Conciencia extendida

La hipótesis más generalizada sobre el origen de la conciencia señala que esta se origina en el cerebro, gracias a la actividad neuronal.

Sin embargo, hasta ahora, la neurociencia no ha sido capaz de explicar por qué y cómo el cerebro puede producir conciencia.

Albert Einstein decía que, por el propio interés de la ciencia, “una y otra vez es necesario dedicarse a la crítica de conceptos fundamentales, [...] especialmente en aquellas situaciones en las que el uso constante de los conceptos fundamentales tradicionales nos lleva a paradojas difíciles de resolver”.

Partiendo de este modo de confrontar realidades hasta ahora incomprensibles, Riccardo Manzotti, profesor de Psicología de la Percepción de la Universidad Libre de Lengua y Comunicación de Milán, plantea una sorprendente teoría sobre la conciencia, bautizada como Spread mind o conciencia esparcida.

Su idea central es la siguiente: La conciencia de un objeto sería el mismo objeto del que somos conscientes.

¿Qué significa esto?

En resumen, explica Manzotti en un libro recientemente publicado bajo el título “The Spread Mind: Why Consciousness and the world are one”, que la consciencia es idéntica a los mundos externos.

Manzotti, que tiene un doctorado en robótica y títulos de filosofía de la mente e informática, además de ser un especialista en inteligencia artificial, visión artificial, percepción y, sobre todo, en el tema de la conciencia, ha ilustrado su idea en una serie de entrevistas que, a lo largo de 2017, le realizó el novelista británico Tim Parks para The New York Review of Books:

Imaginemos que estamos viendo un arcoíris.

Para que esto suceda, es preciso que existan el sol, las gotas de lluvia, y un espectador.

El arcoíris es, por lo tanto, un proceso que requiere de varios elementos, uno de los cuales es nuestra percepción sensorial.

El arcoíris no existe como algo aislado en el mundo ni tampoco solo como una imagen formada en nuestra mente, de manera aislada a lo que percibimos.

Lo que pasa, más bien, es que la conciencia se extiende entre la luz del sol, las gotas de lluvia y la corteza visual del cerebro, creando un todo único que es la experiencia del arcoíris.

Por tanto, según Manzotti, el espectador no ve el mundo; sino que forma parte de un proceso del mundo.

"No hay imágenes ni representaciones en nuestras mentes", afirma.

"Nuestra experiencia visual del mundo es un continuo entre el que ve y lo visto, unidos en un proceso compartido".

Conciencia no confinada en el cerebro

El enfoque sería muy distinto al que propone la neurociencia: El cerebro recibe señales sensoriales y fabrica con ellas una imagen a través de la actividad neuronal.

Por tanto, el mundo está fuera y nuestra conciencia dentro del cuerpo, separada del mundo.

Según la perspectiva de Manzotti, eso no es así:

La conciencia no estaría dentro del cerebro, sino que sería “el proceso” en el que se cruzan los elementos que participan en la percepción consciente.

O, con otras palabras, la conciencia no estaría confinada dentro de un cerebro cuyas neuronas seleccionan y almacenan la información recibida de un mundo separado, apropiándose, segmentando y manipulando varias formas de información, sino que estaría esparcida entre todos los elementos que participan en la percepción consciente.

Siguiendo con el ejemplo del arcoíris, podría decirse que la conciencia es física, pues para su existencia precisa del sol, del agua de lluvia y del cerebro, pero también que no está ubicada “solo” en el cerebro, es un proceso compartido.

Todo lo que vemos, escuchamos, tocamos, saboreamos y olemos involucra la misma creación de una “unidad física”, el momento de la consciencia, que estaría sostenido por procesos que se dan dentro y fuera de nuestra cabeza, señala Manzotti

La causa de la separación

Por otra parte, Manzotti defiende que hemos separado la conciencia y el mundo por conveniencia, a través de las palabras “sujeto” y “objeto”.

Así, el lenguaje alentaría una explicación falsa de la experiencia.

Según él, ganamos algo con esto: Al ubicar la conciencia exclusivamente dentro del cerebro, podemos creer que el sujeto, el yo, en un nivel muy profundo, no está sometido a las mismas leyes de cambio constante que evidentemente gobiernan los fenómenos que nos rodean; y podemos albergar la reconfortante ilusión de poder sobrevivir separados del mundo.

“Detrás de todo”, afirma Manzotti, “estaría el deseo de negar el cambio en nosotros mismos, quizás para sobrevivir a la muerte”.

El sueño no nos desliga del mundo

Tim Parks pone alguna objeción a la teoría de Manzotti, al preguntar qué sucede cuando nuestra conciencia sueña o imagina.

En ese momento, señala, no tenemos una relación sensorial con el mundo y, sin embargo, nuestra mente sigue generando contenidos de conciencia.

Al respecto, Manzotti argumenta que esta actividad mental sigue estando vinculada al mundo exterior, pues las elaboraciones imaginarias u oníricas tienen su base en percepciones derivadas de nuestra relación con el mundo, incluso a veces sin que nos demos cuenta (cuando percibimos cosas de manera inconsciente).

Así, podemos soñar con un lugar que no recordamos haber visto o combinar en sueños un conjunto de percepciones que hayamos tenido en algún momento.

O podemos recrear un objeto imaginario que sea una reorganización de objetos reales. Nada es del todo inventado, todo surge de la experiencia directa, afirma.

Y añade: “Todos los objetos que encontramos, los objetos que llamamos experiencia, continúan activos en nuestros cuerpos y cerebros, continúan siendo nuestra experiencia.

Es la naturaleza de nuestros cerebros, fantásticamente complejos, lo que permite que estos encuentros continúen y continúen.

Los encuentros no están "almacenados" y ciertamente no son estáticos. Siguen sucediendo. Ellos somos nosotros”.

El yo como interacción

Esta visión de Riccardo Manzotti desafía la visión estándar sobre la consciencia, que supone que las percepciones conscientes son representaciones generadas por las neuronas del cerebro en respuesta a las señales del mundo exterior.

Para Manzotti, nuestra experiencia, o percepción, no se diferencia del objeto percibido.

Por tanto, no habría representaciones internas: cuerpo y cerebro serían, simplemente, las condiciones que permiten que el mundo, tal y como lo conocemos, se manifieste como lo hace.

¿Cuál sería la función del cuerpo en la conciencia?, pregunta Parks.

Según Manzotti, eliminar la distinción tradicional entre sujeto y objeto no implica que el cuerpo no exista (de hecho, el cuerpo es parte del mundo, y sin él no podríamos percibir nada).

Sin embargo, señala, “una cosa es que no puedas existir sin tu cuerpo y otra muy distinta es decir que eres tu cuerpo”.

Para él, el cuerpo sería parte de nuestra experiencia, del mismo modo que las cosas del mundo exterior.

Es decir, que somos ambos. “La alternativa tanto al cerebro material como al espíritu inmaterial nos está mirando a la cara (…) porque, en realidad, nuestras vidas están compuestas por eventos externos, personas, objetos, paisajes y, por supuesto, la interacción del cuerpo con estas cosas”.

Esta perspectiva, inevitablemente, cambiaría nuestra concepción del yo, hacia la noción de éste como un continuo, no separado del resto de las cosas.

Se enmarca dentro de una corriente de la filosofía de la mente conocida como “externalismo”, que sostiene que la mente consciente no solo es el resultado de lo que está sucediendo dentro del sistema nervioso (o del cerebro), sino también de lo que ocurre o existe fuera del sujeto.

Se contrapone con el internalismo, que defiende que la actividad neurológica es suficiente para producir la mente

Artículo publicado en www.tendencias21.net
Autor: Yaiza Martínez