Nuestro cerebro es social

Más de 7 millones de cerebros humanos se pasean hoy en día por el planeta.

Aunque solemos sentirnos seres independientes, cada uno de nosotros de nuestros cerebros actúa dentro de una rica red de interacciones con los demás, de manera que podemos considerar los logros de nuestra especie la obra de un solo megaorganismo en constante transformación.

Tradicionalmente, el cerebro se ha estudiado de manera aislada, pero este enfoque pasa por alto el hecho de que una gran parte de los circuitos cerebrales tienen que ver con otros cerebros.

Somos criaturas profundamente sociales

A partir de nuestras familias, amigos, compañeros de trabajo y socios comerciales, esta sociedad se construye a base de capas de complejas interacciones sociales.

Constantemente vemos a nuestro alrededor relaciones que se forman y se rompen, vínculos familiares, unas redes sociales obsesivas y una compulsiva construcción de alianzas.

Todo este pegamento social se genera gracias a un circuito específico del cerebro: extensas redes que observan a los demás, se comunican con ellos, sienten su dolor, juzgan sus intenciones y leer sus emociones.

Nuestras habilidades sociales están profundamente arraigadas en nuestro circuito neuronal, y comprender ese circuito es la base de esa especialidad todavía joven que denominamos neurociencia social.

Detengámonos un momento en considerar lo diferentes que son los siguientes objetos: conejitos, trenes, monstruos, aviones y juguetes infantiles.

Aunque sean muy diferentes, todos pueden ser los personajes principales de unas populares películas de animación, y no nos cuesta nada asignarles intenciones distintas.

El cerebro de un espectador necesita muy pocas pistas para asumir que estos personajes son como nosotros, y por ello podemos reírnos y llorar con sus travesuras.

Esta afición a asignar intenciones A personajes no humanos la pusieron de relieve 1944 los psicólogos Fritz Heider y Marianne Simmel en un cortometraje.

Dos figuras sencillas, un triángulo y un círculo, se encuentran y comienzan a dar vueltas uno alrededor del otro. Al cabo de un momento aparece en escena un triángulo más grande. Choca contra el triángulo más pequeño y lo empuja. El círculo entra lentamente dentro de una estructura rectangular y la cierra; mientras tanto, el triángulo más grande persigue al pequeño.

A partir de aquí, se suceden las escenas de las figuras moviéndose en apariencia aleatoriamente.

Qué dicen los espectadores

Cuando a las personas que observan este cortometraje se les pide que describan lo que ven, sería de esperar que describiera formas sencillas que se mueven de un lado para otro.

Al fin y al cabo, no son más que un círculo y dos triángulos que cambian de coordenadas.

Describen una historia de amor, una lucha, una persecución, una victoria.

Heider y Simmel utilizaron esta película de animación para demostrar que siempre estamos prestos a percibir una intención social en todo lo que nos rodea.

Lo que ven nuestros ojos son formas en movimiento, pero necesitamos significado, motivaciones y emoción, todo ello en forma de una narrativa social. Y aparte no podemos evitar encajarlos en una historia.

Desde tiempos inmemoriales, la gente ha observado el vuelo de los pájaros, el movimiento de las estrellas, el mensaje de los árboles, y ha inventado historias acerca de todo eso, interpretándolo como si obedeciera ahora intención.

Este tipo de relato no es ninguna anomalía; es un elemento importante del circuito cerebral.

Descubre hasta qué punto nuestros cerebros están pre activados para la interacción social.

Después de todo, esta supervivencia depende de que evaluemos en un abrir y cerrar de ojos quién es amigo y quien enemigo.

Nos movemos por el mundo social juzgando las intenciones de los demás.

Para reflexionar

¿Intenta ayudarme esa persona?

¿Debo preocuparme por ella?

¿Actúa pensando en mí?

Nuestros cerebros emiten juicios sociales constantemente.

Pero ¿es algo que aprendemos de la experiencia cotidiana o lo hacemos con ello?

Tu, ¿qué crees?

Aquí puedes ver la secuencia mencionadas en el texto.

Extracto parcial del capítulo 5 del libro “El cerebro”
Autor: David Eagleman
Ed.: Anagrama