El cuerpo grita lo que el corazón calla

¿Te has planteado alguna vez si tus silencios dolorosos enmascaran algún trastorno físico? 

Cuándo has pasado un mal rato, o has tenido un disgusto, ¿has desarrollado a continuación algún resfriado o has tenido alguna recaída de tu punto más débil?

En estos casos, puede que tus emociones te estén pasando factura.

Pero ¿sabemos detectar esos clamores íntimos y su relación con nuestras emociones?

¿O, por el contrario, no somos conscientes y huimos hacia adelante, negando el dolor, y haciendo aparecer el sufrimiento?

La relación entre lo físico y lo psicológico

Piensa por un momento en el siguiente ejemplo:

Álex era un niño al que le gustaba pescar y, a menudo, acudía con su mejor amigo al rio más cercano a fin de practicar su afición. Un día, de vuelta a casa, Álex se clavó una espina en el pie.

A partir de ese momento Álex caminaba intentando no plantar el pie en el suelo, ya que la espina le producía un dolor inmenso y continuado de manera que le impedía caminar bien...

Así fueron pasando los días y, mientras sus amigos se lo pasaban de lo mejor en el parque subiendo y bajando por el tobogán, Álex se lamentaba por no poder hacerlo como hasta entonces lo había hecho.

Pero Álex tenía miedo de sacarse la espina por el dolor que le iba a suponer.

Sus amigos, viendo el sufrimiento de Álex, decidieron inmovilizarlo, y a pesar de los intentos de zafarse por parte de este, finalmente lograron quitarle la espina del pie.

En ese momento, se produjo un profundo silencio, seguido de un gran alboroto de alegría de todo el grupo y un gran alivio por parte de Álex.

Este es un claro ejemplo de cómo muchas veces, intentando evitar el dolor, caemos en un sufrimiento constante que nos impide vivir felices.

Casi siempre es preferible afrontar el dolor, por intenso y desgarrador que sea, para sacar la espina que nos clava el sufrimiento en nuestra existencia.

Recordemos que casi siempre (al menos en un 90% de los casos, como nos diría Stephen Covey) somos responsables del sufrimiento que permitimos en nuestra vida.

Problemas físicos tras problemas emocionales

Nuestra naturaleza es sabia y nos declara lo que nuestro corazón no confiesa, o bien por no saber expresar o bien por no querer afrontar la circunstancia.

Es así como somatizamos y frecuentemente acabamos enfermando.

En ese sentido, como señala Daniel Goleman en su libro Inteligencia Emocional, el fluir de las palabras aliviará el corazón apesadumbrado.

Nuestro diálogo interno viene definido por el flujo de pensamiento de nuestro consciente.

El pensamiento genera una emoción, por tanto, antes de la emoción ha existido un pensamiento, muchas veces derivado de patrones de pensamientos automatizados por el aprendizaje y las experiencias vividas.

Las emociones y la amígdala conectan nuestro pensamiento a nuestro cuerpo, así es que cualquier pensamiento genera un tipo de emoción y, en consecuencia, un comportamiento y el funcionamiento de nuestros órganos: se contraen partes del cuerpo, se aumenta la secreción de ácido del estómago, la frecuencia cardíaca, la respiración, producimos espasmos en el intestino, sudamos, nos sonrojamos, lloramos, ...

La importancia de la calidad de tus pensamientos

Si los pensamientos y emociones son continuamente "negativos" (se vuelven desadaptados si persisten en el tiempo) nuestros órganos, nuestros músculos, nuestras vísceras funcionarán de forma forzada, adaptándose a una situación de estrés permanente que acaba por hacerlos enfermar.

Por ejemplo, si pienso que me controlan o me siento perseguida y siento miedo, mi corazón se acelera, respiro más rápido (hiperventilo), me sudan las manos, se me seca la boca, siento dolor de estómago, o se me contraen los músculos del cuerpo.

Si, por el contrario, pienso que la vida me va bien en general, que me sonríe, mis músculos se relajan, siento bienestar, mi tensión desciende, mi cuerpo se oxigena y mi respiración se hace más profunda.

A fin de mejorar nuestra salud física y mental nuestro objetivo debiera ser determinar la relación entre el síntoma que nuestro cuerpo manifiesta y nuestra emoción oculta y darle expresión.

Pensemos que una vez identificamos nuestro problema, el 50% del mismo ya lo podemos resolver.

Cuando lo identificamos nos hallamos en condiciones de controlarlo.

En definitiva, se trata del lenguaje del síntoma que debe ser tratado mediante la adecuada terapia (cognitivo-conductual, por ejemplo) que aportará la estratégica que ayude a identificarlo y expresarlo.

Cuando no lo hacemos, incurrimos en el riesgo de enfermar.

Es decir, debemos tener cuidado con los sentimientos reprimidos (aquellos sobre los que sentimos que no hemos recibido permiso para expresar).

¿Qué se hace en terapia?

La corriente cognitivo-conductual sugiere intentar describir los síntomas que padeces; por ejemplo, palpitaciones, nudo en la garganta, falta de aire, mareos, dolor de estómago, problemas de sueño, dolor de rodillas... especialmente síntomas que te afectan o incapacitan de alguna manera en la vida cotidiana.

Se puede, por ejemplo, elaborar una lista, por orden de intensidad, e identificar el pensamiento que previamente ha tenido lugar inmediatamente antes del síntoma.

Adicionalmente, es recomendable llevar un registro de cada uno de los síntomas, desde el momento en que han surgido, y poder llegar a la reformulación positiva del mismo pensamiento.

Cabe notar que un mismo pensamiento puede originar diferentes síntomas con diferentes intensidades según la persona.

En muchos casos serán pensamientos que originen temor, ansiedad, miedo al miedo.

También sabemos según recogen Dethlefsen y Dahlke, en su libro La enfermedad como camino, así como por la obra de Adriana Schnake, que las partes de nuestro cuerpo que enferman lo hacen muchas veces porque no aceptamos alguna de sus características, y tienen un simbolismo y una correlación con los órganos del cuerpo.

La sanación tendrá lugar cuando se reconcilien ambas partes, y nuestra mente acepte las características del órgano enfermo.

A pesar de esto, al significado general de cada síntoma, debemos conjugar varias reglas para su interpretación.

Observando los síntomas del cuerpo

Mediante la terapia cognitivo-conductual es muy importante reconocer el momento en el que se presenta el síntoma.

Debido a que el recuerdo emocional es a corto plazo, se recomienda un registro exhaustivo tanto del síntoma como del pensamiento en el mismo momento en que tienen lugar:

  • ¿Fecha? ¿hora?
  • ¿Qué pensamientos tenía en ese momento?
  • ¿Qué he sentido?
  • ¿Con qué intensidad?… (Por ejemplo, del 1 al 10)
  • Reformulación del pensamiento
  • Nueva valoración de la emoción sentida

Además, todos los síntomas nos obligan a cambiar de conducta, lo cual también nos aporta información, especialmente cuando resultan incapacitantes para las tareas de nuestro día a día.

Por ejemplo, dolores continuos de cabeza impedirán que puedas desarrollar tu trabajo correctamente, o tu energía disminuirá si no comiste bien, o no dormiste bien…

Ante esto nos podemos preguntar también: ¿Qué me está impidiendo este síntoma? ¿A qué me está obligando este síntoma?

Es definitiva, mediante estos pasos se puede percibir aquello que nos está limitando y obstaculizando en nuestro crecimiento y además podemos acceder a las técnicas de afrontamiento que nos permita alcanzar la solución del conflicto y del sufrimiento.

En definitiva, el objetivo es seguir aprendiendo a ser feliz.