El olfato y la memoria

Es probable que, en más de una ocasión, hayas olido un perfume que te recordase a una persona cercana.

O que algún alimento te haya sugerido un sabor familiar, y te haya hecho entrar en un estado de melancolía.

Este fenómeno, que asocia una experiencia sensorial con un recuerdo, se conoce como el efecto “Magdalena de Proust”.

El escritor neurocientífico

Marcel Proust fue un célebre escritor francés que, a principios del siglo XX, publicó "En busca del tiempo perdido", una novela en la que el autor pasa de la descripción más mundana de la sociedad contemporánea a la exploración minuciosa de la mente humana.

El conocido pasaje en el que Proust hace referencia a su magdalena aparece en el primer tomo de su obra, Por el camino de Swann.

Explica la experiencia de uno de los personajes literarios del escritor que, cierto día, abrumado por la tristeza, prueba una magdalena (como se conoce en algunos lugares a un tipo de un pastelito dulce) mojada en té y es repentinamente transportado a los veranos de su infancia en Combray, un pueblito al noroeste de Francia.

Versa así:

“En el mismo instante en que ese sorbo de té mezclado con sabor a pastel tocó mi paladar… el recuerdo se hizo presente…

Era el mismo sabor de aquella magdalena que mi tía me daba los sábados por la mañana.

Tan pronto como reconocí los sabores de aquella magdalena… apareció la casa gris y su fachada, y con la casa la ciudad, la plaza a la que se me enviaba antes del mediodía, las calles…”

De esta manera, Proust quiere mostrar su percepción de una realidad que solo tiene sentido a través de la experiencia sensorial.

Esa memoria involuntaria, que nos retrotrae a momentos del pasado, es la que da autenticidad a la vida y nos llena de dicha y plenitud.

El hecho de que puedas recordar momentos de tu pasado -incluso de tu niñez más temprana- después de oler o saborear algo, tiene una explicación científica.

Recuerdo proustiano

Resulta curioso que un sencillo recurso literario arroje luz sobre complicados procesos que todavía la ciencia moderna, particularmente al campo de la neurología, no ha logrado descifrar por completo.

"La forma en que precisamente ocurre esa reactivación (estímulo-memoria) sigue siendo solo parcialmente comprendida", comenta el doctor Loren M. Frank, del Instituto Kavli de Neurociencia Fundamental de la Universidad de California, en San Francisco.

Cuando se forman los recuerdos, una región del cerebro llamada hipocampo ayuda a unir las partes de la memoria (la vista, los sonidos, los sabores y los olores...) que se han procesado en regiones cerebrales especializadas dedicadas a cada sentido.

"Más tarde, cuando se experimenta el mismo olor o sabor, ya está vinculado a las otras partes de la memoria y así es posible "reactivar" las imágenes, los sonidos, etcétera", señala el experto.

En el hipocampo se guardan sabores, sonidos, historias… y olores. Es una asombrosa biblioteca atestada de estanterías con recuerdos encuadernados.

Quizás lo más extraordinario es que de repente, sin previo aviso, simplemente con un olor o un sabor, y sin tener que hurgar entre los estantes, podamos rescatar un párrafo o una fotografía y transportarnos por un instante a un momento concreto de nuestra vida, algo que de forma consciente somos incapaces de recuperar.

Es verdaderamente extraordinario que en nuestro cerebro la dualidad espacio y tiempo se dobleguen y se pongan al servicio de un sentido.

El escritor francés, sin ser neurocientífico al uso, nos explica de forma meridiana el funcionamiento de la mente. Un simple aroma o un sabor es capaz de desencadenar una catarata de sensaciones.

El olfato, un sentido enigmático

A lo largo de la evolución nuestro cerebro se ha configurado en tres partes, un cerebro reptiliano que controla, básicamente, las funciones vitales; un sistema límbico que juega una labor destacada en las conductas y emociones; y una corteza cerebral, que se encarga de las funciones cerebrales «superiores».

No deja de ser curioso que la información relacionada con el tacto, la audición y la visión llegue a los hemisferios cerebrales (corteza cerebral) mientras que la información del sentido del gusto y del olfato lleguen a diferentes regiones del cerebro, siendo la más importante el sistema límbico.

Estímulos voluntarios e involuntarios

El doctor Frank asegura que los recuerdos del ser humano se pueden remontar en el pasado hasta la edad de los 3 o 4 años.

Y que aquellas cosas que rememoramos voluntariamente funcionan a partir del mismo proceso que aquellas que rescatamos de manera involuntaria, como lo es el llamado "recuerdo proustiano".

"La única diferencia es que creamos la "señal" nosotros mismos al pensar en ello o al imaginarlo. Una vez que el patrón de actividad cerebral correspondiente a esa señal esté presente, ocurriría el mismo tipo de proceso, sin importar si la "señal" proviene de afuera o de adentro", explica.

La memoria olfativa como herramienta diagnóstica

Sería bastante razonable preguntarse por qué debería interesarnos el análisis de la memoria olfativa, dado que la mayor parte del tiempo usamos la percepción olfativa para juzgar los olores (para decir que algo huele bien o fatal).

Sin embargo, en un estudio se ha comprobado que una memoria olfativa defectuosa predispone a la aparición de demencia.

Para recalcar este vínculo, las personas que tienen el gen APoE (un factor de riesgo genético de sufrir alzhéimer), las cuales no muestran signos de demencia, presentan una identificación defectuosa de los olores.

Estos hallazgos indican que las pruebas de memoria olfativa podrían formar parte del arsenal de herramientas con las que detectar la demencia en sus etapas iniciales.

La detección precoz es importante porque, cuanto antes se intervenga, mejor será el resultado.

El funcionamiento de la mente y el cerebro humanos todavía encierran grandes misterios para la ciencia.

Precisamente en este sentido plantea su trama el escritor Patrick Susking en su novela «El perfume» (1976), donde un asesino mata a mujeres jóvenes para elaborar una irresistible fragancia.