La plasticidad cerebral del cerebro que cura

Desde el punto de vista del cerebro que tiene la potencialidad de curar, el reto es qué hacer para mantener el nivel de plasticidad óptimo para cada uno de nosotros.

La idea fundamental es que la plasticidad es una propiedad del sistema nervioso en la cual el funcionamiento de circuitos, redes y neuronas cambia en respuesta a estímulos o demandas, pero no cambia de golpe.

Cede, pero no sede del todo.

Se modifica hasta determinado grado y requiere estímulos directo diversos y repetidos para ser cambiada.

Cuando acabes de leer este artículo, tu cerebro será literalmente distinto, pero tu cerebro no habrá sido cambiado permanentemente, ni para bien ni para mal.

Solo dedicándonos a una misma cosa repetidamente modificamos nuestro cerebro de forma más duradera.

Por eso es importante elegir bien y dedicar esfuerzo a aquello que queremos convertir en patrones duraderos de conducta y habilidades mantenidas.

Cerebro plástico

Tener un cerebro plástico significa que oportunidades para modificar una huella determinada sin dejar una huella permanente; del mismo modo, existe la posibilidad de dejar una huella más duradera.

El reto es guiar la plasticidad para que los cambios resultantes en nuestro cerebro nos resultan beneficiosos a largo plazo.

Hay que tener en cuenta que esta capacidad plástica es similar en toda la actividad del sistema nervioso y, por tanto, si parte de la actividad del sistema nervioso está relacionada con monitorizar los órganos internos, cada vez que se produce una señal del órgano interno, el cerebro reacciona a esta señal y cambia.

Nos encontramos exactamente con lo mismo.

Un cerebro excesivamente capaz, sofisticado y rápido en ser modificado por las sensaciones internas de órgano acaba siendo demasiado influenciado por esas sensaciones.

El estómago y el colon se mueven continuamente, tenemos pequeñas contracturas musculares todo el tiempo, se nos mueren células a cada instante y tenemos células malignas que se producen continuamente, el páncreas genera insulina todo el rato…

La capacidad inhibitoria del cerebro

Todas estas señales llegan a nuestro cerebro, pero éste es incapaz de modular las gracias a su capacidad de inhibir señales o aferencias que no tienen importancia desde el punto de vista orgánico o comportamental.

Sin embargo, si esa capacidad de inhibición falla o si el cerebro es excesivamente plástico, entonces acaban dejando una huella demasiado profunda en él.

A la postre, es lo que subyace a las enfermedades tradicionalmente llamadas “psicosomáticas”, aquellas enfermedades en las cuales el individuo está sensible (en un sentido positivo) a las sensaciones internas y su cerebro está modificable por esas mismas sensaciones que acabas siendo marcado de una forma permanente o, por lo menos, excesivamente duradera, por esas sensaciones que carecen de interés.

Hipersensibilidad cerebral

Ahora conocemos estas condiciones como “síndrome de hipersensibilidad cerebral”, que incluyen enfermedades como la fibromialgia, los dolores crónicos o el colon irritable, entre otras.

Son alteraciones funcionales cerebrales, y para tratarlas hay que restablecer el balance de excitación inhibición cerebral, la cantidad adecuada de plasticidad cerebral en ese individuo.

Si tienes un cerebro excesivamente plástico, los movimientos normales del estómago produce una respuesta cerebral excesiva y se altera la digestión, lo que da lugar a una diarrea, dispepsia, flato, molestias….

Y una mala digestión produce días de desasosiego y sufrimiento.

Y una pequeña arritmia cardíaca crea una sensación de estrés tan grande que tu corazón se pone a mil y, en el peor de los casos, puede llegar a provocar la muerte.

La plasticidad puede dejar huella

Naturalmente, se trata de situaciones extremas, pero lo cierto es que una sensación más repetida en el tiempo puede dar lugar a cambios que se hacen crónicos porque los sistemas de plasticidad, al final, dejan huella y fallan.

Cuando tenemos una lesión en una rodilla o un corte en cierto lugar (por ejemplo, justo en el lugar donde llegan los calcetines), el cerebro acaba recibiendo sensaciones repetidas y mantenidas para que le preste atención.

A esta sensación la llamamos “dolor” (disestesias o parestesias, en terminología técnica).

A la postre, son llamadas de atención del cuerpo (en este caso se trata de la piel, pero podría ser una úlcera o un tumor) para que el cerebro preste atención y actúe de forma adecuada.

Si esas llamadas de atención cambian el cerebro en exceso, porque ese es cambiable y los mecanismos de plasticidad pueden estar descompensados, pueden dar lugar a una patología; por ejemplo, a “dolor neuropático”, que permanecerá aun cuando la lesión haya desaparecido y la úlcera o la herida se haya curado.

La plasticidad puede ser beneficiosa o dañina

La capacidad plástica del sistema nervioso es tanto la causa de enfermedades como la posibilidad de recuperarse de ellas, estando la razón de aprender, la razón de los vicios del mal aprendizaje.

El reto para mantener un cerebro sano es mantener un cerebro con los mecanismos de plasticidad adecuados.

No se trata de “activar” la plasticidad, ni se puede; el reto es guiarla.

El reto es guiar las consecuencias de la plasticidad, es saber qué cosas conviene que haga cada persona para que al final, los cambios inducidos por la plasticidad resulten beneficiosos para el propio individuo.

El genoma

En resumen, la plasticidad es una propiedad intrínseca del cerebro que permite superar las limitaciones del genoma.

El mundo que nos rodea cambia rápidamente, y los genes acaban estructurando nuestro cerebro.

Ahora bien, los cambios en el cerebro a través de modificaciones genéticas requieren unas cuantas generaciones; cuestan tantos años que no daría tiempo material de responder a los cambios del medio ambiente.

La necesidad del organismo de subsistir en un medio ambiente que cambia requiere una modificación más o menos rápida.

Por un lado, hay que modificar que expresan los genes (los procesos epigéneticos); estamos aprendiendo mucho sobre ello.

Cada uno tiene los genes que tiene, pero cambian en su expresión; ahora sabemos que incluso ese cambio en su expresión se puede transmitir de padres a hijos.

Sin embargo, también las modificaciones epigenéticas son demasiado lentas, porque tarda en entrar unos meses y algunos años de una vida.

Hay modificaciones que tienen lugar en solo unos minutos.

La plasticidad del sistema nervioso lo posibilita.

Es el invento de la naturaleza para que nuestro cerebro se adapte y responde a cambios externos del mundo que nos rodea.

El mundo interno

Pero el cerebro está dedicado en gran parte del mundo interno, y la plasticidad también existe en relación con el mundo interno.

El cerebro también se va modificando por la actividad de los órganos internos y, al mismo tiempo, tiene la capacidad de cambiar la actividad de los órganos, porque el cuerpo es como una gran maraña de caminos de ida y vuelta.

Si hay una señal que llega un punto determinado, también existe una señal que regresa desde ese punto.

Por tanto, si se da la capacidad de que las sensaciones de nuestro corazón, de nuestro páncreas o de nuestro estómago lleguen hasta el cerebro para que nos enteremos de que estamos hambrientos, nos duele el alma o tenemos flato y tenemos ganas de procesar la comida que acabamos de comer, esas señales modifican el cerebro gracias a su plasticidad y lo cambian para posibilitar la respuesta del cerebro a esas señales.

En relación con el mundo externo, el reto es como modificar la plasticidad y como guiarla para el beneficio del individuo y, a través de los individuos, para el de la sociedad.

Pero igualmente importante es cómo convertir la capacidad de guiar la plasticidad en una herramienta controlable por el individuo para guiar la función del cerebro en relación con los órganos internos.

Si somos capaces de hacerlo, nuestro cerebro estará sano y nos curará.

Extracto del libro “El cerebro que cura”

Autor: Álvaro Pascual Leone