Las adicciones son fenómenos cuya raíz tiene una base neurológica.
Los estudios sobre esta cuestión coinciden en que el cerebro es el eje alrededor del que orbita la expresión clínica de las mismas, por lo que se concluye que detrás reside siempre algún matiz orgánico.
Hoy en día se sabe que el consumo se inicia como una decisión desafortunada, motivada y sustentada por circunstancias personales o de orden social; pero que en su "mantenimiento" participan fuerzas diversas con las que no es fácil lidiar (cambios anatómicos/funcionales en la propia neurología).
¿Qué es una adicción?
La palabra "adicción" procede de las lenguas clásicas, y más concretamente del término en latín "addictio", el cual se traduce literalmente como "esclavitud".
Desde el mismo origen, por tanto, se infiere que aquellos que caen en sus garras quedan desprovistos de la libertad para pensar y actuar libremente.
La dependencia de las drogas constituye un trastorno crónico por las modificaciones estructurales y funcionales sobre tejidos cerebrales, cuya etiología tiene dos posibles fuentes de idéntica contribución: la genética y el aprendizaje.
Existen una serie de síntomas que permiten la detección precisa de la adicción:
- El craving (un deseo irresistible de consumir allá donde solía hacerse),
- La tolerancia (necesidad de usar una dosis cada vez más elevada de una droga con el fin de experimentar el mismo efecto que en sus inicios),
- El síndrome de abstinencia (fuerte malestar cuando se cesa la administración de la sustancia), la pérdida de control (exceso en el tiempo destinado a consumir y recuperarse de sus efectos) y
- La dificultad para detener el hábito a pesar de su impacto negativo sobre la vida cotidiana.
Todos estos fenómenos se pueden explicar de forma sencilla recurriendo a cambios sobre los sistemas cerebrales implicados. Veámoslo con detalle.
Los efectos de la adicción sobre el cerebro
Todos los síntomas conductuales/actitudinales que se evidencian en las personas que sufren una adicción albergan un claro correlato en su cerebro.
Veamos en adelante el proceso adictivo desde su mismo principio, y como en todas sus fases puede encontrarse un mecanismo neurológico que da buena cuenta de él.
1. Inicio: el principio hedónico
El placer es uno de los motores esenciales de la conducta humana.
Es el resorte que detona el deseo por aproximarnos a un estímulo en el ambiente, o por repetir una conducta particular adaptativa para la vida.
Entre ellas se hallan el sexo, comer o la actividad lúdica; para las que se conoce un mecanismo cerebral común que promueve su búsqueda y su consecución.
En concreto, contamos con una red neuronal que se "activa" cuando vivimos un acontecimiento agradable (o percibimos subjetivamente como positivo): el sistema de recompensa.
Todo aquello que las personas puedan hacer y que genere placer pasa inexcusablemente por su estimulación.
Cuando comemos lo que más nos gusta, mantenemos relaciones sexuales o simplemente compartimos instantes felices en compañía de un ser querido; este conjunto de estructuras es el responsable de que sintamos emociones positivas que nos animen a repetir estas conductas y/o actividades en ocasiones sucesivas.
En estos casos se observará un discreto repunte en la producción regional del neurotransmisor dopamina, aunque dentro de un umbral fisiológico saludable.
Fisiología del fenómeno
Sin embargo, cuando observamos con detalle el funcionamiento del cerebro mientras se consume una sustancia (cualquiera de ellas), se aprecia que en este complejo neuronal (formado por el núcleo accumbens, el área tegmental ventral y sus proyecciones específicas hacia la corteza prefrontal) se produce una descarga "masiva" del citado neurotransmisor (la dopamina), cuyo volumen alcanza entre dos y diez veces la producida por los reforzadores naturales, resultando mucho más inmediata y nítida en la experiencia.
El resultado de tal proceso es que la persona se siente embriagada por una gran sensación de placer justo tras consumir la droga, hasta tal punto que supera a la de cualquier reforzador disponible en el ambiente natural.
El principal problema que subyace a todo ello es que, con el transcurrir del tiempo, lo que era gratificante dejará de serlo.
El resultado suele ser la pérdida muy importante de relaciones y el deterioro de las responsabilidades laborales o académicas.
2. Mantenimiento: el aprendizaje
La hiperactivación del sistema de recompensa y la experiencia asociada de placer es solo un primer paso hacia la adicción química, pero no el único.
De lo contrario cualquier persona que consumiera una sustancia pasaría a ser adicta a la misma desde el preciso momento en que accediera al organismo, lo que no sucede así.
Así, existe un componente psicológico que contribuiría a forjar la dependencia, junto a los neurológicos y los químicos.
La dopamina, el neurotransmisor que coordina la respuesta de placer, tiene también entre sus muchas atribuciones un papel en la memoria y el aprendizaje.
Esto sucede especialmente en colaboración con el glutamato, que contribuye a trazar la relación funcional entre el consumo de la droga y sus consecuencias o sus claves ambientales.
De ese modo, la persona no solo va a sentir placer tras usar la sustancia, sino que procederá a elaborar un mapa completo de la topografía ambiental y experiencial del mismo momento (qué sucede y qué siente), lo cual le servirá para entender su vivencia y orientarse cuando anhele nuevamente esas sensaciones (buscar cómo adquirir y administrarse la droga).
Este proceso neurológico forja una relación de causa-efecto que constituye el cimiento de las adicciones (hábito adictivo).
A medida que la persona repita la asociación, se irá fortaleciendo progresivamente la intensidad de esta (conexiones más estrechas entre núcleo accumbens y corteza prefrontal).
Estos cambios cerebrales se traducen finalmente en la deformación del placer original, que pasaría a convertirse en una necesidad acuciante y de extrema invasividad.
Llegados a este punto, la persona suele haber perdido la motivación por lo que antaño era el centro mismo de su vida (desde las relaciones sociales a los proyectos personales), y enfoca sus esfuerzos únicamente al consumo.
3. Abandono: la tolerancia y el craving
Los cambios cerebrales, en el sistema de recompensa, asociados al consumo suponen una modificación artificial de su función natural, de tal manera que el órgano trata de adaptarse a la misma generando una compensación que la revierta (recuperar la homeostasis).
Así pues, cuando finalmente se ha instaurado la adicción, esta cobra un peaje inevitable: cada vez la droga provoca efectos menores, la persona se ve obligada a aumentar la dosis para percibir sensaciones equiparables a la del principio (tolerancia).
En este punto del proceso, el sujeto (el cual ya está profundamente afectado por los cambios neurológicos del proceso adictivo) incurriría en una búsqueda compulsiva de la sustancia que desplazaría a todo lo demás.
Cuando esta no se encuentre disponible, irrumpirá un intenso malestar físico/afectivo que recibe el nombre de síndrome de abstinencia.
Conclusiones: un proceso complejo
El proceso a través del cual se va moldeando una adicción suele ser lento e insidioso.
En los primeros meses o años su uso se fundamenta en las sensaciones placenteras secundarias al mismo (sistema de recompensa), pero que no tardan en dejar paso a una reducción de sus efectos y a una batalla imposible por volverlos a vivir (como resultado de la neuroadaptación) en la que la biología acaba imponiéndose.
Tal proceso conduce a una pérdida de motivación por todo lo que antes resultaba agradable, con una progresiva retirada de la vida social y/o de las propias responsabilidades o aficiones.
Cuando esto sucede (por mediación de la red de conexiones entre el núcleo accumbens y la corteza prefrontal), la persona puede tratar de abandonar el ciclo.
Para ello debe hacer frente al deterioro general de su vida, así como a los impulsos por consumir cuando se ubica cerca de estímulos discriminantes (relacionados con su experiencia personal de adicción).
Es este último fenómeno el que detona el craving, uno de los motivos por los que más habitualmente se manifiestan las recaídas o los deslices.
Sus efectos obedecen a la acción del hipocampo y de la amígdala.
En definitiva, la adicción no debería ser jamás explicada aludiendo únicamente a la voluntad, pues a ella subyacen dimensiones neurales a las que hay que atender.
El estigma y rechazo al que se enfrentan muchas personas cuando tratan de recuperarse de este problema es un dique al caudal de su motivación para volver a vivir una vida plena y feliz.
Tuneado del artículo publicado por www.psicologíaymente.com
Autor: Joaquín Mateu-Mollá