La conexión cuerpo y cerebro en el aprendizaje

El cuerpo y el cerebro se hallan inmersos en una danza interactiva continua. Los pensamientos que son implementados en el cerebro pueden inducir estados emocionales que son implementados en el cuerpo, mientras que el cuerpo puede cambiar el paisaje del cerebro y, de este modo, el sustrato que sustenta los pensamientos.
Antonio Damasio

 

A diferencia de lo que creíamos años atrás, el cuerpo no es simplemente un aparato de comunicación bidireccional para el cerebro, sino que desempeña un papel crucial en los procesos cognitivos (cognición corporizada).
O si se prefiere, los sistemas sensoriales y motores que gobiernan el cuerpo están enraizados en los procesos cognitivos que nos permiten aprender.

 

Giacomo Rizzolatti, más conocido por ser el descubridor de las neuronas espejo, lo resume muy bien: “El cerebro que actúa es un cerebro que comprende”.

Las implicaciones educativas son enormes porque, además, el aprendizaje es un proceso social.

 

¡Dichosas neuronas espejo!

 

El poder del movimiento

Las investigaciones sugieren que el ejercicio constituye una estupenda estrategia para mantener una buena salud física, pero también mental.

 

La actividad física incrementa los niveles de la proteína BDNF que está asociada a la mejora de la plasticidad sináptica, la neurogénesis o la vascularización cerebral, procesos imprescindibles para un buen funcionamiento cerebral y aprendizaje.

 

El ejercicio físico tiene un impacto positivo en el funcionamiento hipocampo, en la liberación de importantes neurotransmisores y en el desarrollo de las funciones ejecutivas del cerebro, básicas para el rendimiento académico y desarrollo personal tanto del niño en la etapa escolar, como del adulto durante toda su vida.

 

Por ejemplo, simples parones de 4 minutos en la actividad académica diaria de niños con edades entre 9 y 11 años para realizar ocho ciclos de movimientos rápidos (saltos, sentadillas o similares) durante 20 segundos, seguidos de descansos de 10 segundos, son suficientes para optimizar la atención necesaria que requiere la tarea posterior y mejorar el desempeño en la misma.

 

Existen diversas evidencias empíricas que sugieren una asociación entre los procesos motores y cognitivos en el desarrollo y el aprendizaje.

 

Estudios con neuroimágenes muestran que las tareas que activan la corteza prefrontal, sede de las funciones ejecutivas, también activan regiones básicas para el procesamiento motor, especialmente el cerebelo.

 

La función de esta estructura de la parte posterior del tronco del encéfalo parece que va más allá de la coordinación de los movimientos y el aprendizaje motor.

 

Y, junto a esto, niños con dificultades de aprendizaje, por ejemplo, asociadas al TDAH o a la dislexia, a menudo manifiestan déficits motores.

 

Pues bien, parece que tanto las funciones ejecutivas del cerebro como las habilidades motoras finas predicen un mejor aprendizaje tanto en la etapa de educación infantil como en procesos de aprendizaje en individuos adultos.

 

El poder de los dedos

En prácticamente todas las culturas los niños aprenden a contar con los dedos.

Es una actividad sensorial y motriz que se realiza antes de que el cálculo se automatice y se convierta en un proceso puramente mental.

 

Contar con los dedos se suele considerar una estrategia inadecuada que una buena educación eliminará.

Sin embargo, constituye una acción precursora importante para el aprendizaje de la base 10 y las representaciones cerebrales de los números y la disposición de la mano obedecen a principios de organización muy similares.

 

Parece que la calidad del manejo de los dedos, algo que podemos cultivar en la infancia, es importante para el desarrollo de la capacidad aritmética.

Los estudios sugieren que los niños que en la etapa de educación infantil manejan mejor sus dedos se desenvolverán mejor después en matemáticas, y que el entrenamiento de los dedos en niños de 6 años mejora las competencias numéricas.

 

Relacionado con lo anterior, recientes investigaciones han comprobado que cuando se les permite a los participantes de los experimentos manipular objetos, en lugar de utilizar una tableta electrónica para realizar los cálculos, se facilita la resolución creativa de los problemas del tipo: ‘¿Cómo colocarías 17 animales en 4 parcelas de forma que haya un número impar en cada una de ellas?

 

Y la utilización con las manos de fichas numéricas reduce la temida ansiedad matemática y mejora la capacidad aritmética cuando se han de realizar cálculos mentales largos.

 

Por otra parte, en el contexto lingüístico se ha comprobado lo útil que resulta enseñar a los niños ejercicios en los que van trazando las letras con los dedos.

 

Añadir los estímulos visuales y auditivos a la exploración háptica (relacionada con el tacto), a través de la práctica de los gestos de la escritura, acelera el aprendizaje de la lectura.

 

Y desde la neurociencia parece haberse encontrado la justificación: existen rutas neurales diferentes asociadas al reconocimiento de objetos y a su orientación.

 

Ante las letras estáticas se activa una región del sistema visual que acaba especializándose en el reconocimiento de las letras: la llamada ‘caja de letras del cerebro’.

 

Pero cuando las letras están en movimiento, al escribirlas en cualquier lengua, se activa una región de la corteza premotora izquierda asociada a los gestos: el área de Exner.

 

Y es que los gestos son también muy importantes para el aprendizaje.

 

El poder de los gestos

Las personas ciegas de nacimiento gesticulan pese a no haberlo visto nunca.

Esto sugiere que nuestra capacidad gestual es innata y que podemos gesticular para nuestros interlocutores, pero también para nosotros mismos.

 

En los últimos años se han realizado interesantes experimentos que demuestran que puede ser muy beneficioso animar a los estudiantes a que utilicen sus manos en sus explicaciones porque ello puede revelar conocimientos implícitos y contribuir a que se asimile la información novedosa.

 

La investigadora Susan Goldin-Meadow analizó el famoso experimento de Piaget en el que niños de 6 años ven dos filas de objetos y han de decidir en cuál de ellas hay más.

 

La trampa consiste en que, aunque ambas filas contienen el mismo número de objetos, en una de ellas están más espaciados.

Y ello hace que los niños respondan que hay más objetos en la fila más larga.

 

Sin embargo, cuando se analizan los gestos de sus explicaciones, se observa que transmiten cosas diferentes.

Algunos extienden los brazos denotando con su gesto que una fila es más larga que otra. Otros, en cambio, mueven las manos identificando una correspondencia entre los objetos de cada fila.

 

Es decir, aunque no saben expresarse con palabras, sus expresiones corporales sugieren que han descubierto la esencia del problema.

 

Y los maestros pueden utilizar esta información para mejorar la enseñanza y el aprendizaje.

 

Además de reflejar lo que sabemos, los gestos pueden mejorar nuestra forma de pensar si esa capacidad se estimula de forma adecuada.

Enseñar a los niños a expresarse con gestos mientras hablan puede acelerar su aprendizaje

Por ejemplo, cuando se les pidió a estudiantes de tercero y cuarto de primaria que resolvieran ecuaciones del tipo 2 + 5 + 7 = X + 7, por primera vez, no eran capaces de resolverlas.

Tras ello se pidió a un grupo que moviera las manos para explicar las respuestas y el otro debía hacerlo solo con palabras.

 

A continuación, se explicó a todos los niños el procedimiento para resolver las ecuaciones y se les propuso otras diferentes.

 

Se comprobó que los alumnos que habían gesticulado antes de la enseñanza resolvieron más ejercicios que no aquellos que mantuvieron las manos quietas.

 

Parece que el movimiento de manos les había ayudado a asimilar la información explicada.

Asimismo, algunos niños expresaban con sus gestos formas alternativas de resolución (señalar el 2, el 5 y el 7 del primer miembro de la ecuación y hacer un gesto de supresión en el 7 del miembro de la derecha).

 

Los gestos reflejaban un conocimiento implícito de los niños y ayudaban a mantenerlo activo en sus mentes.

 

Y, junto a lo anteriormente comentado, también se ha observado que los gestos del maestro pueden transmitir información precisa, pero también pueden inducir al error.

 

La gestualidad corporal puede contribuir al aprendizaje en otros contextos, como en el lingüístico.

 

En unos interesantes experimentos se comprobó que cuando niños de primaria manipulaban juguetes simulando la acción de lo que estaban leyendo mejoraban la comprensión del texto e incrementaban su vocabulario. Y los mismos efectos se conseguían cuando los maestros enseñaban a los niños a imaginar esas simulaciones.

 

Por otra parte, se ha comprobado que cuando acompañamos una palabra o frase con un gesto es más fácil recordarla, lo cual tiene muchas implicaciones pedagógicas.

Su utilidad se ha comprobado en la enseñanza de nuevos idiomas, en donde suelen utilizarse estrategias audiovisuales en el aprendizaje de nuevo vocabulario que se olvidan con rapidez.

 

Parece que acompañar las palabras con gestos que las representan implica a redes sensoriales y motoras extensas que involucran a la memoria explícita (consciente), pero también a la memoria implícita (inconsciente), y ello podría favorecer la consolidación del nuevo vocabulario.

 

El poder del cuerpo

A diferencia de lo que ocurre con bailarines aficionados, los expertos activan más regiones sensoriales y motoras del cerebro cuando observan vídeos de cualquier tipo de baile.

 

Y esta activación se incrementa cuando observan movimientos ya conocidos.

Estos resultados sugieren que disponemos de un sistema especular que nos permite vincular acciones ajenas con las propias y que podemos comprenderlas a través de una simulación motora.

 

Todo ello tiene enormes implicaciones educativas.

Por ejemplo, en una reciente investigación se comprobó que la comprensión de magnitudes físicas, como el momento angular (relacionada con los giros), se facilitaba con la activación de regiones sensoriales y motoras debido a la manipulación de ruedas de bicicletas, por ejemplo, y era menor cuando los estudiantes solo observaban la acción.

 

En el fondo, todos estos estudios lo que sugieren es que el aprendizaje es un proceso activo.

 

Lamentablemente, no se le da la importancia que merece al tiempo dedicado a la educación física o a los recreos y existe una tendencia a restringirlos para poder dedicar más tiempo a la enseñanza considerada como académica.

 

El enfoque tradicional en el que los estudiantes pasan la mayor parte de su tiempo recibiendo información visual y auditiva en una situación pasiva, ni es la mejor forma para optimizar su aprendizaje, ni es lo que está en consonancia con lo que sabemos sobre el funcionamiento del cerebro.

 

Sin tener conocimientos sobre neurociencia, John Dewey ya lo dijo hace mucho tiempo: “La enseñanza debe ser por la acción. La educación es la vida; la escuela es la sociedad”.

 

inspirado en publicación de Jesús C. Guillén
31 marzo, 2017

1 comentario sobre “La conexión cuerpo y cerebro en el aprendizaje

  1. Hace algún tiempo leí un libro en el que la autora refería su experiencia personal positiva relacionando clases de baile (zumba o algo así) con el rendimiento observado en los alumnos que participaban en su seminario. De hecho, relacionaba su éxito en sus clases con el haber sido capaz de integrar ambas actividades. La Universidad (americana, claro) estaba asombrada por los resultados y entusiasmada con la iniciativa

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