La mentira por dentro

Probablemente la mentira nace en estadios evolutivos atávicos que obligan a ocultar la comida o engañar a congéneres por necesidades de supervivencia.

Por ejemplo, los córvido son capaces de engañar a otras aves de la misma especie, pero de otro nido; haciéndoles creer que esconden un gusano (alimento futuro) en un sitio, pero luego vuelven para cambiarlo.

Sobre esta base instintiva más primitiva, el engaño se vuelve más complejo en el ser humano, al desarrollarse un gran cerebro con funciones cognitivas, que le añaden una gran subjetividad y la posibilidad de flexibilidad intelectual; con cambios de planes ante el descubrimiento de la mentira.

Necesidad evolutiva

Con el crecimiento cerebral del homo sapiens se generan muchas posibilidades conductuales, dando lugar a personalidades más inclinadas a la práctica de la mentira.

Sin embargo, algunos especialistas consideran que, en promedio, el 25 por ciento de nuestra interacción social se basa en engaños practicados por los componentes del grupo.

Alta exigencia mental

Se piensa en general que la mentira es un proceso de engaño premeditado, que precisa muchos recursos cerebrales para su adecuada gestación y mantenimiento.

Existen mentiras elaboradas que requieren de gran capacidad intelectual y metafórica cognitiva que además necesitan de un proceso creativo.

Cuanto más elaborada, necesitará de funciones más complejas de nuestro cerebro y nuestro cuerpo.

Es decir, mentir requiere de un proceso muy complejo, desarrollado especialmente por el ser humano.

Es necesaria una gran capacidad intelectual (especialmente para mantener el engaño y no ser descubierto) además de un sistema emocional y corporal controlado (sudor, dilatación pupilar, control facial, mirada, respiración acelerada o enrojecimiento que delate la mentira).

Detectar al mentiroso

En 1938 Leonarde Keeler creó el detector de mentiras o polígrafo.

Con este invento trató de construir una máquina de la verdad, un instrumento de medición de frecuencia cardíaca, respiración, presión arterial y sudoración.

Este aparato es conocido por el gran público aficionado al cine por ser mostrado en las películas de espionaje, pero defraudó en el ámbito de la vida real al no ser capaz de demostrar su validez desde la perspectiva científica.

Así, en 1954 el Ministerio de Justicia de Estados Unidos, desechó este método que había sido desarrollado por ellos mismos.

Varios grupos científicos han tratado ya de generar un método mucho más contundente de evaluación del engaño.

Estructuras cerebrales implicadas

A partir de estudios de resonancia magnética funcional del cerebro (RNMC) realizados en personas mintiendo se pueden observar resultados positivos sobre la localización cerebral de estos procesos.

Cuando el sujeto sometido a la prueba practica un relato mentiroso se ponen en marcha procesos neuronales altamente complejos y, como podría presumirse, estos se producen fundamentalmente en el lóbulo prefrontal y en la corteza motivacional (cingulada).

Es decir, se activan zonas de pensamiento abstracto y de motivación, respectivamente, pero además, también trabaja el sistema emocional (amígdala).

La persona que miente en un principio activa sectores corticales prefrontales atencionales.

Algunos neurobiólogos plantean que las personas que mienten presentan menos sustancia gris prefrontal pero más conexiones de la sustancia blanca de este lóbulo.

Esto último mejoraría la capacidad asociativa y la flexibilidad de planes, pero con menor capacidad de culpa.

Recomendaciones para un buen mentiroso

Quien mejor miente es quien desconecta el pensamiento del sistema emocional, y como consecuencia, presenta menos empatía con los demás ante la situación estresante de ocultar un engaño.

En una publicación publicada el año pasado en Proceedings of the National Academy of Sciences se demostró que cuando se analiza individualmente, la detección personal de mentiras, las personas detectan aproximadamente sólo el 50% de las mismas (es decir que es similar a si lo evaluaran al azar).

Pero cuando se actúa en grupo y especialmente si el grupo interactúa dialogando para extraer una conclusión, se incrementa de forma importante la cantidad de aciertos que develan una mentira durante la prueba.

En el descubrimiento de la mentira interviene el inconsciente

En un estudio realizado por Ten Brinke y su grupo de la Universidad de Berkeley, describieron que si las personas saben que se enfrentan a una prueba para detectar una persona mentirosa descubren menos las mentiras, que si no lo saben.

Así, los sujetos que no sabían que debían descubrir mentiras tuvieron mejor rendimiento en la prueba sobre la que no estaban informados.

La reiteración de las mentiras desensibiliza a largo plazo al insincero, y el individuo mentiroso se va adaptando progresivamente al proceso de engañar.

En un trabajo realizado por Neil Garret y su grupo del Colegio Universitario de Londres detectó mediante RNMC que la amígdala cerebral se dispara ante la emoción culpable, y disminuye su activación ante la reiteración de las mentiras; es decir el mentiroso siente cada vez menos displacer con la insinceridad.

Esta habituación puede suceder también en la persona receptora de la mentira, ante la reiteración y/o variación de estas.

Incluso,en el seno de un grupo familiar, político o social, esta aceptación afectiva al engaño se puede llegar a convertir en costumbre .

Consecuencias

El proceso de engaño puede desembocar en habito, es decir, el sujeto proclive a mentir tiende a acostumbrarse a vivir en la mentira.

Cuando una persona miente padece en un principio displacer, que con el tiempo y la reiteración va disminuyendo; agravando la cantidad y la gravedad de las mentiras.

Se van generando entonces mucha menos sensaciones displacenteras funcionales que en los primeros engaños.

Por ejemplo, en un principio pueden disparar sensaciones de gran estrés autonómico, activando el sistema simpático.

Como consecuencia se dispara un sistema inconsciente de lucha, que luego va menguando a partir de la adaptación.

La mentira requiere de una función intersubjetiva, pues necesita de dos personas: de quién miente y del interlocutor engañado que debe creer; o en su defecto descubrir que le están mintiendo.

Por suerte existe otro mecanismo llamado sensibilización, que en los grupos humanos pueden generar el efecto contrario, especialmente cuando se ven afectados en cuestiones concretas, como el dinero o la libertad entre otros.