Esto no es un caso aislado.
Se pasa por encima de las necesidades del menor sin reparar en que se rompe con la simbiosis madre-bebé y se obvian los efectos derivados.
Custodias compartidas impuestas en las que no importa que el bebé esté lactando o que tenga una edad en la que ser separado de su madre acarrea graves consecuencias, jueces que ordenan a las madres destetar para que así el bebé “comparta más tiempo con el padre”, juicios en los que la crianza mamífera se usa cómo arma acusatoria, ...
¿Por qué esta obsesión por separar a los bebés de sus madres?
La sociología nos señala que son dos las causas principales: por un lado, un proceso psicológico llamado disonancia cognitiva, y, por otro lado, la propia histórica que evoluciona desde una sociedad matriarcal a la adopción de un modelo basado en el patriarcado, un sistema social del que todos somos culpables y víctimas, que instaura un patrón basado en la jerarquía y en las relaciones de poder, los roles de género antinaturales, el rechazo de la simbiosis, la competitividad y la violencia, entre otros.La disonancia cognitiva es un proceso en el que dos ideas incompatibles se nos presentan, produciendo la citada disonancia.
Para reducirla, tendemos a buscar una excusa inconsciente para quedarnos con la idea que más nos conviene.
Por ejemplo: estoy a dieta, pero me quiero comer una chocolatina.
Si en ese momento pienso que mañana voy a ir al gimnasio, podré comérmela sin sentirme mal.
Mi autoconcepto sigue siendo bueno, la disonancia entre el estar a dieta, pero querer comerme la chocolatina, se reduce.
Este proceso lo vemos en prácticamente en todos los conflictos, pero sobre todo durante los conflictos armados.
Los soldados no podrían matar o cometer crímenes de guerra sin reducir la disonancia con la idea de que “lo hacen por su país”, o que “son terroristas”, o incluso que lo hacen “por la democracia”.
Se deshumaniza al contrario y se le convierte en mala persona, para poder ejercer violencia y justificarnos por ello.
Este proceso también aparece en el mundo de la crianza.
Por ejemplo, sin decir nada, podemos estar amamantando a nuestro bebé y que otras personas nos increpen por ello, para reducir la disonancia que les produce el que en su caso no hubo lactancia materna, o cualquier otra cosa que se nos cuestione.
Esta demonización de las prácticas de crianza que no llevaron a cabo les ayuda a sentirse mejor.
Si tú lo haces mal, ellos lo hicieron bien.
Por lo tanto, la crianza mamífera, con tacto y contacto, levanta ampollas en nuestra sociedad.
El otro gran motivo por el que se manifiesta este gran rechazo hacia esta crianza (que no es un modo de criar ni un estilo, esto es criar, el resto son modas y opiniones) es esa evolución desde una sociedad basada en un modelo matriarcal hacia una basada en el patriarcado.
Nuestra especie perdura precisamente porque en nuestros inicios vivíamos en estas sociedades matrifocales basadas en el apoyo mutuo, la cooperación y el cuidado de la maternidad.
Sociedades pacíficas que sabemos, por estudios antropológicos, que vivían en ciudades que pese a estar en llanuras no necesitaban ser fortificadas.
Esto va cambiando con la aparición de la ganadería, la propiedad, con el paso de las relaciones simbióticas a las relaciones de poder, de competición.
En la vieja Europa, además, una oleada de invasiones procedentes del norte por parte de tribus que ya habían asumido un modelo de convivencia patriarcal arrasa con la sociedad basada en el núcleo matrifocal.
Esto va a crear y consolidar un patrón colectivo, formado y sostenido durante siglos, y que ha pervivido hasta nuestros días.
Este patrón lo estamos llevando a todos los niveles, y para sostenerlo lo primero que hay que hacer es aquello que Casilda Rodrigáñez, autora de varios libros sobre este asunto, denominaba el matricidio: Hay que “eliminar” (invisibilizar, culpar, mantener en soledad, insistir en que se separe del bebé, ...) a la madre, hay que destruir la díada madre-bebé, la simbiosis primigenia, y ya tenemos al bebé incorporado a un sistema enfermo.
Sin siquiera darnos cuenta de que lo hacemos.
Se crea pues un inconsciente colectivo que valida, que da por bueno, el proceso de separación de las madres de sus hijos.
Esto lo vemos constantemente: artefactos deshumanizadores y normalizados para bebés para mantenerles alejados de sus madres como cunas, hamacas, vallas, métodos dañinos para “aprender” a dormir, consejos tipo “no le cojas en brazos que se acostumbra” (a lo que se acostumbran es al desamparo, al vacío y a desconectarse de su cuerpo y sus necesidades cuando no lo hacemos), incubadoras, guarderías, ...
Además, se va a señalar a las madres, que son víctimas de cómo la cultura se opone a lo biológico, como si ellas fuesen las culpables, obviando que hay todo un sistema que las deja solas si eligen estar con sus bebés.
crianza natural
Por eso son tan importantes los grupos, para en cierto modo recrear parte de esa matrifocalidad que nos es tan necesaria.Los padres desaparecen mágicamente de esta ecuación de culpa, es más, si una madre cuida a sus hijos se la deja sola e invisibilizada, pero si un padre cambia un pañal se convierte en el padre del año cara a los demás.
La maternidad debe ser elegida, pero, además, si se elige “maternar de modo mamífero”, no debería ser en soledad ni con tanta carga de trabajo.
Lo que falla es este modelo de sociedad, no los bebés ni sus madres.
Pero ahí tenemos casos en los que lo cultural consigue romper la diada, como el del bebé de Cádiz o tantos otros, en los que este inconsciente colectivo cala y actúa, dañando seriamente la convivencia y por extensión el futuro de toda la sociedad humana.
Aparece este ensañamiento hacia lo simbiótico, con el objetivo de destruirlo, debido tanto a la disonancia con el patrón patriarcal.
Nacemos muy inmaduros, con muchos años de desarrollo por delante, y nuestro cerebro viene preparado para que lo biológico ocurra.
Cuando esto no pasa, porque la natura choca con la cultura, el desarrollo se ve afectado.
Apegos inseguros, vínculos primarios rotos, modificaciones en el cerebro o a nivel epigenético que llegan a manifestarse en el genoma, hipervigilancia, ruptura del equilibrio de los sistemas simpático-parasimpático, predisposición a la depresión o la ansiedad, personas que lo tienen todo para ser felices, pero siguen sintiendo ese vacío, o incluso llevan al riesgo del suicidio.
Hay que poner el foco en las causas de todo ello, que suelen estar muy frecuentemente en las crianzas no simbióticas.
Prevenir es clave, nos jugamos nuestro futuro individual y social.
Tuneado del artículo publicado en La Razón
El día 23.01.2018
Autor: Laura Perales Bermejo