Microbiota: El poder oculto de nuestro intestino

Su nombre científico es microbiota y sus poderes… ilimitados.

A golpe de microscopio, el paisaje es desde una exuberancia casi extraterrestre: bacterias forradas de púas, en forma de gusano o de huevo, hongos de largos tentáculos, virus de aspecto amenazante, amebas a las que se les adivina las intenciones…

Son los habitantes de las paredes, los pliegues y las vellosidades de nuestro intestino, hogar del 90% de la fauna microbiana que vive en nuestro interior.

De hecho, nuestro cuerpo alberga más vida microbiana que células.

Según los cálculos más recientes, somos en lugar de 40 billones de seres, una población que puede llegar a pesar dos kilos, más que nuestro propio cerebro.

Hablamos de la flora intestinal de toda la vida, aunque su nombre científico es microbiota.

Es la comunidad de microorganismos, formada por más de 1000 especies diferentes, que habita en nosotros. El microbioma, en cambio, es el conjunto de su genoma.

Somos unos anfitriones estupendos

Al fin y al cabo, el intestino es un espacio húmedo con temperatura estable que les permite crecer y en el que se alimentan de las vitaminas, aminoácidos, ácidos grasos y azúcares que les proporcionamos a diario.

La microbiota es, en esencia, nuestra verdadera vida interior.

Antes de nacer, nuestros intestinos son prácticamente estériles, una página en blanco sin rastro de vida microbiana en ellos.

La microbiota se asientan los tres primeros años de vida.

Eso sí, la dieta, los fármacos o el estilo de vida puede influir decisivamente en nuestra población microbiana.

La regla general es que cuanta más variedad de especies microbiana alberge nuestro intestino, más saludable es nuestra microbiota.

El secreto mejor guardado

Pero ¿qué hacer exactamente la microbiota por nosotros?

Para empezar, forrar el interior de nuestros intestinos, creando un muro protector contra patógenos nocivos.

También interviene en la producción de neurotransmisores (como la serotonina), vitaminas (especialmente la B y la K) y otros nutrientes esenciales como los aminoácidos o los ácidos grasos de cadena corta.

Y luego por supuesto, está decisivo papel en la digestión.

Comienza la investigación sobre la microbiota

Hasta hace unos años, casi nadie había mostrado interés o curiosidad por desentrañar los secretos de la flora intestinal más allá de su conocida labor en el proceso digestivo.

Pero, en la última década, la investigación alrededor de la microbiota y el papel que desempeña nuestra salud (o falta de ella) se ha convertido en el campo científico de moda.

En 2008, el Instituto Nacional de Salud de Estados Unidos puso en marcha el Proyecto Microbioma Humano, que pretende identificar y caracterizar los microorganismos que habitan en nuestro interior; y en 2016 Obama anunció la Iniciativa Nacional del Microbioma.

Gracias a ello se está estudiando su papel en trastornos gastrointestinales, por supuesto, pero también en enfermedades cardiovasculares, diabetes o su influencia en el desarrollo de ciertos tipos de cáncer en la fertilidad.

Aunque todavía no existen resultados concluyentes, parece que su implicación en algunos tipos de obesidad es algo más que una mera hipótesis.

Sabemos, por ejemplo, que ratones obesos trasplantados con microbiota de ratones y en buena forma pierden peso (y viceversa).

Y se está estudiando con particular interés su influencia en el llamado síndrome metabólico, que aumenta el riesgo de padecer enfermedades coronarias o diabetes y con los síntomas evidentes o el sobrepeso.

Sin embargo, la relación más misteriosa y fascinante de la microbiota es la que mantiene con nuestro cerebro.

Varias estrategias de conexión

Sus vías de comunicación son múltiples.

Por un lado, la microbiota produce sustancias psicoactivas, como la dopamina y la serotonina (las conocidas como hormonas de la felicidad), que llegan al cerebro a través de la sangre.

Además, se encarga de estimular la producción de citoquinas, un tipo de proteínas relacionadas con la depresión, la ansiedad incluso el autismo.

Pero la principal autopista de comunicación entre nuestra población de microbios y su cerebro es el sistema nervioso.

El nervio vago se encarga de conectar el cerebro con el vientre, desde el tallo cerebral y a través de la columna vertebral hasta las paredes intestinales, donde las ramificaciones nerviosas entran en contacto con las neuronas (sí, las neuronas) del intestino.

De hecho, muchos expertos se refieren al intestino (que alberga una población de 100 millones de células nerviosas), nuestro segundo cerebro.

El estrés y las tripas

Por eso, científicos de diferentes disciplinas están estudiando la relación del intestino con trastornos neurológicos tan diversos como el Parkinson, el Alzheimer, la esquizofrenia o el autismo.

Pero también para explicar si nuestra microbiota puede incidir en ciertos aspectos de nuestro carácter incluso de nuestro estado de ánimo.

Se ha demostrado, por ejemplo, que ratones tranquilos que recibieron un trasplante de microbiota de otros más ansiosos, se volvían más aventureros.

El neurocientífico Gerard Clark, de la Universidad de Cork (Irlanda), investigado su influencia en el estrés.

En un estudio realizado con 22 personas sanas descubrió que quienes habían recibido una bacteria presente en el yogur (la bífidobacterium 1714) padecían menos estrés, registraban niveles más bajos de cortisol en sangre y sus habilidades cognitivas estaban más afinadas que las de los individuos que habían recibido placebo.

Cómo alterar la flora

La siguiente pregunta es obvia: ¿se puede modificar la composición de nuestra microbiota?

Sí, pero no es mucho menos una ciencia exacta.

Un cambio de dieta o un ciclo de antibióticos puede variar la población microbiana de nuestro intestino, aumentando disminuyendo la cantidad de individuos de cada especie.

No obstante, muchos expertos se resisten a dar consejos caseros para mantener en forma nuestra flora intestinal.

Es, dicen, demasiado temprano para eso.

De momento investigan para encontrar tratamientos que mejoren nuestra microbiota para evitar (o curar) enfermedades relacionadas con los desequilibrios de nuestra flora.

Uno de los más prometedores son los trasplantes fecales.

Trasplantes de heces

No es una idea nueva.

De hecho, existe constancia escrita de que versiones más rudimentarias de esta técnica ya se practicaban en China en el siglo IV para curar diarreas severas.

En Estados Unidos, este tipo de ensayos comenzaron a realizarse en los años 50; en la actualidad se han refinado hasta convertirse en tratamientos altamente específicos.

La idea es plantar flora nueva en pacientes con diferentes trastornos (la colitis ulcerosa, por ejemplo) a partir de heces de personas sanas.

Aunque no sean concluyentes, algunos de los resultados muy prometedores.

Se sabe, por ejemplo, que resultan particularmente eficaces para tratar infecciones de ciertas bacterias (como la C-difficile) cuando los pacientes han desarrollado una resistencia al antibiótico.

De hecho, en Estados Unidos ya existen bancos de heces de personas voluntarias y sanas

Sin embargo, es necesario ser prudentes.

El microbioma, como el propio genoma, es un universo complejo del que aún no conocemos demasiado y cuya investigación requiere potentísimas herramientas de software.

Además, existe el riesgo de alimentar sin fundamento el ya boyante negocio de los Probióticos, marcado desregulado y confuso.

Necesario cambio de paradigma

Pese a todo, la fibra científica alrededor de la microbiota está forzando un cambio de paradigma.

En las últimas décadas hemos luchado contra los microbios de manera más o menos pasiva (a través de una dieta pobre y del uso y abuso de los antibióticos) y proactiva, utilizando desinfectantes para todo.

Por eso, según los expertos, la microbiota occidental es cada vez más pobre.

Debido a ello, y por extraño que pueda sonar, los microbiólogos están llamando a restaurar la ecología de nuestros intestinos y a concebirnos como un ecosistema.

Para eso hay que cambiar el chip, ya no podemos aplicarnos el viejo aforismo “somos lo que comemos”.

Como dice el especialista en flora intestinal Paul O’Toole: somos lo que nuestras bacterías hacen con lo que comemos.

Tuneado del artículo publicado en www.xlsemanal.com
Autor: Ixone Díaz Landaluce