Oxitocina y Salud: No sólo de pan vive el hombre

Empezaremos explicando que todas las células de nuestro cuerpo tienen una especie de apéndices que sobresalen de sus membranas denominadas receptores.

Receptores que son sensibles a diferentes moléculas, entre ellas a las hormonas y los neurotransmisores.

Lo relevante de este hecho es que nos permite comprender que los antiquísimos conceptos de unidad cuerpo-mente, de psique y soma, la idea de que somos una unidad holística, no estaban equivocados y efectivamente nuestros sentimientos y emociones pueden alterarnos biológicamente. Que una idea o un fenómeno inmaterial pueden tener efecto inmediato sobre lo orgánico y a la vez una alteración material, por ejemplo, enfermedad, tener efecto inmediato sobre nuestra psique.

La enfermedad ya no puede ser vista como un fenómeno material y mecánico independiente de nuestro estado de ánimo, de nuestros sentimientos y emociones.

Puede demostrarse científicamente que las emociones pueden enfermar… y también pueden curar. Que somos un complejo cuerpo-mente donde lo etéreo e inmaterial puede crear y sintetizar moléculas materiales químicamente definidas.

A veces para nuestra desdicha produciéndonos enfermedad y otras veces para nuestro beneficio promocionando nuestra salud.

El estrés que nos enferma

Hace ya casi un siglo que el doctor Cannon definió el concepto de homeostasis y su relación con la reacción biológica del “lucha o huida”, concepto este último que sería posteriormente esclarecido y explicado en relación con sus efectos sobre la fisiología de los seres humanos por Hans Shelley hace ya unos 60 años.

Hoy sabemos que el estrés es un arma poderosa y eficaz diseñada por la naturaleza para defendernos frente a las agresiones externas.

De forma prácticamente automática produce una serie de reacciones: aumento de plaqueta sanguíneas, hipertensión, aumento de glucosa, de las grasas en la sangre, dilatación de pupilas para mejorar la visión, toda una serie de mecanismos de refuerzo en nuestro organismo para hacer frente al ataqué de cualquier posible enemigo o a un peligro inminente, bien para defendernos, bien para escapar a la mayor velocidad posible.

Se trata, de una respuesta emocional y fisiológica automática que no se controla racionalmente, se dispara en cuanto nos sentimos en peligro.

El problema es que la vivencia de agresión a la que nos enfrentamos en la vida moderna no se resuelve ni corriendo ni atacando a nuestro agresor.

Entre otras cosas porque en la mayoría de las ocasiones el agresor no tiene ni forma ni materia.

De hecho, hoy casi todos los casos que disparan reacciones estresantes se deben a emociones fuertes y/o inesperadas, como la muerte de un ser querido, la pérdida de nuestro hogar o del trabajo, un divorcio, un accidente…

En resumen, una emoción desequilibrante.

Pues bien, como al dispararse el mecanismo de estrés aumenta mucho nuestros niveles de glucosa y lípidos en sangre, y hoy no los quemamos de inmediato, porque los provocan situaciones que no obligan a salir corriendo, cuando las situaciones estresantes es algo habitual y se cronifica nos volveremos hiperglicemia e hipercolesterolémico.

Además, ese aumento de cortisol en sangre puede terminar deprimiendo nuestro sistema inmune y volverse ineficaz, no ya frente a posibles patógenos, sino disminuyendo su capacidad para eliminar las células defectuosas.

Y es que cada vez se reúnen más pruebas de los desastrosos efectos del cortisol y de los demás neurotransmisores del estrés sobre el sistema inmunitario.

Que el estrés favorece el desarrollo del cáncer al atenuar el sistema inmune y favorecer la angiogénesis de los tumores se sospechaba desde hace tiempo, pero hace apenas unos meses una reciente investigación ha constatado ya que la adrenalina, otra de las hormonas del estrés, promueve efectivamente el crecimiento tumoral y las metástasis.

Resulta que la adrenalina activa una enzima denominada FAK en las células cancerosas que las protege de la muerte celular.

En resumen, puede afirmarse que una situación crónica de estrés producido por emociones desequilibrantes, como ira, rabia, frustración, impotencia, tristeza… puede alterar gravemente nuestro equilibrio homeostático.

Hay, pues que evitar el estrés. Solo que ahora sabemos que para ello no hace falta tomar ansiolíticos.

Contra el estrés tenemos nuestra propia farmacia interna: la oxitocina, la hormona anti-estrés.

Esta hormona y neuropéptido se sintetiza principalmente en el hipotálamo (núcleos supraóptico y paraventricular) y se almacena en la hipófisis o glándula pituitaria desde donde será excretada al torrente sanguíneo.

Inhibe la secreción de cortisol por las glándulas suprarrenales y la hipertensión al ser antagonista de la vasopresina y tiene efecto ansiolítico suficiente para compensar los efectos perniciosos del estrés.

Ahora sabemos, además, que esta hormona tiene otras propiedades importantes.

Un grupo de investigadores de la Universidad de Miami (USA), descubrió recientemente que la oxitocina es, también, sintetizada tanto por el corazón como por los tejidos vasculares y que las células de sus tejidos también tienen receptores de la hormona.

Y dado que también hay receptores de oxitocina en los macrófagos, llegaron a la conclusión de que ésta regula la producción de citoquinas inflamatorias atenuando tanto la inflamación como el estrés oxidativo, dos aspectos importantísimos en el proceso de la generación de la ateroesclerosis.

No obstante, su función fundamental es la de permitir la “curación emocional”, ya que aparte de la hipófisis, las sinapsis neuronales, los órganos genitales y las mamás sabemos que hay receptores de oxitocina en muchos otros órganos.

Como, por ejemplo, en la médula adrenal, los mioblastos (células progenitoras de los miocitos, que son las células musculares) en los conductos de esperma (donde controlan el volumen seminal en la eyaculación), la placenta, el timo, el páncreas, los osteoblastos, los adipocitos, la retina, la glándula salivar, el corazón y los endotelios vasculares.

Cabe en este punto recordar que las células más importantes de un proceso curativo son los monocitos que, activados por sus receptores de oxitocina, actúan, por un lado, como macrófagos del sistema inmunitario, pero a la vez como reparadores y regeneradores de todo tipo de tejidos al potenciar la diferenciación celular.

Además, los linfocitos que también tienen receptores de la hormona actúan de forma coordinada.

Por otro lado, nos debemos olvidar que estás células inmunitarias también segregan a su vez oxitocina lo que garantiza un “diálogo” continuo entre nuestro sistema inmunitario y las emociones equilibradoras, el amor y la procreación.

En resumen, si una simple caricia puede aumentar la actividad de una hormona y éste a su vez nos genera una emoción equilibradora y al tiempo una cascada de reacciones bioquímicas en nuestro interior, ¿no nos podría servir como vehículo de sanación?

Porque cuando una madre acaricia la herida de un niño ¡aumenta en él la segregación de oxitocina!

Y es que se ha demostrado que uno de los efectos biológicos de esta hormona es el de aumentar la velocidad de cicatrización (por estimulación de la división celular) y reducir la sensibilidad.

Luego, si la secreción de oxitocina puede controlarse mediante las emociones o a través de procesos racionales conducentes a regenerar emociones equibradoras, y una presencia abundante de la misma tienen efectos beneficiosos sobre los distintos tejidos y órganos, es evidente que nos encontramos a un paso de poder explicar racionalmente el mecanismo por el cual las emociones pueden producir cambios celulares, de que las emociones pueden sanar.

En definitiva, de cómo la psique puede llegar a controlar al soma.