohibir fumar en lugares públicos, para que el humo no afecte a terceros, o el poner música a todo volumen en una fiesta navideña.

Pero nadie me puede impedir usar un bigote tipo Pancho Villa o andar con pantalones con la rodilla rota.

Cuando un gobierno sobrepasa estos límites, decimos que está actuando de manera paternalista, pero con un paternalismo duro.

Pero el otro paternalismo, el conocido como blando, ha ganado aceptación entre muchos y no tiene problemas en interferir nuestra libertad, aun cuando se trata de asuntos que solo afectan a la persona.

Se aprovecha de ciertas características de los individuos (por ejemplo, que muchas personas son perezosas) y cambia el orden de las elecciones para que parezcan preferidas.

Por ejemplo: la gente acepta con más facilidad que le digan que un determinado embutido está libre de grasa en un 80%, en lugar de que le indiquen que tiene un 20% de grasa.

A un paciente con cáncer, dispuesto a ser operado, preferirá conocer que nueve de cada diez operaciones tienen éxito, en lugar de saber que uno de cada diez enfermos muere en ellas.

Otros prefieren un seguro que protege a su familia contra los efectos de una muerte por atentados terroristas sobre uno que, por el mismo precio, cubre el riesgo de muerte por cualquier causa.

De igual manera, el informar que los bebés no alimentados con leche materna están expuestos a un riesgo mayor de leucemia, diabetes y enfermedades respiratorias tiene más efecto que, simplemente decir a las madres que la leche materna es beneficiosa.

Como indicábamos antes, algunos planes de jubilación tienen mayor subscripción real si a los trabajadores se les afilia por defecto y solo se les borra si ellos manifiestan su deseo explícito de no ser cubiertos.

“Pereza” a decidir

Lo anterior puede tener al menos dos explicaciones: la primera es que el coste de pedir ser excluido es a veces considerado muy alto por determinados tipos de personas.

Esa “pereza” a decidir es la que lleva a que en las elecciones mucha gente vote sin mayor información sobre los candidatos y sus programas.

La otra explicación se denomina ley de utilidad marginal decreciente, y dice que la gente, ante probabilidades iguales, teme más perder algo que ya tiene que que ganar eso mismo.

El daño potencial que encierra el no amamantar al recién nacido suele contar mucho más que los beneficios que apareja el amamantarlo, aun cuando son los mismos.

La opción “por defecto”

Quienes dominan los porqués de la intensidad de los móviles de la conducta humana fácilmente pueden concebir cuál a ser la primera opción (la opción por defecto) que se ha de plantear.

Por esa vía se puede influir, de forma benévola, en la conducta del prójimo, y “protegerlo” cuando el individuo no actúa conforme a su mejor interés.

Estamos ante un caso de paternalismo blando.

No va en contra de la decisión individual; lo único que hace es plantear el problema y la solución primera de manera hábil.

Seguro que conocemos el caso de algunas personas adictas a las apuestas que han encontrado muy beneficioso inscribirse “voluntariamente” en un registro oficial (lista negra) para que el Estado les prohíba apostar, y que los encarcele cuando los vean en una mesa de juego.

Interesante.

Pero si por pereza o ignorancia nos dejamos llevar por el paternalismo blando, nos arriesgamos a perder capacidad de decisión y eso conlleva, irremediablemente, al otro tipo de paternalismo: el duro.

El que no respeta los derechos individuales.