Como toda emoción, la aversión o el asco produce un impulso para la acción, en este caso de separase de la situación, persona u objeto que la ocasiona.
Las expresiones faciales que acompañan esta emoción han sido ampliamente estudiadas por Ekman, quien considera que son universales y por ello se manifiestan en todas las culturas de la misma forma: nariz arrugada, labios superiores elevados y comisuras de la boca hacia abajo. Cuando la sensación de asco es muy fuerte, la lengua se asoma entre los labios.
Ya se sabía que el asco había servido a nuestros antepasados para evitar infecciones, pero lo que acaba de descubrir una nueva investigación de la Escuela de Higiene y Medicina Tropical de Londres (LSHTM) es que la sensación de repugnancia se ha mantenido y aún hoy nos sigue poniendo alerta ante personas, prácticas u objetos que podrían suponer un riesgo de enfermedad.
Lo que ha realizado esta investigación, la primera que trata el asco desde la perspectiva de la enfermedad, es identificar las principales categorías de desencadenantes y que son lesiones en la piel, comida podrida o la deformidad.
Para ello, se valieron de más de 2.500 encuestas online que recogían 75 escenarios potencialmente repugnantes, desde personas con signos evidentes de infección, lesiones cutáneas llenas de pus y objetos repletos de insectos, estornudos o heces al aire libre.
A los participantes se les pidió que calificaran el nivel de asco que les daba en cada uno.
De todas las situaciones, las que más asco generaron fueron las heridas con pus.
La falta de higiene, como el mal olor corporal, también resultó ser particularmente repugnante.
Las principales categorías se relacionaban con las amenazas históricas de enfermedades infecciosas, como el contacto cercano con personas sin higiene podía conducir a la lepra o las relaciones sexuales arriesgadas a la sífilis.
El autor principal del estudio, Val Curtis, asegura que, aunque sabían que “la emoción de la repugnancia era buena para nosotros, aquí se ha dado un paso más, mostrando que el asco está estructurado, reconociendo y respondiendo a las amenazas de infección para protegernos”.
Para Paul Rozin, catedrático de Psicología de la Universidad de Pensilvania (EEUU), esta emoción no solo nos protege de los alimentos en mal estado o venenosos, sino que también nos aleja de otros peligros como, por ejemplo, enfermedades infecciosas.
Este es el motivo, según el especialista, por el cual nos producen repulsión aquellas cosas que consideramos posibles transmisores de enfermedades: cucarachas, ratas, excrementos, gusanos, ...
Incluso tal vez con solo leer lo anterior ya el asco esté algo presente.
Esta emoción, además, se produce ante la visión de personas que vemos con poco aseo o descuidadas en su vestimenta y presencia general, y aún llega más lejos y se manifiesta ante individuos con los cuales discrepamos moralmente.
Rozin distingue tres categorías para el asco:
- Asco básico: relacionado con la amenaza de que algo esté contaminado
- Asco que nos recuerda nuestra naturaleza animal: sangre, cadáveres, ...
- Asco moral: repulsión ante personas o actos de ellas que consideramos inapropiados
En el caso del tercero, se observa cómo los factores culturales intervienen y modulan la expresión de esta emoción primaria. Cuando alguien realiza acciones inaceptables en lo personal o social, solemos decir “me da asco”, “no lo trago”, “me da náuseas”, ...
Las investigaciones en neurociencias encuentran que un área cerebral, la ínsula, participa muy activamente ante esta emoción.
Uno de los primeros trabajos fue realizado en el año 1997 por Mary Philips y su equipo del Instituto de Psiquiatría de Londres, Inglaterra.
Para efectuarlo le presentaron a un grupo de voluntarios, mientras escaneaban sus cerebros, rostros de personas con expresión neutra, de miedo y de asco.
Lo que pudieron advertir los científicos es que ante las caras de miedo se activaba la amígdala cerebral y, frente a las de asco, la ínsula anterior.
La ínsula forma parte también de los sistemas cerebrales que nos permiten ser empáticos.
Esta es la razón por la que, cuanto más ampliamos nuestra visión del mundo de otras culturas, modos de vida o realidades expandimos nuestra toma de perspectiva y nos volvemos más comprensivos y respetuosos.
¿Qué provoca el asco?
Se podría decir que el asco precede al miedo.Puedes sentir asco hacia un alimento en descomposición y sentir miedo si finalmente lo ingieres y corres el riesgo de enfermar y morir.
Gracias a esta emoción y a la evitación o repulsión que conlleva, será bastante más improbable que finalmente ingieras ese alimento en mal estado.
Es interesante señalar que cuando generamos ciertas emociones, se producen también respuestas a nivel cognitivo, a nivel fisiológico y a nivel conductual.
A nivel fisiológico podemos sentir náuseas, activación del sistema nervioso parasimpático, mareos, … como una reacción natural del cuerpo a alejarse de ese estímulo.
Por último, a nivel conductual llevamos a cabo claras conductas de repulsión, escape y expresiones faciales típicas y universales que nos sirven para comunicar nuestro desagrado.
También se ha comprobado como el asco, además de ser una emoción básica y común a todas las especies, en el ser humano tiene una particularidad, y es que ha sido una emoción “ampliada” por las influencias sociales y culturales.
La aversión nos lleva a mantener una distancia prudente para no ser dañados.
Nos alejamos o evitamos un encuentro, un contacto, o una situación de manera instintiva.
Pero cuando se despierta, al igual que en otras emociones, es bueno preguntarnos si ese rechazo está justificado o si, por el contrario, lo correcto es modificar nuestra actitud.