¿Realmente somos libres de decidir sobre nuestras acciones?
Esta pregunta ha sido considerada desde tiempos remotos por filósofos de la talla de Platón.
A simple vista es una pregunta sencilla, pero resulta que en realidad es una incógnita que está presente en la estructura jurídica que forma a las sociedades modernas.
Para saber si alguien es responsable de una acción, primero hay que analizar si tenía la capacidad para comprender lo que estaba haciendo, y después si tenía la posibilidad de tomar otra decisión.
La inocencia deriva de esta norma.
Lo que nos dice la neurociencia
En 1980, el psicólogo Benjamín Libet, de la Universidad de California en San Francisco, hizo un experimento en el cual puso a prueba la capacidad de las personas para identificar, en tiempo real, la decisión que tomaron los individuos sujetos al experimento.
La conclusión fue que hasta casi un segundo antes de que se tomara consciencia de la decisión tomada, los investigadores ya sabían cuál iba a ser por la actividad de las neuronas.
Libet también descubrió que, antes de ejecutar la decisión, había una pequeña fracción de tiempo en la que la acción podía no ser ejecutada.
Los experimentos se han ido ampliando y refinando por otros investigadores a lo largo de los últimos años, para confirmar el descubrimiento que sacudió la base de lo que se consideraba libre albedrío.
“Estudios previos ya habían descubierto que a cada acción consciente le precede una señal cerebral inconsciente, fenómeno que muchos expertos interpretaron como que la libertad de elección no es más que una ilusión”.
“Nosotros hemos sido capaces de demostrar que, mediante un veto consciente, se puede detener a voluntad una acción iniciada de forma inconsciente” señala John-Dylan Haynes, director del Centro Bernstein de Neurociencia Computacional de Berlín.
¿Quién toma mis decisiones?
La pregunta es, si mi cerebro es capaz de tomar decisiones antes de que yo sea consciente de ellas, ¿cómo puedo ser responsable de mis acciones?
Nuestro cerebro es una máquina que recolecta y procesa información para tomar decisiones, actuar rápido y con eficacia.
Esa es la razón por la que tiende a automatizar todo lo que puede, incluso las diferentes respuestas que va encontrando.
Desde este punto de vista podemos decir que no hay libre albedrío porque somos muy parecidos a un autómata.
Sin embargo, no debemos olvidar que el cerebro es un órgano con una enorme capacidad para analizar y entender los procesos internos, lo que permite que se desarrollen nuevos procesos mentales que actúan sobre él mismo y modifican las respuestas que están automatizadas.
Libre albedrío
Con esto quiero decir que podríamos definir el libre albedrío como la capacidad que tenemos para adquirir conocimiento de nosotros mismos, y nuevos hábitos que sean capaces de modificar nuestras respuestas automatizadas.
Lo que yo entiendo y con el concepto que me quedo, es que el libre albedrío es la reflexión que nos muestra el camino para conocernos mejor.
El autoconocimiento es una herramienta que nos permite desarrollar nuevos procesos que a su vez nos ayudan a tomar decisiones certeras, y a cambiar hábitos que pueden ser incluso nocivos.
La persona que es lo suficientemente valiente como para conocerse a sí misma, es quien sabe tomar las mejores decisiones, y eso también es libertad.
Conócete a ti mismo
El aforismo griego “Nosce te ipsum” que significa “conócete a ti mismo” estaba inscrito en el pronaos del Templo de Apolo en Delfos, según el periegético Pausanias.
El aforismo ha sido atribuido a un sinnúmero de antiguos sabios griegos: Heraclito, Quilón de Esparta, Tales de Mileto, Sócrates e incluso al mismo Pitágoras.
Hoy más que nunca creo que quien no se conoce no es más que un barco en altamar, sin capitán, sin timón y a la deriva.
Cuando uno toma malas decisiones, no lo hace por ignorante, sino por falta de autoconocimiento.
Tuneado del artículo aparecido en www.ejecentral.com
Autor: Rebeca Pal