Cómo funciona el hambre emocional

Ha sido un día de mierda. Nada salió como tenías planeado.

Es entonces cuando una idea, un impulso intensísimo, irrumpe en tu mente: comerte ese asqueroso paquete de bollitos con chocolate que duerme en la despensa.

Sabes que no deberías caer en la tentación, pero, finalmente, lo haces porque te hace sentir muchísimo mejor.

Los bollitos aplacan el pesimismo

O más bien lo tapan durante un rato, ya que volverá a hacer acto de presencia.

Porque sigue ahí a pesar del alivio momentáneo que te ha aportado la dopamina postbollito.

Porque estás usando la comida para gestionar emociones y no, no es buena idea.

Caprichos malditos

Una de las principales características del hambre emocional, cuenta la dietista Montse Canyete, es que "pide alimentos muy concretos".

Todos tenemos ciertas predilecciones culinarias, alimentos con los que se nos cae literalmente la baba, pero si tenemos hambre de verdad nos comemos cualquier cosa que nos pongan por delante.

Por contra, el hambre emocional funciona por caprichos.

Reclama determinada comida y tiene que ser esa comida por fuerza.

Y lo más sorprendente, según la especialista, es que cada emoción negativa suele estar conectada con determinados grupos de alimentos.

Comer por ansiedad

La alimentación emocional significa comer para sentirse mejor, no hay un hambre física, tiene que ver más con una satisfacción emocional.

Se recurre a pequeños caprichos (pizza, helado, …), como refugio de un mal día.

Así sientes, así comes

"Dependiendo de qué emoción haya generado esa hambre tenemos unas tendencias u otras.

Por ejemplo, cuando necesitamos un achuchón emocional de amor tenemos que comer dulce: chocolate, bollería y cosas blanditas, aunque nos aporten un amor que no es real /p>

Pero si hemos tenido un día complicado con el jefe o hemos discutido con alguien, nos apetece comer cosas crujientes, cosas que exijan morder fuerte.

Tiene que ver con la necesidad de sacar la ira contenida.

Porque, aunque nos gustaría poder expresarla, hay muchos contextos donde tenemos que reprimirla", explica Montse.

Además, y como indica la experta, el hambre emocional actúa por ráfagas.

Mientras el hambre normal la vamos sintiendo gradualmente, fruto de haber estado varias horas sin comer y que el cuerpo reclame energía, el hambre emocional es un fenómeno que aparece repentinamente fruto de alguna emoción.

Una llamada súbita que tenemos que aplacar de manera urgente y de cualquier forma.

Además de la carencia afectiva o la ira, la tristeza suele ser otra de esas emociones: "Es un clásico utilizar la comida como paliativo para una vida que no acaba de llenar, para lidiar con la insatisfacción personal".

Sentimientos postcomida

Otro gran indicador de ser víctima del hambre emocional son los sentimientos negativos que siguen al consumo.

A veces, dice Montse, "ya lo sabes antes de comer porque estás pensando 'esto no debería comerlo, pero no puedo evitarlo', un componente mental que indica que no es simplemente comer y ya está".

No obstante, "hay veces que la persona que come bajo hambre emocional no es para nada consciente y sencillamente siente que le apetece".

Esa confusión puede hacerte comer con absoluta paz, pero tarde o temprano aparecen las emociones chungas asociadas.

"Luego sí se dan cuenta. Cuando brota ese diálogo interno de culpa, vergüenza o frustración por no haber podido controlarse.

Pensamientos tipo ‘siempre igual, siempre caigo' son muy recurrentes en el hambre emocional.

Y evidentemente un hambre fisiológica no te provoca esas sensaciones ni esos pensamientos.

El problema es que, por mucho que tengamos ese angelito malo, seguimos haciéndolo sin freno porque hemos encontrado una manera errónea e inmediata de aplacar nuestras necesidades emocionales.

Pero no es real: no puedes solucionar un problema emocional con comida", dice Montse convencida.

Contra el hambre emocional

Buena parte de la literatura sobre hambre emocional centran las soluciones en el apartado de nutrición: recuento calórico, dietas, sustituciones...

¿Pero realmente sirven de algo estas técnicas cuando el problema real es la incapacidad para gestionar correctamente las emociones?

La experta afirma que sí: "Es complicado para alguien cambiar sus hábitos alimenticios malsanos de la noche a la mañana.

Después de todo, la transición es una carrera de fondo, no un sprint.

Así que sí, estas técnicas nutricionales sirven como paso intermedio para rebajar la ansiedad por comer".

No obstante, el problema requiere medidas más integrales.

El objetivo final de cualquier terapia será que la persona deje de sentir la necesidad de recurrir a la comida para gestionar sus emociones.

Y para eso necesitamos un enfoque multidisciplinar, porque plantear solo una buena dieta no sirve.

Podrá cumplirla durante una semana o un mes, pero acabará por saltársela si persiste el problema de fondo.

Además del componente nutricional y del componente emocional, es recomendable acudir también a la actividad física.

Por un lado, dice la especialista, porque permite equilibrar ese castigo que ejerce sobre el cuerpo el exceso de comida —exceso que puede desembocar en obesidad, diabetes u otras enfermedades—.

Y, por otro lado, "porque el deporte aporta hormonas de la felicidad que facilitan la gestión emocional de las emociones negativas".

Solo teniendo en cuenta estas tres patas, como las llama la experta, puede superarse esa hambre impostora que está controlando tu vida.

Quienes lo sufren utilizan la comida como herramienta para gestionar temporalmente las emociones negativas.

Para profundizar en las formas en que puedes gestionar el hambre emocional te recuerdo Diez consejos para controlar el hambre emocional

Tuneado del artículo aparecido en www.codigonuevo.com
Autor: Juanan Navarro