Tras cualquier proceso electoral hay algo en lo que todos coincidimos: no podemos explicarnos las razones que llevan a tantos a elegir el candidato que no nos gusta a nosotros.
Semejante incredulidad seguramente surge de la creencia (errónea) de que nuestras decisiones electorales son el resultado de una operación racional-
Un cálculo en el que sumamos lo que consideramos positivo de un candidato y le restamos lo que en nuestra opinión es negativo, y luego lo comparamos con el resto para ver cuál obtiene mejor evaluación.
Pero esto dista mucho de lo que ocurre en la vida real.
Cómo decidimos
Lo saben desde hace tiempo los psicólogos y lo sugieren decenas de estudios neurocientíficos.
Algunos, por ejemplo, indican que el cerebro evalúa en milisegundos y en forma inconsciente las ideas de un candidato, y extrae una constelación de datos importantes... de su cara.
Esa primera impresión deja una huella que influye en nuestras decisiones y es por demás resistente al cambio.
En su último libro, “Neurociencia para (nunca) cambiar de opinión”, Pedro Bekinschtein explora precisamente la biología de nuestras ideas políticas, en qué medida nuestros comportamientos se relacionan con nuestras experiencias, nuestros genes y nuestros circuitos cerebrales, cómo nuestras expectativas influyen en nuestras percepciones, nuestras experiencias en nuestras preferencias, y nuestra historia en la manera en que vemos el mundo.
Una de las partes más interesantes es la que se refiere a cómo pasamos por el cedazo de nuestros prejuicios la nueva información que recibimos y en qué medida esta puede (o no) hacernos cambiar de opinión.
Nuestro escepticismo motivado
Buscando una respuesta a por qué es tan difícil adoptar otro punto de vista a pesar de tener información negativa, Bekinschtein recurre al ejemplo de lo que ocurre en el sistema científico.
Para un investigador, explica, es más fácil aceptar evidencia que apoya una hipótesis con la que coincide que otra que la refuta.
"De hecho -afirma-, somos más estrictos al analizar la que está en contra que la que está a favor. A este mecanismo por el que analizamos de forma diferente la información que es incongruente de la que es congruente con nuestras ideas lo llamamos “escepticismo motivado”.
Digamos que se trata de un escepticismo del malo: dudamos cuando nos conviene dudar, no en todos los casos".
Sesgo de no confirmación
Lo mismo ocurre entre los legos, pero con el agravante de que no nos sometemos a exigencias que imperan en el mundo de la ciencia, como la revisión por pares o la replicación por otros equipos de los mismos experimentos.
De acuerdo con lo que se conoce como "sesgo de no confirmación", todos somos más escépticos con los argumentos que van en contra de nuestra posición que con los que nos dan la razón.
O sea, "nuestro escepticismo no es nada ecuánime y tenemos una doble vara en la cabeza que nos impide ser objetivos, a pesar de que lo intentemos -explica-. [...] Insistir en la objetividad es negar la manera de funcionar de nuestra mente".
La objetividad no existe
Un hecho sorprendente que mostraron los estudios es que, si se agregaba más información y se comparaban las actitudes antes y después de ver los argumentos a favor y en contra, la polarización aumentaba.
En los que ya tenían creencias a favor crecía su actitud positiva, mientras que en los que tenían una actitud contraria, esta se hacía aún más negativa.
"En cuanto se forma una creencia, es muy difícil que luego no influya sobre la manera en la que procesamos la información nueva -afirma Bekinschtein-. Cuando las personas se enfrentan con evidencias o información que no coincide con sus creencias, en vez de actualizarlas, fortalecen las viejas ideas".
Como observa el neurocientífico: "La objetividad no existe, pero, irónicamente, al aceptar esto nos hacemos más objetivos".
De profesión: testarudo
Un testarudo no es una persona con un fuerte carácter como se le suele definir.
Son individuos con una voluntad de hierro, pero sustentada en pensamientos rígidos.
Por su actitud egocéntrica, les cuesta escuchar y dialogar ya que no admiten que nadie pueda cuestionar sus criterios.
Por eso, cuando alguien quiere indicarle otra forma de ver las cosas se muestran muy susceptibles e incluso irritados.
Un tozudo reconoce sus límites, pero no le hace ninguna gracia que nadie venga a recordárselos.
Por eso, se siente muy vulnerable y cree que en cualquier momento puede ser señalados por el prójimo, de manera que discuten a la mínima, antes de que el otro haya abierto la boca.
Si es su pareja, se encontrará a menudo preguntándose, ¿cómo se habrá levantado hoy?
La comunicación con un testarudo es una tarea difícil
¿Por qué? Porque siempre tiene razón, según él, claro.
Ante la frase, ¿qué prefieres tener razón o ser feliz?
Un cabezota no vacila. ¡Por supuesto, llevar razón, es la máxima felicidad! ¿Acaso tenía usted alguna duda?
Siempre le pedirá razones de peso para convencerle y cambiar de criterio, pero esa es una tarea imposible porque no está dispuesto a cambiar de opinión.
Debajo de esa coraza de persona implacable se esconde un individuo inseguro, que no sabe manejar su miedo de otra manera que no sea levantar muros entre él, la realidad y los demás.
Prefiere pasar por arrogante que hacerlo por vulnerable, porque eso significa mostrar debilidad.
La vida para un testarudo es una lucha permanente con los demás y consigo mismo porque suele aplicar sus esquemas rígidos en su propia vida.
Como no escuchan, no aprenden y tienden a repetir una y otra vez el mismo patrón.
Existe una versión positiva de la testarudez
Se llama perseverancia y se basa en el aprendizaje continuo y la flexibilidad.
La testarudez se apoya en la obsesión y en el deseo de validación externa, en la necesidad de llevar razón.
El tesón es el deseo intrínseco de conseguir un propósito y hacerlo en armonía con uno mismo y los demás, a pesar de que suponga un considerable esfuerzo a veces.
¿Qué hacer si eres un testarudo?
Si puedes admitir que tu vida se complica porque nunca das su brazo a torcer o tus familiares te indican que eres ¡un cabezota insoportable!
Aunque precisamente la flexibilidad es tu mayor reto, ha llegado el momento de proponerte hacer algún cambio:
Desarrolla la empatía
Prueba a ponerte en los zapatos del otro para tener una perspectiva de tu comportamiento en los demás. Una vez hecho, sigue el principio de tratar a los demás como te gustaría que te trataran a ti.
Recuerda que tu testarudez es una pantalla que te sirve para salirte con la tuya y espantar al prójimo.
Aprende a pedir disculpas
Transforma su enfado. La ira es una energía muy poderosa, aprender a utilizar tu empuje para resolver conflictos.
Si sabes que has molestado a alguien con tu dificultad para ceder, por mucha razón que lleves, es mejor que muestres tu pesar por lo sucedido. Esto facilitará que intentes no repetir el fallo.
Inventa nuevas rutinas
Mantener rígidamente un horario o esquema a pesar de las circunstancias es un factor de estrés. Si quieres conservar la salud física y mental es necesario aceptar un poco de desorden y caos. Rompe de vez en cuando alguna de tus normas.
Practica la escucha activa
Cerrarte a cal y canto al mundo exterior sólo te genera malestar y aislamiento.
Escucha otros puntos de vista y prueba a hacer de vez en cuando algún proyecto organizado íntegramente por otras personas.
Te abrirá la mente. No lleves tu pensamiento a las múltiples razones para estar enfadado, recuerda tu propósito de ser feliz y tener buenas relaciones.
Escribe un diario
Poner tus reflexiones en papel te ayudará a sentirte más aliviado y una vez conseguido intenta buscar el origen de tu tozudez.
Esto no te justificará, pero te dará una nueva perspectiva.
Y tu, qué eliges ¿tener razón o ser feliz?