Palabras y cerebro, el impacto de lo que decimos

Pronuncie en voz alta estas palabras, tratando de identificar lo que siente cuando las dice:
  • No
  • Si
  • Paz
  • Amigo
  • Idiota
Y, ¿qué siente cuando dice estas frases?:
  • “No puedo”
  • “Qué difícil”
  • “Lo lograré”
  • “Yo soy capaz”
Si realmente se concentra, notará que, en cada palabra o frase con connotación negativa, su cuerpo reacciona poniéndose a la defensiva, en especial cuando le agrega a la pronunciación un tono y un modo rudo o pesimista.

Por el contrario, una palabra como “paz” o “amigo”, o una frase como “Claro que puedo hacerlo”, hacen fluir por su organismo una sensación de alivio y relajación.

Con la ayuda de un aparato de tomografía o una resonancia, usted podría notar aún más las señales que envía su cerebro al conectarse con el lenguaje: la hormona del estrés, conocida como cortisol, se libera inmediatamente y nos pone en alerta máxima cuando el cerebro detecta un “no”.

Por el contrario, la dopamina –relacionada con el bienestar– fluye con el “sí”, concluyen Mark Waldman y Andrew Newberg en su libro “Las palabras pueden cambiar tu cerebro”.

Las palabras tienen un gran poder

Su influencia se refleja en quienes nos rodean y, sobre todo, en nosotros mismos.

Porque cada uno de los vocablos que pronunciamos definirá en gran medida nuestro comportamiento.

Esta es la premisa que sostienen expertos en programación neurolinguística.

A través de métodos que han ido desarrollando con el tiempo, esas terapias buscan que personas como usted o yo mejoremos la vida personal, profesional, física y espiritual con solo controlar lo que decimos.

Los especialistas en el campo le llaman a esta acción “programar”.

Casi parecido a lo que usted hace con su computadora cuando se asegura de ingresar en el sistema la información que le servirá para usos futuros.

En nuestro caso, se trata de crear pensamientos –deseablemente positivos– para moldear nuestras acciones según aquello que deseemos alcanzar: hacer un examen exitoso, superar una enfermedad, ganar una carrera, mejorar la relación de pareja o bajar de peso.

“La forma en que la gente piensa, siente y actúa es la base de su rendimiento.

Controlar y conocer lo que decimos nos puede ayudar a manejar pensamientos, sentimientos y acciones, a ser más positivos en la vida y a ser capaces de alcanzar nuestros objetivos”, enfatiza Carol Harris, autora de “Los elementos de programación neurolingüística”.

Hemisferio izquierdo

En todo esto hay un componente emocional y psicológico importante, pero también uno fisiológico.

El neurólogo y decano de la Facultad de Medicina de la Universidad del Rosario, Leonardo Palacios, asegura que “toda expresión hablada, positiva o negativa, produce una descarga emocional desde el cerebro”.

Una palabra negativa o insultante activa la amígdala, estructura del cerebro vinculada a las alertas, y genera una sensación de malestar, ansiedad o ira.

Las palabras positivas o estimulantes son asimiladas por el hemisferio derecho del cerebro, el de las emociones.

Por lo tanto, siempre generarán placer, sorpresa y alegría.

El también colombiano Francisco Lopera Restrepo, de la Universidad de Antioquia y especialista en Neurología Clínica, Neuropsicología y Neuropediatría, escribió un artículo científico, en el que explicaba las características básicas de la fisiología del cerebro en relación con las palabras.

Dice Lopera: “… el hemisferio izquierdo está predeterminado de entrada para construir en él las funciones del lenguaje”.

La voz y el habla son procesos que dependen de la integridad del aparato fonador y articulador y de la integridad de ambos hemisferios cerebrales, mientras que el lenguaje depende fundamentalmente del hemisferio izquierdo.

La voz se produce como efecto del paso de la columna de aire cuando al ser expulsada de los pulmones debe vencer mayores o menores grados de cierre o apertura de las cuerdas vocales en la laringe.

Esta modulación de la columna de aire a su paso por la laringe produce la voz y sus diferentes tonalidades.

Hasta aquí, voz y habla son procesos puramente motores que utilizan las mismas vías y los mismos centros cerebrales que los demás procesos motores.

Pero, el lenguaje, además, forma parte de la función simbólica que va más allá de las meras estructuras motoras.

Puede perderse la voz, en el caso de una afonía; o el habla, en el caso de una anartria, y conservarse intacto el lenguaje.

La llave

En el cerebro encontramos la verdadera razón. Es nuestra CPU (Unidad de Central de Procesos) biológica, y la podemos reprogramar siempre que nos propongamos y llevemos a cabo una meticulosa y disciplinada constancia que limpie del “disco duro” (la memoria) las palabras y frases negativas.

¿Por qué te autodenigras diciéndose “gordo(a)” o “feo(a)”?

¿Por qué te autodescalificas gritándote “idiota”, “bruto(a)”, “inútil”?

Afención: el cerebro graba esas palabras. Las programa. Y te hará actuar en consecuencia.

Carol Harris propone algunos ejercicios para ayudar a limpiar de su “disco duro” esas frases y palabras hirientes.

En resumen, es una especie de rutina cerebral para fortalecer la autoestima y actuar como una persona segura de sí misma y clara con sus sueños, aspiraciones y objetivos en su vida.

Uno de los consejos más simples que propone es aleccionar su voz interna.

Cámbiele el lenguaje. Ponte delante del espejo cada mañana y autocalifícate “guapo(a)”, “inteligente”, “capaz”, “yo puedo”, “lo lograré”.

Pero dilo en serio y practicándolo todos los días conseguirás fortalecer el músculo de la autoestima.

Harris también te invita a visualizarse positivamente.

Visualízate y reflexiona sobre dónde quieres ir y cómo quieres estar.

Programa tu cerebro para eso visualizándote como el orador exitoso, el jefe motivador, el esposo comprensivo o el feliz bachiller.

Comprobarás como la próxima vez que te enfrentes a un auditorio no resultarás el aburrido conferencista que crees ser.

Alejandro Cuellar, experto en coaching y en neurolinguística, aún va más allá y sugiere que debemos cuidar hasta la forma de las frases que nos autodirigimos y pone el siguiente ejemplo:

“Hay gente que dice: ‘No quiero estar enfermo’.

Y aunque entienda eso como algo positivo, no se da cuenta de que está utilizando una expresión en negativo. Debería decir: ‘Quiero estar sano’ o ‘Voy a mejorar’ ”.

Este simple cambio de sentido en la frase asegura un cerebro más predispuesto y colaborador en conseguir el objetivo deseado: Salud

¿Te atreves a afrontar el cambio?

Realmente vale la pena.