Habitar las palabras

Imaginemos la siguiente escena, en la que una persona acude al médico con una dolencia de lo más particular:

- Doctor me duele la palabra, me digo unas cosas terribles, tengo unas molestias en el lenguaje y llevo unos días en los que se repite una figura lingüística que me deja muy mal cuerpo… Me digo que es imposible que la vida sea así. Me duele mi habla interna, me duele mi diálogo interior, ¡tengo un pepito grillo cardíaco! estoy muy preocupado! ¿Doctor que me pasa?

- ¿Desde cuándo le duele la palabra?

- No me acuerdo muy bien, desde que era pequeño, pero con el tiempo ha ido empeorando. Usted cree que puedo cambiar mis palabras y tener más alegría y esperanza.

Me pregunto de qué material están hechas las palabras… Y no me diga eso de que las palabras están hechas de neuronas y que intercambian información dentro de nosotros mismos y con el mundo, porque las palabras son un paquete de información con personalidad, o que los sueños y las esperanzas están hechas de información que podían lucirse.

No me diga eso, doctor, por favor, dígame cómo puedo arreglar el desgaste de mi imaginación, la extenuación de mis sueños, de mis esperanzas, de mis ilusiones...

Dígame cómo restituyó mi alegría.

Dígame, por favor, qué puedo hacer con mis palabras, con el martilleo, con la jaqueca lingüística, con la depresión de las palabras.

¿Qué me puede recetar?

- Lo que usted tiene es la “enfermedad de las palabras”, una dolencia muy rara y contagiosa de la que sabemos muy poco.

Es algo así como una gripe lingüística que debilita cualquiera, no se hace vulnerables y nos quita el sentido de la orientación vital. Cuando la palabra duele, duele toda la vida.

Es el dolor más universal que existe.

Es un dolor de la existencia que empieza a muy temprana edad y se vuelve crónico.

Es un dolor educativo. Dolor heredado. Dolor habitado.

Pero no se preocupe, que para deshabilitar este tipo de dolor contamos con una vacuna lingüística.

Le diré lo que tiene que hacer: habite cada uno de las palabras que le causan dolor, porque para ser inmune tienes que conocer y comprender la causa de su lenguaje.

Una vez que lo conozca, cambie y elija otras palabras que habite en su vida.

El secreto está en tratar de habitar cada uno de las palabras que usted dice y el latido que contienen cada una de ellas, que es único e irrepetible y necesita de su presencia.

Latido a latido, cada uno de ellos, todos los días hasta que construyen los puentes que llegan al corazón de otras personas.

De esta manera se llenará de alegría, que es la forma más bella de la felicidad, y la felicidad, como usted sabe, existe porque existen otras personas con quienes compartir nuestros latidos.

Se necesita paciencia. Las medicinas necesitan tiempo para activar la energía del cuerpo.

Recuperarse bien es vital, no sea que vuelva a recaer.

Habitar palabras con futuro requiere su tiempo.

Lo que usted necesita es llevarse bien con su cerebro y con las propuestas que le hace acerca de cómo vivir su vida.

- Pero ¿qué puedo hacer yo?

- Creo que ya lo sabe, ¡habite sus palabras!

- ¿Todas? ¿No cree que es demasiado? Una sobredosis de habitabilidad puede acabar conmigo…

- No se preocupe. Inténtelo y verá. No es difícil, merece la pena.

Esta escena intenta explicarnos que lo que sucede es que vivimos en un mundo despoblado de lenguaje positivo, vivimos desprotegidos.

La “enfermedad de lenguaje” es invisible.

La diferencia está en cada uno de nosotros, en cómo habitamos lo que decimos y lo que hacemos.

Asomarnos a la vida, cada mañana, con nuestras palabras positivas conseguirá que podamos desarrollar nuestro máximo potencial en el presente y en el futuro.

Del libro “Educar en lenguaje positivo”
Autor: Luis Castellano
Como un humilde homenaje a su aportación a la felicidad desde su lenguaje.
Siempre positivo