Por vez primera, un equipo internacional de neurobiólogos de las universidades de Lübeck (Allemania), Chicago y Zurich, ha demostrado que la relación entre generosidad y sensación de felicidad se observa también en el cerebro.
Lo que han descubierto es que el comportamiento generoso activa una zona específica del cerebro, la región temporoparietal.
Y la sensación de felicidad, debido a su conexión con el placer, activa por su parte dos zonas cerebrales vinculadas a la recompensa, el estriado ventral (relacionado con el sistema límbico) y la corteza orbitofrontal.
El experimento
El reciente estudio ha identificado además los mecanismos cerebrales mediante los cuales el comportamiento generoso modula la sensación de felicidad.
Para obtener estos resultados, los investigadores establecieron un protocolo en dos fases al que sometieron a 48 participantes divididos en dos grupos: uno de ellos se implicaba en una acción altruista y el otro grupo servía de control.
Al comienzo de la primera fase, los participantes conocen que se les va a enviar 25 francos suizos por semana durante un mes.
La mitad de ellos (el grupo experimental) se dedica a gastarse el dinero con otras personas, mientras que la otra mitad (el grupo de control) gasta el dinero en sus cosas.
En una segunda fase, todos los participantes tienen que tomar una decisión que puede suponer un comportamiento más o menos generoso, al mismo tiempo que se mide su actividad cerebral con ayuda de imágenes de resonancia magnética funcional.
Por último, el nivel de bienestar de los participantes se evaluó dos veces por medio de un cuestionario estándar: el primero al comienzo del experimento, antes de recibir consignas, y el segundo una vez finalizado.
Resultado:Más actividad cerebral
A continuación, se realizaron exploraciones de resonancia magnética funcional para medir la actividad en tres regiones del cerebro asociadas con el comportamiento social, la generosidad, la felicidad y la toma de decisiones.
Sus opciones, y su actividad cerebral, parecían depender de cómo se habían comprometido a gastar el dinero antes.
Aquellos que habían accedido a gastar dinero en otras personas tendían a tomar decisiones más generosas durante todo el experimento, en comparación con aquellos que habían acordado gastar en sí mismos.
También tenían más interacción entre las partes del cerebro asociadas con el altruismo y la felicidad, e informaron mayores niveles de felicidad después de que el experimento terminó.
Lo que descubrieron los investigadores es que los participantes comprometidos con una acción generosa se comportaron también generosamente en el momento de tomar su decisión, y que su nivel de felicidad aumenta más que el del grupo de control.
A nivel neuronal, en el grupo experimental los investigadores apreciaron un aumento de la actividad de la unión temporal parietal (vinculada a la generosidad), y que esta actividad implica un aumento de la actividad del estriado ventral, vinculado a la felicidad.
Con la intención basta
La medida de la actividad cerebral permitió establecer que el mero hecho de la simple promesa de comportarse generosamente activa la zona altruista en el cerebro y refuerza la comunicación con la zona cerebral de la felicidad.
Es decir, la simple intención de ser generoso provoca una modificación neuronal, antes incluso de que la acción sea puesta en práctica, lo que significa que no es necesario demostrar una abnegación total para que se genere el sentimiento de felicidad.
Este trabajo demuestra que el mero hecho de implicarse en una promesa generosa es suficiente para aumentar la sensación de felicidad, y que el vínculo entre generosidad y felicidad tiene una base neuronal.
Este trabajo, demuestra una vez más la gran plasticidad neuronal que caracteriza el cerebro, ya que cuando se hace un gesto psicológico (un acto de generosidad), el cerebro se modifica.
No obstante, los investigadores advierten que este trabajo no tiene aplicación directa a nivel médico y sólo se inscribe en una línea de investigación que pretende localizar las funciones intelectuales.
Conclusiones de validez universal
Desde otra perspectiva, un equipo internacional de psicólogos analiza si la relación entre el gasto generoso y la felicidad constituye un fenómeno válido en todo el mundo, incluso en países empobrecidos como India o Uganda.
El estudio
El punto de partida del estudio es la premisa de que al contrario de lo que ocurre en los “países occidentales ricos” que pueden permitirse el lujo de gastar dinero extra en otros, los habitantes de lugares más pobres les resulta preferible invertir en sí mismos sus limitados recursos.
El estudio dirigido por Lara Aknin, de la Universidad Simon Fraser, propone que la generosidad es provechosa tanto en los países ricos como en los pobres.
Esta conclusión surge de una encuesta realizada a 200.000 personas adultas de 136 países a quienes se les pregunta sobre sus donativos y su bienestar subjetivo.
Tras descartar ciertas variables (demográficas, ingresos familiares y otras), se observa una correlación positiva entre los donativos y la felicidad en 120 de estos países, tanto ricos como pobres.
Según las respuestas, el refuerzo en el bienestar por haber donado en el último mes resultaba el mismo, aunque los ingresos del encuestado se hubieran duplicado.
Adicionalmente, se llevaron a cabo varios experimentos con el fin de verificar si la donación reforzaba el sentimiento de felicidad.
Se pidió a participantes de Canadá y África del Sur, seleccionados al azar, que optasen entre comprar un regalo sorpresa para sí mismos o para un niño enfermo desconocido y hospitalizado en su localidad.
Resultado del estudio
Aunque el PIB y la renta per cápita en África del Sur son muy inferiores a los canadienses, quienes optaron por entregarle el obsequio al niño se manifestaron más felices que aquellos que gastaron el dinero en ellos mismos.
En los resultados publicados en mayo de 2013 en Journal of Personality and Social Psychology, se recoge una robusta coherencia transcultural que respalda la idea de que la relación entre donar a otros y el bienestar propio constituye un rasgo universal de humanidad.
En una investigación posterior cuyos resultados fueron publicados en PLOS ONE, la propia Aknin postula que los bebés sonrien con mayor frecuencia cuando comparten un regalo que cuando lo reciben.
Otra buena noticia resultó ser que no parecía importar la cuantía de la generosidad de las personas.
Para la felicidad tiene los mismos efectos planear regalar un poco de dinero que una suma importante.
Merece la pena valorar que, incluso las pequeñas cosas como traer café a los compañeros de la oficina por la mañana, son capaces de provocar un efecto beneficioso.
Asuntos pendientes
Todavía no está claro cuánto tiempo perduran estos sentimientos cálidos y difusos después de ser generosos.
Algunas investigaciones sugieren que practicar la generosidad como un hábito regular puede influir en el bienestar a largo plazo y como consecuencia en la felicidad.
De igual forma, los estudios demuestran que aquellas personas mayores que practican la generosidad con regularidad tienden a tener una mejor salud, hasta el punto de que, entregar sin esperar nada a cambio, puede ser tan eficaz en la reducción de la presión arterial como la medicación o el ejercicio.
Además, se ha demostrado una relación positiva entre la creencia de contribuir al bienestar y la felicidad ajena y la esperanza de vida, probablemente porque esta conducta presenta un claro efecto desestresante.
Necesidad de supervivencia
Como complemento, merece la pena destacar las conclusiones de un conjunto de estudios publicados en 2012 en Nature, los cuales demuestran que la donación resulta más espontánea que la codicia, fenómeno derivado de que ésta última exige una mayor capacidad para pensar y, por tanto, un mayor gasto energético para el cerebro.
Aknin opina que la donación suscita buenos sentimientos en todas las personas por la misma razón que la comida y el sexo: nuestro cerebro dispone de un sistema de recompensas inmediatas ante ciertas conductas fruto de la selección natural, que, a la larga, contribuye a la supervivencia.
De este modo, cabe afirmar que ninguno de nuestros antepasados hubiese podido sobrevivir por sí mismo, y que la generosidad, en la medida en la que favorece el establecimiento de vínculos sociales, probablemente se encuentre en la base de una exitosa estrategia adaptativa.