Cuatro gestos para ser feliz

La neurofelicidad tiene por objeto estudiar cuáles son aquellas conductas que debemos potenciar sabiendo que van a modificar nuestro cerebro para sentirnos mejor, y, como consecuencia, cuáles en cambio debemos disminuir o evitar.

Todo hombre ansía alcanzar ese estado placentero en su vida, pero desconoce la manera de lograrlo.

Hoy en día nos dedicamos a llenar la agenda de objetivos que, en esencia, consideramos que son los culpables de ocupar nuestro tiempo y evitar que seamos plenamente felices, pero que una vez logrados, por fin lo seremos.

Pero no es así.

Sucesivamente vamos redescubriendo nuevos “culpables” y, como consecuencia, postergando el momento de ser felices.

Pero ¿qué es la felicidad?

Por qué lo que para algunos es suficiente para lograrla, sin embargo, no basta para otros.

Por tanto, contestar a esta pregunta no es tarea sencilla.

El gran filósofo griego Aristóteles (384-322 a.C.) la definía como: “La felicidad no es cuestión de suerte, de algo que nos viene de fuera, sino que la felicidad es la consecuencia de una acción”.

Por su parte, para el pensador inglés John Locke (1632-1704): “El ser humano se olvida siempre que la felicidad es una disposición de la mente y no una condición de las circunstancias”.

En la actualidad se continúa investigando sobre el tema.

En especial se está prestando más atención no tan solo a lo que es, sino a como se origina la felicidad y los sentimientos que la acompañan.

Gracias a los avances se puede afirmar que la felicidad no es un estado al que se llega gracias al azar, sino que se trata del resultado de la actividad de circuitos cerebrales diseñados para producir este estado de bienestar.

La felicidad es por tanto un producto del cerebro.

La estructura y actividad del cerebro no son fijas, sino que se pueden modificar gracias a una característica recientemente descubierta: la neuroplasticidad.

Al igual que vamos al gimnasio, salimos a correr o practicamos un deporte para fortalecer nuestra musculatura, el cerebro necesita el ejercicio para que nos encontremos bien.

La cuestión es saber que beneficia a nuestro cerebro y que no.

La neurociencia nos dice qué caracteriza a un cerebro feliz

Gracias a los estudios de neuroimagen, se puede observar que las personas con altos niveles de felicidad poseen un mayor volumen de la sustancia gris en la corteza cingulada anterior.

Esta característica anatómica está relacionada con el estado temporal de felicidad inducido.

Si dedicamos habitualmente un momento del día a recordar una situación agradable, estaremos favoreciendo la actividad neuronal en dicha zona.

De igual forma, compartir momentos de calidad con los seres que amamos es otro de los grandes placeres para el cerebro.

Cuando estamos frente a una cara amada nuestro cerebro pone en marcha los circuitos del placer.

Se activan tanto si estamos en presencia de la persona amada como si tan solo vemos una foto de ella o pensamos en ella de una manera cariñosa.

Donald Hebb (1904-1985) nos enseñó cómo se producen los cambios voluntarios en nuestro cerebro.

Tras unas pocas descargas simultáneas las neuronas tienden a unirse más y más.

La sinapsis de dos neuronas que se descargan reiteradamente de forma conjunta sufre cambios bioquímicos (denominados potenciación a largo plazo), de tal forma que cuando una de sus membranas se activa o desactiva, la otra también lo hace.

Este fenómeno, fue denominado: “aprendizaje Hebbiano”, que es la base del aprendizaje y la memorización.

Según la Ley de Hebb “cuando un axón de una célula A está suficientemente cerca de una célula B, como para excitarla, y participa repetida o persistentemente en su disparo, ocurre algún proceso de crecimiento o cambio metabólico, en una o en ambas células, de modo tal que la eficacia de A, como una de las células que hacen dispara a B, aumenta”.

La genética es responsable del 10 % de las redes hebbianas, pero el 90% restante se forma bajo el influjo de otros dos factores que, a diferencia del primero, pueden ser influidos por la voluntad.

Seguimos aprobando la premisa de Ramón y Cajal que dice que el hombre es el único ser viviente que puede cambiar su propio cerebro.

Neuroplasticidad

La neuroplasticidad puede ser positiva o negativa.

La positiva se encarga de crear y ampliar las redes Hebbianas.

Por el contrario, la neuroplasticidad negativa se encarga de eliminar aquellas redes que no se utilizan.

En la actualidad sabemos que la formación de nuevas redes hebbianas depende de le corteza prefrontal.

También sabemos que podemos utilizar ésta de forma voluntaria, para producir los dos tipos de neuroplasticidad mencionados (positiva y negativa).

También es sabido que la corteza prefrontal es la parte del cerebro que más tarde se desarrolla (más o menos completa tu maduración a los 25 años).

Gracias a ella entendemos nuestro papel en la vida, nos comportamos, hacemos planes y concebimos proyectos.

Así que tan solo necesitas utilizar tu corteza prefrontal para desarrollar nuevas redes neuronales y eliminar o amortiguar otras con el fin de que las primeras aumenten tu felicidad y las segundas dejen de impedírtela.

La parte del cerebro que va a ocupar peor papel en la felicidad, lo protagoniza la Amígdala.

La amígdala es la responsable de activar el proceso del miedo, la ira y la depresión.

Cuatro gestos para ser feliz, según los últimos hallazgos en Neurociencia

En el libro “The Upward Spiral”, el neurocientífico e investigador Alex Korb aborda la depresión desde la neurología aplicada a la vida cotidiana, una perspectiva muy diferente de la que estamos acostumbrados.

Su teoría parte de todos esos entresijos e intercambios químicos que tienen lugar entre neuronas y neurotransmisores y que a los demás nos suenan demasiado científicos como para asimilarlos tan fácilmente.

Pero el propósito de este profesor de la Universidad de California (UCLA), en EE UU, es el de hacernos entender cómo, con pequeños cambios, podemos influir en nuestro estado de ánimo.

El autor habla de crear una “espiral ascendente” con la que ir generando cambios positivos que nos alejen de esa actitud negativa que nosotros producimos y que nos conduce hacia la tristeza y el malestar.

Para conseguirlo, Korb estblece cuatro rituales:

Hacer una lista de cosas por las que nos sentimos agradecidos

Korb asegura que con esta práctica se consigue aumentar la densidad de las neuronas y la inteligencia emocional, lo cual nos ayuda a mejorar las relaciones sociales.

Además, conseguimos incrementar la presencia y actividad de la serotonina y la dopamina (sustancias involucradas en la motivación y sensación de placer y felicidad) en los centros de recompensa del cerebro.

Identificar la emoción

Verbalizar las inquietudes produce cambios significativos en nuestro cerebro.

También se ha encontrado que aceptar la emoción ayuda a regular su efecto negativo, por ese motivo es un tratamiento exitoso de la depresión en psicoterapia.

Tomar decisiones

Pensemos en aquellos casos en los que, al tomar una decisión, somos capaces de cerrar un episodio angustioso en nuestra vida.

Apostamos por una decisión siendo capaces de asumir sus consecuencias.

Para ayudarnos a tomar estas decisiones podemos poner en práctica la meditación o mindfulness.

La meditación modifica la estructura y actividad cerebral.

Se ha observado que hay un mayor grosor de la corteza orbitofrontal en personas que llevan tiempo meditando. Tras 8 semanas de meditación de 27 minutos al día se puede observar un menor grosor de la sustancia gris en la amígdala.

Y con tan sólo 4 semanas ya se puede observar mayor neuroplasticidad en la sustancia blanca.

Abrazar sin pudor

Esta actividad tan simple puede hacer que liberemos hormonas como la oxitocina, la cual combate el dolor.

El contacto físico es más importante de lo que creemos. Un abrazo además de hacernos sentir queridos y protegidos, liberará endorfinas y dopamina para lograr ese estado de bienestar.

Y no solo eso, sino que, además contribuirá a mejorar nuestro sistema inmunológico ya que reduce los niveles de cortisol, conocida como la hormona del estrés.

¿Qué podemos concluir con todo esto?

Está claro que sentirnos mejor no es tan difícil como muchas veces creemos.

No hace falta lograr grandes cosas para alcanzar ese estado de bienestar.

Con pequeñas tareas como escuchar música placentera, ya estamos liberando la tan necesaria dopamina, al igual que cantar (conducta que está desapareciendo incluso como hábito en la ducha) nos ayuda a la liberación de endorfinas en nuestro cerebro.

Por lo tanto, debemos de incluir en nuestras agendas pequeños momentos placenteros para tener así un cerebro más sano, porque si trabajamos nuestro cerebro, estaremos trabajando nuestra salud.